Para Isabel Zapata (1984), la poesía, pensada como un artilugio sofisticado, puede quedarse relegada en la estantería de las reliquias. En lugar de esa visión tradicional, ella emplea un libre juego de ideas y formas para atravesar los temas contemporáneos más acuciantes. Ante las carencias de los lenguajes pretenciosos y ajenos al sentir común, Zapata propone un espacio colectivo de reflexión y diálogo a partir de la poesía. Ese espacio debe nacer de las preocupaciones concretas y actuales, tal como la relación de los seres humanos con la naturaleza, aunque no pretenda darles respuesta última. Es aquí donde se sitúa Una ballena es un país (2019), su más reciente libro de poesía.

Sea ficción o realidad, poesía o prosa, el proyecto de Zapata consiste en diluir categorías fijas en aras de transmitir un claro mensaje. Más que un afán destructivo o anarquista, su trabajo es un esfuerzo de precisión y creatividad para dotar a sus relatos de realismo y consistencia. Frente a los modelos rígidos y clasicistas propone dinamismo y flexibilidad; frente a los tópicos usuales,  elige reflexionar sobre el cambio climático o la maternidad compartida. 

Si bien es evidente que la poesía es una forma de comunicación, pocas veces hay conciencia sobre su carácter político. En este sentido, Zapata piensa que no existe tal cosa como un tema que la poesía no pueda explorar. El lenguaje poético es como un par de anteojos que nos dota de una perspectiva distinta para pensar con los otros. De ahí el énfasis en la empatía y la importancia del diálogo: la clave está en que la empatía sea esa herramienta que tienda puentes y consiga intersubjetividad en un público más amplio para que conduzca a la acción y al debate en conjunto. 

Foto: Manuel Sánchez Castro

Foto: Manuel Sánchez Castro

Víctor Robledo: Desde el prólogo de tu libro más reciente de poesía, Una ballena es un país, anticipas una forma particular de ver la relación del ser humano con la naturaleza. Me parece llamativa y ambiciosa la propuesta que ofreces, pues implica un cambio de perspectiva para descartar los antropocentrismos y tener a todo ser vivo como semejante: “Es necesario transformar nuestra relación con la naturaleza y cambiar de posición. Colocarnos ni por encima ni por abajo de las criaturas del planeta, sino a su lado”. Entonces, según esta propuesta, ¿qué actitud es la que debemos tener hacia la naturaleza? ¿Qué implica, en particular, el estar “a su lado”?

Isabel Zapata: Este libro es resultado de una inquietud por hablar de varios temas: el movimiento de liberación animal, la sexta extinción masiva, la crisis climática, entre otros. Ya antes había intentado abordar estos temas desde la parte de filosofía política; sin embargo, me encontraba con un cierto efecto de tratar de “predicar a los creyentes” (preaching to the choir) que es como tratar de convencer de algo a alguien que ya está convencido. Esta situación sucede a menudo cuando las conversaciones se dan entre gente de un mismo grupo que ya está de acuerdo sobre un tema en particular: filósofos hablando con filósofos, politólogos hablando con politólogos, etcétera. 

Me parecía necesario encontrar una manera de extender este mensaje a personas que quizá no estuvieran familiarizadas con el tema. Anteriormente lo había intentado por medio del lenguaje académico y del lenguaje del activismo, pero ninguno me funcionó muy bien, ya sea por su poca accesibilidad o por la falta de apertura. El problema es que el activismo puede ser poco amable, a nadie le gusta que lo regañen o lo obliguen a hacer las cosas. Así que pensé en cómo hablar de estos temas y ponerlos sobre la mesa de tal manera que pudiera apelar a la empatía. Sentí que la poesía, como lenguaje literario, era una buena herramienta para lograrlo. 

