“Si les gusta, le llaman vintage; si no les gusta, le llaman viejo”. Con esta frase, casi lapidaria, Clara termina la discusión con sus hijos adultos sobre vender el departamento donde ha vivido la mayor parte de su existencia. La cinta brasileña Aquarius (2016), de Kleber Mendoça Filho, reflexiona sobre las acciones de la empresa neoliberal y cómo intervienen en la vida privada de las personas. Este filme, en el que destaca la impecable interpretación de la veterana actriz Sônia Braga, ha recibido dieciocho premios internacionales y fue nominada a la Palma de Oro en la edición del 2016 del prestigioso Festival de Cannes.

Si alguna industria representa las acciones del capitalismo neoliberal es la que concierne a la construcción que, haciendo a un lado la ética y el compromiso con el ser humano, busca obtener beneficios a toda costa. Tal vez motivado por el escándalo de la constructora Odebrecht en Brasil, o por casos como el de ohl en México, Mendonça plantea las formas poco éticas que las constructoras tienen para hacerse de propiedades y expandirse, sin importar la cultura, las costumbres o la historia de las personas ligadas a un espacio, llámese barrio o edificio; formas que van desde el ofrecimiento de grandes cantidades de dinero hasta la intimidación y la agresión psicológica. Este tipo de acciones son las que sufre Clara, la protagonista de la película, a la vez que conocemos su vida cotidiana, su pasado y su fuerza para enfrentar la voracidad insensible de una compañía constructora.

Clara (un exquisito papel de Sônia Braga) es una periodista viuda y pensionada de 65 años y la única habitante del edificio Aquarius, ubicado frente a una de las playas más populares de la ciudad brasileña de Recife. El resto de los condóminos han vendido ya sus departamentos, pero ella no desea salir de ese lugar donde ha fincado su vida por más de treinta años. Amante de los libros y de la música reproducida en discos de vinil, su departamento está lleno de ellos. Clara vive sola y su vida cotidiana es la misma desde hace más de tres décadas, tiempo en que el neoliberalismo llegó a Latinoamérica y modificó la realidad, con todo lo que ello implica. Clara, a diferencia de sus antiguos vecinos, no va a permitir que una constructora destruya su pasado, ni tampoco su futuro, es decir, el sentido de su vida.

Las visitas ocasionales de los hijos y nietos de Clara le permiten al director brasileño mostrar otro aspecto de esa realidad construida por el neoliberalismo: el desencuentro entre generaciones (por ejemplo, el nombrar a esta generación Millenials) cuya distinta percepción de la realidad impide una armónica convivencia para una construcción conjunta de la realidad. Simultáneamente, podemos ver que, por el contrario, al interior de la constructora representada en esta película, el dueño y su nieto recién egresado de una universidad estadounidense están en perfecta sintonía para hacerse, a como dé lugar, de la propiedad. La sociedad está fragmentada, mientras que aquéllos que toman decisiones por y para ella sin su participación, están unidos.

Con un guion bien desarrollado que plantea la historia desde una perspectiva basada en la cotidianidad, tal como plantea la fenomenología de Schütz, desde la que sólo se conoce a la realidad y al sujeto que la construye en la cotidianidad y que el filósofo austriaco llama mundo de la vida. De esta forma, con los hábitos cotidianos, Mendonça crea un vínculo entre Clara y el espectador para que, sin mecanismos tramposos, se genere una empatía. No vemos escenas forzadas en las oficinas de la constructora, en las que se maquinen perversamente sus objetivos, ni se muestra la maldad de los miembros de ésta, como si fuesen personajes hollywooodenses. En esta cinta, ellos también son personas y ya. Son sus acciones las que denotan sus intenciones mercantilistas, insensibles a la realidad de Clara.

Aquarius es el nombre del edificio donde vive Clara y Nuevo Aquarius es el nombre del proyecto que levantará, en el terreno que ocupa, un gran edificio de lujo, pero nada de la vida del Aquarius original quedará, salvo el nombre… tal y como está pasando en los centros históricos de muchas viejas ciudades. Así, también el edificio se convierte en una representación de la realidad que, desde la década de los ochentas, ha ido reduciendo los paisajes urbanos a una estética homogénea y culturalmente monótona; una realidad que existe en cualquier ciudad neoliberal del planeta. Su fachada tuvo varios colores, según la época y el ánimo de sus moradores, mientras que los edificios vecinos, modernos y lujosos, poseen esa estética homogénea que no permite la intervención de sus habitantes para transformarlos. De ser espacios para construir narrativas vitales con sentido, ahora los edificios son estructuras sin personalidad donde se guardan esos objetos llamados personas.

En esta sociedad, tan descarnadamente competitiva, no importa la historia de las personas, no importa su pasado ni la memoria. Esta sociedad es tan inmediata como reproducir una canción en un dispositivo móvil, renunciando al objeto llamado disco, que poseía un encanto casi ritual para ser reproducido, encanto que aún disfruta Clara cuando escucha sus lp.

Aquiarius es una cinta franca y reveladora que, desde la dimensión de lo cotidiano —ahí donde está la verdad, según Schütz—, nos invita a reflexionar sobre nuestra propia cotidianidad a partir del sentido que el pasado debe crear para nuestro futuro, lejos de lo que una empresa quiera hacer con ellos. Si no tuviste la oportunidad de ver esta magnífica película en un cine, la puedes ver en streaming en la plataforma MUBI.

 

Aquarius

Brasil, 2016.

Dirección y guion: Kleber Mendonça Filho.

Fotografía: Pedro Sotero y Fabricio Tadeu.

Reparto: Sônia Braga, Humberto Carrão, Maeve Jinkings e Irandhir Santos.