En Salzburgo, vi la casa natal de Mozart
y estuve en la habitación desde donde esta tierra sagrada
heredó al mundo la luz.
Otto Nicolai
(compositor y fundador de la Filarmónica de Viena)1

En Salzburgo, Mozart lo es todo. En cada cuadra, en cada callejón, en cada sendero, en cada escaparate, Mozart está presente. La más recurrente de esas presencias es la de los chocolates Mozartkugeln(esferas de Mozart), inspirados en el retrato de Wolfgang Amadeus Mozart (1819) pintado por Barbara Krafft, en el que se ve a Mozart con una simulada sonrisa, una sobria peluca y una atractiva casaca roja. Los Mozartkugelnson, a ojo de los turistas, un ícono popular salzburgués.

Con sus poco más de ciento cincuenta mil habitantes, Salzburgo es una ciudad con permanente y relativa tranquilidad. Situada al oeste de Austria, muy cerca del sur de Alemania, Salzburgo se asienta en las riberas del río Salzach, dentro del idílico marco de los Alpes que la circundan. También hay que hacer notar que, por su belleza e intensa vida cultural, la ciudad de Salzburgo es, desde 1997, patrimonio cultural de la humanidad.

Deambular por Salzburgo es recorrer la historia de la música. Desde los nombres de las calles hasta las placas conmemorativas, cada metro nos recuerda el espíritu más clásico de la música de concierto. El corazón de Salzburgo es la casa natal de Mozart, donde hay un pequeño museo de sitio. Valga como anécdota que, muy cerca de ahí, una cadena transnacional de comida rápida instaló una sucursal, la cual, eso sí, para no romper las reglas de urbanismo de una ciudad patrimonio, acuñó la letra que identifica su marca en herrería, muy al estilo del siglo xviii, el que vio nacer a Mozart.

En las horas tempranas y estivales, el sonido de las campanas proveniente de San Ruperto es característico del ambiente de Salzburgo. A eso se debe añadir el atractivo de los cafés, que son de una exquisitez adorable. Tomaselli, Mozart, Sacher y Wernbacher son algunos de ellos. Entre tantas delicias, los cafés de Austria son sitios de alta charla y cultura. Combinar un café preparado con una tarta Sacher o un característico nockerl, mientras selee el Kurier o el Frankfurter Allgemeine Zeitung, fijados en sus sólidas varillas portaperiódicos, se presenta como una de las más estimulantes experiencias. En Austria, cultura y café son sinónimos.

Con todo ello, la razón principal de la visita de miles de turistas de todo el mundo, cada año, se concreta en un concepto: el Festival de Verano. Sobre la Hofstallgasse se localiza la catedral de la ópera y de los conciertos sinfónicos, la Großes Festspielhaus (Gran Casa del Festival) de Salzburgo, un edificio concebido por el arquitecto Clemens Holzmeister, con capacidad para 2179 personas y que fue inaugurado el 26 de julio de 1960, con la representación de la ópera El caballero de la rosa (1911), de Richard Strauss, con la Filarmónica de Viena, dirigida por Herbert von Karajan, y un elenco encabezado por la soprano alemana Elisabeth Schwarzkopf, la mezzosoprano Sena Jurinac, la soprano Anneliese Rothenberger, el bajo Otto Edelmann y el barítono Erich Kunz.2 Además, la Festspielhaus posee uno de los escenarios de boca más grandes del mundo (treinta metros) y es una significativa obra de la ingeniería, al estar empotrada en el Mönschberg(Monte del Monje).

Ahí, en ese escenario, se ha presentado lo inimaginable. Las mejores óperas, orquestas, directores de orquesta y de escena han sido, desde hace sesenta años, el pan cotidiano en los distintos festivales que Salzburgo posee: el de verano, el de Pascua y el de Pentecostés, siendo el más característico el de verano, concebido un 22 de agosto de 1920 por el dramaturgo Max Reinhardt y el poeta Hugo von Hofmannsthal, con la incorporación casi inmediata del compositor Richard Strauss, el director de escena y escenógrafo Alfred Roller, el humanista Stefan Zweig, así como los directores de orquesta Franz Schalk y Bernhard Paumgartner.3 El 22 de agosto de 2020, Salzburgo celebró el primer centenario de su festival haciendo todo lo posible para que esta edición no desmereciera de su destino: ser el festival de música clásica por excelencia de Europa y el punto de referencia del mejor arte sonoro y escénico.