No se trata de decir explícitamente dónde debemos colocarnos en términos de otros seres vivos, sino de hacer un llamado de atención. Este libro fue escrito prepandemia, pero el coronavirus también es una advertencia. El medio ambiente, la relación con otros seres vivos, la relación con el planeta y la crisis climática forman parte de un todo. Son temas que no se pueden relegar. Honestamente, creo que son los temas más importantes que existen en la actualidad. Y su relevancia puede explicarse por una simple razón: en estos temas nos estamos jugando la vida misma. Por eso, con este libro, más que determinar la situación del ser humano con respecto a la naturaleza, quería invitar a pensar en nuestros problemas desde lo literario dadas las carencias que encontré en el lenguaje académico y el activismo más radical. A través de la lectura y de la poesía se tienden puentes que no se tienden con otro tipo de lenguajes. Se trata de usar el lenguaje poético para abordar temas de interés sin la intención de darles respuesta. 

VR: Mencionaste que una de las aproximaciones al problema del deterioro medio ambiente es el activismo y hablaste de tu experiencia personal bajo esta alternativa. Como se ha hecho cada vez más evidente, existen varias formas de ejercer activismo, unas más moderadas y otras más radicales. Entonces, ¿cómo piensas que podríamos hacer real un activismo que no raye en extremos insostenibles?

IZ: Si bien es cierto que el pensamiento extremo cumple con ciertas funciones, creo que hay que encontrar nuevas formas de acercarse a las personas para que escuchen, una alternativa es a través de las palabras y el lenguaje. Hay que pensar cómo combatir el desinterés y la desinformación de aquellos que creen que no les corresponde o no son responsables de estos problemas. No se trata tampoco de tener actitudes pensadas hacia el futuro lejano, como cuando las personas  dicen que no tendrán más hijos por temor al impacto que estos puedan generar sobre el planeta. El verdadero problema es hoy. Si han escuchado acerca de las predicciones sobre la escasez de agua en el Valle de México o de la crisis climática podrán ver la inmediatez a la que me refiero. Cualquier enfoque que se concentre en el futuro lejano o en las distopías está errado de inicio. 

Pensemos por ejemplo en el nulo efecto que tiene sobre el público general un artículo de investigación científico de 500 páginas sobre el derretimiento de los polos. Creo que hay formas más efectivas de inducir empatía que arrojar datos y números que se sienten vacíos. Decir que el pulpo tiene tres corazones y que sus neuronas están en sus tentáculos   por lo que es un animal que piensa con el cuerpo entero es un hecho más concreto y fácil de comunicar que cualquier dato de un informe técnico ambientalista. Claro, no se trata de dejar de hacer esos informes, pues son útiles y necesarios. El problema radica en que nadie los va a leer fuera de ciertos círculos y circunstancias específicas y tampoco se sentirán identificados o atravesados por estos temas. 

VR: Este último comentario, me lleva a preguntarte  acerca de la poesía y su función política. Es notorio, por tus libros y por tus artículos en Letras libres, que hay una preocupación por retomar y ahondar en temas que se encuentran en la arena pública. Si bien hay escritores y poetas que no abordan estas preocupaciones en su obra, tú buscas abrir debate y diálogo. En este sentido, ¿cuáles son los temas y preocupaciones que te gustaría abordar en el futuro?

IZ: Esta es una pregunta que se hace mucho a escritores y que nos hacemos a nosotros mismos con frecuencia. ¿Tenemos una obligación política a la hora de escribir? Y si es que la hay, ¿en qué consiste? Al final, que existan lectores que siguen lo que escribes constituye tanto un privilegio como una obligación. Escribir es como tener un altavoz.

Ahora, sobre la pregunta, creo que existen temas recurrentes en nuestra vida, temas que vuelven a salir a pesar del paso del tiempo y que abordamos de formas distintas una y otra vez en el futuro. Uno de esos temas es el que tocamos ahora, el de los animales. Aunque intente alejarme de él, siempre termino por escribir de ello a través de la ficción, el ensayo o la poesía. Otro tema que me interesa mucho, sobre todo desde los últimos años, es el de la maternidad como acto político y también la crianza compartida. Este es un tema urgente que tratar, sobre todo por la pandemia, pues se ha agudizado la carga de trabajo para las mujeres, que asumimos tres jornadas laborales por los distintos roles que desempeñamos. Este mismo tema también tiene un tinte de injusticia y silencio porque no se habla de ello en la agenda pública y cuando se menciona es para legitimar un discurso en el que las mujeres deben de realizar toda labor de cuidado porque son capaces y porque ha sido su papel históricamente definido, como ha dicho el mismo presidente. La pérdida y el duelo son otros temas que también captan mi atención.

