Anomalisa

Charlie Kaufman (2015)

anomalisa

CHARLIE KAUFMAN:
ANOMALÍAS EN EL NUDO GORDIANO

En El mito de Sísifo, Albert Camus escribe:

No es por falta de amor por lo que Don Juan va de mujer en mujer. Es ridículo presentarlo como un iluminado en busca del amor total. Pero tiene que repetir ese don y ese ahondamiento porque ama a todas con el mismo ardor y cada vez con todo su ser. De ahí que cada una espere darle lo que nadie le ha dado nunca. Ellas se engañan profundamente cada vez y sólo consiguen hacerle sentir la necesidad de esa repetición.1

El éxito del donjuanismo, así como el de los demás casos de vida dedicada al absurdo que presenta Camus, se basa en la consciente realización de la meta que se busca cumplir. En el caso de Don Juan, la búsqueda de cantidad, y no calidad, en las mujeres, surcando por encima de los estándares sociales que facilitan la realización de sus metas, merece la etiqueta de realización absurda.

Sin embargo, el vacío existencial carente de autoconciencia asume la misma forma que aquel repleto de ésta; la búsqueda interminable, en sí un repetir incesante y formado por ansiedad, convierte a los sujetos del buscar en reflejos de la búsqueda misma. Donde se buscan pistas del Eterno Femenino no se puede ver más que el mapa que proyectamos de nuestras inseguridades y estrategias de búsqueda.

Anomalisa, escrita y codirigida por Charlie Kaufman, conforma el reflejo vacío del Don Juan que lee Camus. En esta película, Kaufman rebasa los límites de la tesis original de Camus y presenta una nueva conflictiva a resolver: ¿qué hacer cuando el héroe absurdo no sólo debe controlar a su favor la convención social impuesta, si no aquella convención que él mismo ha tejido?

Michael Stone, protagonista de la película, es un exitoso profesional en el área de servicio al cliente que se encuentra insatisfecho con su interacción con la interacción humana. A su alrededor, cada individuo parece haber sido devorado por Lo Mismo, un ente de una sola cara y una sola voz que media sus relaciones con todo aquel que le rodea. Sobrevive del residual histórico de aquello en lo cual alguna vez hubo significado, de la misma manera en la que admiramos vestigios arqueológicos de una ciudad cuya gloria ha quedado olvidada e inimaginable, sólo acaso insinuada.

A horas de una conferencia más, Michael Stone pretende revivir los breves momentos de significado que alguna vez llenaron su vida a través de un viejo amor. Tras fracasar en el intento, una nueva mujer introducirá esperanza renovada en su vida. Este nuevo encuentro acarreará consecuencias para la comprensión de su malestar.

La película no cuenta con un conflicto central y bien ubicado. Es un conflicto difuso, constante y presente en toda interacción mostrada. Michael Stone, como experto en servicio al cliente (y autor de un best seller al respecto), ha diseñado el mecanismo a través del cual uno se ve forzado a interactuar con otro individuo: el servicio al cliente. Nuestra mediación con el exterior se ve, forzosamente, mediada por el sostén de la sociedad del consumo primermundista: el ingreso por servicios prestados.

Para Michael Stone, a diferencia de nosotros, la relación cliente-empleado no se limita a una incómoda semejanza en la manera de hablar de todo aquel que nos ofrece un servicio; la relación misma es un diseño provisto por él, estudiado e implementado por taxistas, gerentes, bell boys, call centers y meseros con el objetivo de aumentar la productividad del establecimiento que los contrata.

¿Qué constituye, entonces, el nudo de la cinta? ¿Se plantea en algún momento un conflicto a resolver explícitamente? Admiradores de Charlie Kaufman identificarán temas recurrentes de obras pasadas. La tensión principal de la cinta busca ser liberada de la misma forma en que Charlie Kaufman (el personaje y el escritor) terminan su guión en El ladrón de orquídeas: entregándose a la resolución hollywoodense, a la explicación absoluta, al fin de las dudas y, por lo tanto, de los conflictos: los buenos y los malos. Sin embargo, la presión no cede en Anomalisa.

En Synecdoche, New York, Kaufman nos invita a comprender que

hay casi trece millones de personas en el mundo. Ni una de esas personas es un extra. Todos son protagonistas en sus propias historias.

Sin embargo, en Anomalisa esta conclusión se lleva al absurdo: donde todos importan por igual, nadie importa en realidad. La única unidad de medida, uno mismo, iguala a todos (los demás y uno mismo) a un mismo nivel. Lo sobresaliente de cada persona, tan significativo como lo sobresaliente de otra más, se iguala en una escala de insignificancia y falta de relevancia en la percepción del mundo exterior. No es necesario diseñar el mecanismo de servicio al cliente que nos rodea y rige para comprender que nos limitamos, como espectadores, a proyectar nuestras ideas de Lo Otro sobre lo que esperamos de los otros individuos.

Al mismo tiempo que es una búsqueda de significado absurda, Anomalisa finge exitosamente ser una historia de amor, un alegre destello de originalidad romántica en una neblina formada por Lo Idéntico. Sin embargo, Kaufman nos deja a nuestro criterio dar el peso que creamos conveniente a los elementos de individuación e identidad que podrían convertir este nudo gordiano en un final feliz y a aquellos elementos de constante advertencia sobre la única conclusión posible.

Así, Anomalisa demuestra ser otro éxito de Charlie Kaufman, un éxito mucho más llamativo por la notoria escasez de bombos y platillos que caracterizan a las en ocasiones impenetrables metáforas de la existencia contemporánea que dan el sello de originalidad de Charlie Kaufman en cualquiera de sus películas. La principal fuente de tensión, tanto narrativa como sexual, radica en el mismo anhelo que aquel de los personajes de Don Juan Tenorio: escuchar una nueva voz.

Causan bastante indignación […] los discursos de Don Juan y esa misma frase que sirve para todas las mujeres. Pero para quien busca la cantidad de los goces sólo cuenta la eficacia. ¿Para qué complicar las frases anteriores que han hecho ya sus pruebas? Nadie, ni la mujer ni el hombre, las escucha, sino más bien la voz que las pronuncia. Son una regla, la convención y la cortesía.2

 


1 Camus, A. (1942). El mito de Sísifo. Buenos Aires: Losada. Traductor: Luis Echávarri. p. 84.

2 Ibid., p. 86.