A pesar de temores y críticas, la edición 2020 se organizó en medio de la pandemia de covid-19. “Sabía, por supuesto, que siempre habría un riesgo de que me infectara, pero no me arrepiento de volver a actuar porque creo firmemente que necesitamos cultura, ahora, como siempre”,4 señaló una de las protagonistas, la diva por excelencia de la actualidad en el mundo lírico: la soprano rusa Anna Netrebko, quien se contagió en el festival, el cual, para la edición 2020, realizó una venta del 96 % de los boletos (76 000, medido en número de espectadores).5 Entre los momentos más interesantes y emotivos de la edición de 2020, destacan los conciertos de la Filarmónica de Viena, con Christian Thielemann y Gustavo Dudamel en unas impecables versiones, respectivamente, de la Cuarta Sinfonía, de Anton Bruckner (1874),6 y la “Suite” de El pájaro de fuego (1910), de Igor Stravinsky.7

La mayoría de las actividades del Festival de Salzburgo de 2020 fueron compartidas de manera totalmente gratuita en diversas plataformas de Internet y en redes sociales. En términos de acceso al conocimiento, esto es un hito, un esfuerzo monumental que debe agradecerse. A pesar de ello, el oportunismo político no estuvo de bruces, como aquella propuesta de retirar el logo oficial del Festival de Salzburgo con el pretexto de que su autora trabajó en publicidad en la Alemania totalitaria de los años treinta, cuando, en realidad, el logo fue concebido mucho antes de eso y nada tiene que ver con discursos ideológicos.8 Dicho logo es de una belleza e impacto visuales que dan un sello indiscutible de identidad al festival. Diseñado por Poldi Wojtek para la edición de 1928, en él se puede ver, sobre un fondo dorado, una máscara de la comedia griega flanqueada por la bandera de Austria, y con el castillo del Mönchberg por delante. Por fortuna, Helga Rabl-Stadler, la presidenta del festival, no cedió al chantaje político.9

Poldi Wojtek, “Salzburger Festspiele 1928”

Desde la posguerra, la compañía de radiotelevisión austriaca, Österreichischer Rundfunk (orf), ha sido la entidad encargada de documentar el Festival de Salzburgo. Su labor ha sido complementada por los sellos discográficos Orfeo y Deutsche Grammophon. Esta labor de documentación es asombrosa. La cantidad de material grabado en alta calidad es inmensa y su disponibilidad para el público no es nada despreciable. Pocos acontecimientos culturales en la historia podrían enorgullecerse de un triunfo colectivo similar de artistas, ingenieros de sonido, productores y divulgadores.

La historia documental del Festival de Salzburgo pasa por nombres legendarios, pero, entre todo, lo único e irrepetible serían los recitales de lied o canto culto alemán. No hay precedentes, en ese ámbito, de un festival donde los lieder tuvieran tanto protagonismo. Los recitales de Gundula Janowitz, Hermann Prey, Walter Berry, Dietrich Fischer-Dieskau, Fritz Wunderlich, Peter Schreier, Kurt Moll, Christa Ludwig, Lisa della Casa, Elisabeth Schwarzkopf, Francisco Araiza e Irmgard Seefried sobrepasan la imaginación. En sus voces, la poesía de Goethe, Schiller, Mörike, Eichendorff, Rückert y Müller cobra aurea existencia al lado de la música de Beethoven, Mozart, Brahms, Schubert, Mendelssohn, Schumann, Strauss, Mahler, Wolff y Pfitzner. Un cantante de lied no podría alcanzar esas cimas si no fuera por su complemento: el acompañante en el piano. La lista se completa así: Gerald Moore, Erik Werba, Jörg Demus, Wolfgang Sawallisch e Irwin Gage, por mencionar algunos entre decenas de nombres.