Si observan mis libros, a través de diferentes recursos, retorno a los tres mismos temas que he mencionado: los animales, el duelo y la maternidad. Por otra parte, el feminismo, en general, es un tema que me interesa. Quizá parte de la inquietud yace en encontrar esos rasgos comunes en el feminismo, buscar puntos de encuentro. 

VR: Al decidir abordar problemas o preocupaciones contemporáneas en la literatura siempre se entrecruza la dinámica del quehacer literario y artístico en general. Entonces, me parece que hay una interconexión, que aparece en tu obra y que es bastante evidente, entre lo político y lo poético. En tu caso, la literatura puede servir para abordar preocupaciones políticas desde la creación artística y la estética. ¿Cómo piensas la relación entre la poesía y la política? 

IZ: Podríamos decir que la poesía es una herramienta para las preocupaciones políticas. Hay que decir que la poesía no es nada en sí misma, así como el arte tampoco es nada en sí mismo. Ambas formas, la poesía y el arte, son contenedores, maneras de pensar el mundo o anteojos para ver la realidad. La poesía, en el caso de Una ballena es un país o en un ensayo dentro de Alberca vacía, ha sido una herramienta de reflexión. Para mí, escribir es muy similar a pensar; en ambos casos se organizan ideas y se ordena la cabeza. Es como si pensáramos la mente como una cajonera en donde están las ideas revueltas y las tenemos que ordenar para que sean inteligibles para los demás. Entonces, la escritura y la poesía se vuelven una actividad política en tanto que alguien más te lee.

La poesía tiene la gran ventaja de que sirve para todo y puede explicarlo todo. En mi opinión, no existen temas más o menos poéticos. Cualquiera puede abordar sus inquietudes si lo hace bajo los términos de una perspectiva poética al igual que la política. Justo aquí es donde encuentro su conexión: tanto la política como la poesía son formas de expresar preocupaciones.  Ahora bien, es importante aclarar que la poesía nunca debe estar subordinada a las causas políticas. De ser ese el caso, se corre el riesgo de que se torne panfletaria y se utilice al  lenguaje poético como mera herramienta de convencimiento y persuasión. Usar la poesía en ese sentido lleva a artilugios para cambiar la forma en la que los demás se conducen por el mundo, pero no se trata de eso. La mía es una invitación a reflexionar sobre ciertos temas que considero importantes sin intentar convencer a nadie de nada. 

Al final, la poesía es independiente de toda otra causa a la que quisiera adherirse. Para que una novela, una pieza artística o un libro cualquiera funcione debe sostenerse por sí mismo, de otra forma estará al servicio de la causa. Es por eso que hay un peligro con Una ballena es un país, porque existe la posibilidad de que sea leído como un panfleto incendiario cuando esa nunca ha sido mi intención. Afortunadamente, me he dado cuenta que ha servido para introducir estos temas hacia los más jóvenes. 

VR: Cuando hablaste un poco sobre herramientas que sirven para visibilizar, recordé el prólogo de tu libro más reciente en el que haces una invitación a desafiar los límites entre ficción y la realidad, entre poesía, ensayo y narrativa. A mi parecer, Una ballena es un país es un espacio de libre experimentación donde empleas múltiples recursos para comunicar un claro mensaje y donde rompes con los géneros del canon. ¿Por qué crees que es necesario probar más allá de los géneros establecidos?

IZ: Me interesa la literatura que no está confinada a cierto género. Por ejemplo, entre mis lecturas favoritas están libros de Anne Carson, Eliot Weinberger o María Negroni, autores despreocupados  sobre cuál será el producto final en términos de género. Sus libros están formados por textos híbridos que ocupan múltiples recursos de acuerdo al tema y que buscan desafiar fronteras. Esto es precisamente lo que me interesaba hacer con este libro. Desde que lo escribía, sentí que ciertos textos tenían que llevar formatos distintos de acuerdo al tema o la historia que trataban. Por ejemplo, si pensamos en la historia de Laika, me interesaba que fuera una carta y la reflexión que podría suscitar, porque con la carta podía hacer el ejercicio de imaginar qué es lo que Vladimir Yazdovsky le podría decir a Laika en un mundo donde ella pudiera entenderlo. En cambio, para el diccionario para George, la tortuga de las Galápagos, una carta no era el recurso más apropiado. Es por eso que decidí usar un diccionario y darle la amplitud que merecía ese relato en particular. Lo mismo pasa con el tilacino. 

