Habitamos estructuras de fuego
en una ciudad que surge del viento,
en porciones de tierra que escapan del cielo
y continentes innombrables para infinitas voces.
Recorremos el oro que arde tras los ojos,
merodeamos por avenidas de placer
hasta encontrar el pulso que llena la vena hundida,
y regresamos a la vida andante
hasta que no basta la sangre.
Sepultamos la ansiedad de la tradición humana
y caminamos ciegos sobre las tumbas que arden.
Nos hundimos en espejos de carne
para asimilar la verdad de la muerte
y renacemos del viento que sopla cuando se apaga el fuego.