La música de cámara y los recitales no se quedan atrás en esa fiesta del espíritu que es el Festival de Salzburgo. Los nombres de los cuartetos Juilliard, Végh, Húngaro, Borodín, LaSalle, Amadeus, o del trío Fischer-Schneiderhan-Mainardi, se complementan con los de solistas propios de las sagas como Alfred Brendel, Maurizio Pollini, Claudio Arrau, Wilhelm Kempff, Emil Gilels, Wilhelm Backhaus, Pierre Fournier, Clara Haskil, David Óistraj, Yehudi Menuhin, Arturo Benedetti Michelangeli, Ingrid Haebler, Daniel Barenboim, Anne-Sophie Mutter y Arthur Grumiaux. Y, de nuevo, ¡todo eso está documentado!

En cuanto a los conciertos sinfónicos, la lista es también una feliz cornucopia. Consideremos, por ejemplo, el Quinto concierto de Brandenburgo (1720), de Johann Sebastian Bach, con la Filarmónica de Viena dirigida por Wilhlem Furtwängler (edición del festival de 1950), con él mismo al piano (algo impensable hoy, que predominan las ejecuciones históricamente informadas). En esa ejecución, Furtwängler interpretó a Bach en estado de gracia, poseído por una mística insuperable e irrepetible. Y qué decir del concierto de 1987, con Herbert von Karajan al frente de esa misma orquesta, dirigiendo la obertura de la ópera Tannhäuser (1845), de Richard Wagner. Algo delirante, fuera de toda normalidad respecto a lo que concebimos como un concierto de música académica.

Si bien cuando decimos Festival de Salzburgo viene de inmediato a nuestra mente la palabra música, en realidad, el festival nació con el teatro. Su primera representación fue la obra teatral Jedermann (Cualquier hombre), del dramaturgo y poeta austriaco Hugo von Hofmannsthal. Jedermann se interpreta, desde 1920, en la explanada de la Catedral de Salzburgo, ante una multitud que cerca la plaza. Es una tradición que permanece hasta hoy y es el recordatorio del sentido del festival. La obra trata sobre lo débil que es la existencia y de cómo vale la pena vivir cada día con un sentido profundo y no esperanzado en la fama o riquezas materiales, como le pasó al protagonista Jedermann, a quien, ante su inminente e inesperado fin, todos lo abandonan y lo ven con horror. Sic transit gloria mundi, así transita la gloria del mundo, decían los antiguos.

Todos los grandes autores del mundo teatral han sido escenificados en Salzburgo. Algunas de estas puestas en escena han sido registradas magistralmente, como aquella, en 1955, de Intriga y amor (Kabale und Liebe, 1784), de Friedrich Schiller, con la dirección de escena de Ernst Lothar y con Will Quadflieg y Maria Schell en los papeles protagónicos, de la que existe un audio bajo el sello de la Deutsche Grammophon, en su división de literatura. Ese registro es portentoso: es el gran teatro alemán, con esas fúlgidas voces y ese pathos dramático propio del tránsito del clasicismo al romanticismo.

En cuanto a la ópera, durante este primer centenario, a diferencia de los conciertos sinfónicos, hay marcados claroscuros entre los recitales y la música de cámara. Por una parte, tenemos ejecuciones referenciales en todo sentido, por su calidad interpretativa y por su puesta en escena. En esta categoría se puede citar el Don Giovanni (1787), de Wolfgang Amadeus Mozart (en el festival de 1954), con la Filarmónica de Viena dirigida por Wilhelm Furtwängler, que tuvo en los roles principales al bajo Cesare Siepi (Don Juan), al barítono Otto Edelmann (Leporello), a la soprano Elisabeth Grümmer (Doña Anna) y a la también soprano Lisa della Casa (Doña Elvira). La dirección de escena fue de Herbert Graf y Paul Czinner la llevó al cine. En esta puesta en escena tenemos todo lo que Reinhardt y Hofmannsthal soñaron: teatro al más alto nivel, lírica, perfección. Decía Hofmannsthal que el Festival de Salzburgo debía mostrar lo mejor de cada cultura y presentarlo de la mejor forma. A decir del filósofo y crítico musical Joachim Kaiser, en esta grabación, Furtwängler logró extraer de la música de Mozart “la más grande fuerza del alma, incandescencia melódica y el más ingenioso disfrute”.10