Varias veces ha sucedido que algunas personas me dicen que lo que escribo en Una ballena es un país no es poesía porque no se asemeja a los libros de poesía estándar como los que nos enseñan en la escuela. Yo no busco esa idea inculcada que presupone una disposición del poema sobre la página o qué rasgos debe tener un texto para ser considerado como poético. Quiero ir más allá de las presuposiciones que hay sobre lo que debe ser un ensayo, un poema, un cuento o una novela. Yo no sé que es mi libro: no sé si es un poema, no sé si es un ensayo o si es una narración. Definitivamente no me ceñí a la estructura poética tradicional, pero lo hice en parte porque esa estructura no funcionaba. 

Por otro lado, también juego con los límites entre la ficción y la realidad. En varias partes del libro, como cuando menciono los testimonios sobre el tigre de Tasmania o el poema del sujeto que secuestró un avión y lo estrelló, tomé sucesos reales e históricos para construir una nueva narrativa. En el caso del secuestro del avión, investigué sobre las grabaciones de la caja negra que, por cierto, se pueden encontrar en internet. A partir de esa información hice el ejercicio de imaginarme qué es lo que podría estar pensando en esa circunstancia y puedo regalarle al lector una imagen que no tenemos al basarnos en los hechos de ese acontecimiento. Es esta dinámica a la que me refiero cuando digo que ficción y realidad pueden intercambiarse. 

Cuando escribo, no me preocupo mucho por la forma. De esta manera escribo con más libertad en lugar de ponerme a pensar la estructura minuciosamente desde el inicio. Esto no implica que todos los intentos hayan fructificado muchos de ellos no llegaron al libro, pero el camino se hace más agradable. 

VR: Si seguimos lo que has dicho sobre explorar más allá de los géneros establecidos, reconozco que uno de los elementos que más me sorprendieron a la hora de leer tu libro fueron las fotografías. Como has dicho, desde la perspectiva en la que hemos sido educados, las fotografías son un elemento que no suele ser incluido en los libros de poesía. ¿Qué significado ves en la fotografía? ¿Qué conexión encuentras entre la fotografía y la poesía? ¿Qué función juega la fotografía en tu obra? 

IZ: En realidad, no he llevado a cabo algún proyecto que incluya a la fotografía de manera más integral. En Una ballena es un país uso fotografías, pero como material de apoyo al lector, para que pueda tener en cuenta a qué me refiero en cada caso. Por ejemplo, muchas personas no saben cómo es un tilacino o cómo se ve el grabado del rinoceronte de Durero al que hago referencia. Los poemas pueden sostenerse solos, aunque  las imágenes ayudan a que el lector dimensione mejor de lo que se habla. 

VR: Tengo una última pregunta que es un poco más específica. En el libro hay un apartado que se llama “Teoría del caos” donde hay una oración que dice que: “el poema no es un artefacto, es un espacio al que se entra”. La idea es provocadora porque deja fuera a la perspectiva según la cual la poesía puede construirse casi teleológicamente, siempre con un fin. ¿Qué implica esa espacialidad a la que haces referencia en esa oración? 

IZ: Al momento de entrar en cualquier libro o texto, hay una serie de supuestos que como lector debes aceptar. Es como cuando ves una película y, al principio, tienes que entender el contexto en el que se sitúan los personajes o donde se desarrolla la trama. A mí me interesa la poesía que invita a entrar a un espacio en el que debes suspender algunos de tus prejuicios o ideas previas sobre lo que se trata o incluso sobre la poesía misma. Se trata de aceptar esa invitación que hace quien escribe y acompañar la reflexión que adviene de la propuesta. Es por eso que la poesía puede presentar otras formas de ver las cosas.