Esto contrasta con una segunda categoría, aquella que, desde 1992, ha envenenado el festival vía la dictadura del Regietheater; esto es, el sometimiento de la música y las intenciones del compositor a los caprichos ideológicos y estéticos de los directores de escena, con la complacencia de una parte de la crítica, los directivos y el público, quienes promueven su existencia totalitaria.

Es interesante esta discusión sobre cómo debe representarse una ópera, ya que las posturas llegan a ser totalmente opuestas. En el Festival de Salzburgo, esta disputa se ha materializado del modo más feroz. Por un lado, está el sector tradicional, que prefiere una escenificación fiel a las intenciones del compositor, con una escenografía, vestuario y dirección teatral de época y con un uso tecnológico sólo en función de la historia. En el lado contrario, tenemos una postura que apuesta por la innovación total y la puesta al día de todo: corta fragmentos de la música y, a veces, hasta mezcla o incorpora elementos externos al compositor. En el teatro, se exageran caracteres, se ridiculiza a los personajes y, la mayor parte de las veces, se contraría la historia misma. Existen casos de directores de escena que reconocen no haber siquiera profundizado en el estudio de la partitura, volviéndose un espectáculo personalista. Esta disputa llevó al expresidente de Austria, Thomas Klestil, a exigir públicamente un viraje en el festival para recuperar lo que Hofmannsthal había exigido al mundo del arte: eliminar la banalidad y ser un santuario del alma.11 Esto lo dijo Klestil frente al adalid del Regietheater, el entonces director del festival Gerard Mortier, lo que motivó su renuncia a ese puesto.12

La ópera es un género que desata pasiones, de las que Salzburgo es el epicentro. Es necesario resaltar que, en la época en que imperaba la visión tradicional, todo el Regietheater estaba prohibido, desde luego, sin matices. Fue hasta el fallecimiento, en 1989, de Herbert von Karajan, director vitalicio del Festival de Salzburgo, que esta situación cambió radicalmente. El Regietheater y la dirección escénica tradicional son dos mundos opuestos, contrastantes, con visiones estéticas y filosóficas excluyentes. Los últimos grandes hitos de la visión tradicional fueron las puestas en escena de Don Giovanni, de Mozart (festival de 1987) y Un baile de máscaras (1859), de Giuseppe Verdi (en las ediciones de 1989 y 1990 del festival). Ambas fueron inmaculadas en cuanto a teatralidad, calidad del elenco, vestuario, iluminación y sonido de la orquesta, entre otros aspectos.13

¿Hay puntos intermedios en esta querella? Sí, sobre todo a partir del mencionado discurso del expresidente de Austria y con la dirección del festival a cargo del compositor alemán Peter Ruzicka. Con él, se dio un renacimiento del festival y los resultados saltan a la vista. La puesta en escena de La traviata (1853), de Giuseppe Verdi, con el tenor mexicano Rolando Villazón y la soprano rusa Anna Netrebko, y una puesta en escena de Willy Decker, presentada en la edición de 2005 del festival, supuso un extraordinario insuflo de oxígeno para la ópera. Salzburgo volvía a ser Salzburgo. Ver una puesta en escena moderna, actual, que transmitía un concepto estético verdiano y no inventos intrascendentes, deslumbró —y sigue deslumbrando— al público operístico. Esta puesta en escena se ha convertido en el punto de partida de lo que se entiende hoy por teatro y ópera, y nació en Salzburgo.

La idea de que sólo se interpretan obras ya consagradas es falsa, pues varias óperas han nacido en el seno del festival. Como prueba, he aquí una lista de algunas de las óperas que tienen el sello salzburgués y que ha interpretado, en todos los casos, la Filarmónica de Viena:14

  • Muerte de Danton, de Gottfried von Einem. Dirección de Ferenc Fricsay. Estreno: 6 de agosto de 1947.
  • Antígona, de Carl Orff. Dirección de Ferenc Fricsay. Estreno: 9 de agosto de 1949.
  • Romeo y Julieta, de Boris Blacher. Dirección de Josef Krips. Estreno: 9 de agosto de 1950.
  • El amor de Danae, de Richard Strauss. Dirección de Clemens Krauss. Estreno: 14 de agosto de 1952.
  • El proceso, de Gottfried von Einem. Dirección de Karl Böhm. Estreno: 17 de agosto de 1953.
  • Penélope, de Rolf Liebermann. Dirección de George Szell. Estreno: 17 de agosto de 1954.
  • Leyenda irlandesa, de Werner Egk. Dirección de George Szell. Estreno: 17 de agosto de 1955.
  • Escuela de mujeres, de Rolf Liebermann. Dirección de George Szell. Estreno: 17 de agosto de 1957.
  • Julieta, de Heimo Erbse. Dirección de Antal Doráti. Estreno: 17 de agosto de 1959.
  • La mina de Falun, de Rudolf Wagner-Régeny. Dirección de Heinz Wallberg. Estreno: 16 de agosto de 1961.
  • Las bacantes, de Hans Werner Henze. Dirección de Cristoph von Dohnányi. Estreno: 6 de agosto de 1966.
  • Un baile, de Friedrich Cerha. Dirección de Cristoph von Dohnányi. Estreno: 7 de agosto de 1981.
  • Un rey escucha, de Luciano Berio. Dirección de Lorin Maazel. Estreno: 7 de agosto de 1984.
  • La abubilla y el triunfo del amor filial, de Hans Werner Henze. Dirección de Markus Stenz. Estreno: 12 de agosto de 2003.

En Salzburgo, Mozart lo es todo, y el arte también lo es. La ciudad misma fue concebida como un escenario por el festival. Otear cada callejuela de Salzburgo es encontrar historia. Contemplar el monumento a Mozart es un logro personal. Está ahí, en uno de los centros más importantes de la historia de la cultura, en el lugar donde están el Mozarteum, el jardín perteneciente al Castillo Mirabelle, la iglesia de San Ruperto, con su maravilloso órgano, y los demás escenarios del festival: la Haus für Mozart (Casa para Mozart), la Escuela de Equitación y la Catedral de Salzburgo. En la Festspielhaus hay unos bustos de personalidades que nos recuerdan lo importante que es estar ahí: Max Reinhardt, Herbert von Karajan, Karl Böhm… En la misma Festspielhaus hay una tienda donde se ven libros, discos, postales, recuerdos… que sobrepasan los más inconmensurables deseos de los melómanos. Salzburgo es un paraíso de la música clásica.

A las afueras de la ciudad, hay un castillo-biblioteca donde nació todo: el Leopoldskron, propiedad que adquirió Max Reinhardt y desde la cual dirigía sus más ambiciosos proyectos dramatúrgicos. A ese proverbial sitio y a la casa de Stefan Zweig, sucedieron peregrinaciones de lo más granado del arte universal de su tiempo. Uno puede imaginar cómo, en los años veinte y treinta del siglo xx, la belleza ejercía ahí su reino infinito. Un privilegio que, hasta la fecha, continúa como legado, materializando aquellas palabras del filósofo inglés Roger Scruton: “El arte, la naturaleza y la forma del cuerpo humano nos invitan a situar esta experiencia [la estética] en el centro de nuestras vidas”.15 Considerando todo lo aquí expresado, hay un hecho que debe permanecer siempre en la memoria: el Festival de Salzburgo surgió para celebrar a su hijo predilecto, Wolfgang Amadeus Mozart, aquél que, a decir del musicólogo Friedrich Herzfeld, “no componía a determinadas horas, sino que creaba siempre; mejor dicho: creábase en él. A todas horas se enlazaban notas en su subconsciente. Aun al conversar, en los viajes y en el juego de bolos, jamás se interrumpía en él esta germinación de melodías. Todo lo convertía en música”.16 Así es todo en Salzburgo… música.

 


1 En Tagebücher (Ratisbona, Wilhelm Altmann, 1937, p. 256).

2 Dicha producción fue llevada al cine por Paul Czinner, también en 1960.

3 Vid. Stephen Gallup, A history of the Salzburg Festival. Topsfield, Massachusetts, Salem House, 1988.

4 Esta declaración se puede ver en la cuenta oficial de Facebookde Anna Netrebko, en una publicación del 17 de septiembre de 2020.

5 “El Festival de Salzburgo termina con cero contagios por coronavirus”, en Deutsche Welle, 31 de agosto, 2020. <https://www.dw.com/es/el-festival-de-salzburgo-termina-con-cero-contagios-por-coronavirus/a-54772068>. Consultado el 8 de septiembre de 2020.

6 “Salzburg genoss Christian Thielemann mit den Wiener Philharmonikern”, en Volksblatt, 23 de agosto, 2020. <https://volksblatt.at/salzburg-genoss-christian-thielemann-mit-den-wiener-philharmonikern/>. Consultado el 2 de septiembre de 2020.

7 Katharina Rabillon, “Dudamel vuela en Salzburgo con El pájaro de fuego”, en Euronews, 3 de septiembre, 2020. <https://es.euronews.com/2020/09/03/dudamel-vuela-en-salzsburgo-con-el-pajaro-de-fuego>. Consultado el 5 de septiembre de 2020.

8 “Festspiele lassen umstrittenes Logo prüfen”, en Orf, 14 de agosto, 2020. <https://salzburg.orf.at/stories/3062286/>. Consultado el 2 de septiembre de 2020.

9 Si aplicamos el mismo presentismo, los denunciantes no saldrían bien parados. En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el spö (Partido Socialista Austriaco), que hizo la acusación directa sobre el logo, fue cómplice del estalinismo a través de su líder Karl Renner.

10 Joachim Kaiser, Kaisers Klassik. 100 Meisterwerke der Musik. Múnich, Piper, 2001, p. 448.

11 “Rede von Bundespräsident Dr. Thomas Klestil zur Eröffnung der Salzburger Festspiele am 24. Juli 1999”, en apa-ots, 24 de julio, 1999. <https://www.ots.at/presseaussendung/OTS_19990724_OTS0015/rede-von-bundespraesident-dr-thomas-klestil-zur-eroeffnung-der-salzburger-festspiele-am-24-juli-1999>. Consultado el 2 de septiembre de 2020.

12 Esta historia se puede observar de manera puntual en el documental de Tony Palmer titulado The Salzburg Festival (2006).

13 Vid. Richard Osborne, Herbert von Karajan. Leben und Musik. Múnich, Paul Zsolna, 1998, p. 897. Concretamente, el autor británico se refiere a la puesta en escena de Don Giovanni, a la cual califica como un triunfo de la fantasía escenográfica. En específico, la escena que lo impactó fue la del Comendador, en la que el escenario se vuelve un universo con estrellas, planetas y galaxias. La producción de Karajan contó con el apoyo teatral de Michael Hampe y la escenografía de Mauro Pagano.

14 Vid. Clemens Hellberg, Philharmonische Begegnungen. Die Welt der Wiener Philharmoniker als Mosaik. Viena, Braumüller, 2015, p. 285.

15 Roger Scruton, La belleza. Barcelona, Elba, 2020, p. 227.

16 Friedrich Herzfeld, Los maravillosos caminos de la música. Barcelona, Círculo de Lectores, 1967, p. 200.