VI. La entrevista cualitativa

La comunidad se encontraba consternada, pero no tanto como para llorarle. El velorio fue corto, solemne; parecía, por momentos, una sesión fotográfica de las autoridades políticas y universitarias, y no un funeral. En los periódicos no faltaron algunas esquelas publicadas en nombre de algunas oficinas de gobierno, la universidad y los proveedores de la cafetería a los que Simón solía consentir en los contratos.

Con las elecciones a tres semanas de distancia, Baldomero sabía que el camino le quedaba libre, que no tendría oponente alguno y que, por lo tanto, sería nombrado “candidato de unidad”. Se frotaba las manos, se veía constantemente al espejo para acomodarse la corbata, andaba más feliz que nunca por los pasillos, casi se sentía director.

—Buenos días, señor rector.

—Buenos días, Dr. Baldomero, ¿cómo se encuentra? Espero que bien —respondió el rector, sin dejar que Baldomero contestara, y prosiguió—. Lo he llamado para platicar sobre el futuro de la facultad. A pesar de que no le tengo mucha confianza, yo considero que es el más adecuado para todos. No era mi gallo, usted lo sabe, pero quiero darle la oportunidad de mostrar su lealtad hacia la universidad.

—Señor rector, es un honor para mí la confianza que…

—Será nombrado candidato de unidad y su único trabajo será conseguir el mayor número de votos posible. Directores populares y leales fortalecen al rector, y un rector fuerte beneficia a la universidad. ¿Entendió?

—Sí, señor rector, haré una gran campaña las tres semanas que restan, además prop…

—Muy bien —interrumpió de nuevo el rector a Baldomero, sin darse cuenta—. Como sabe, el proceso para reelegirme se avecina, será en dos años y desde ya me encuentro trabajando en ello. Ahora que las elecciones quedan a su cargo y que tiene el camino abierto, espero que tenga claro a quién debe rendir cuentas —Baldomero asintió en silencio y, cuando quiso hablar, fue interrumpido nuevamente—. Queda conversar una cosa más. Para aprovechar el fallecimiento del Dr. Simón, se me ocurre hacerle un pequeño homenaje el último día de su campaña, develar un pequeño busto. De paso, podríamos arrastrar más votación.

—Señor rector, si me lo permite, tengo una propuesta más al respecto, que puede resultar benéfica.

—Diga —asintió el rector, esta vez parecía dispuesto a escuchar.

—Tengo entendido que en el presupuesto aprobado para la facultad este año se encuentra la construcción de un auditorio ¿Por qué no aprovechamos para poner la primera piedra de lo que puede ser el Auditorio Simón Cáceres?

El rector asintió pensativo y resignado.

—Bueno, tenía la intención de ponerle el nombre de algún prócer de la patria, pero creo que es buena idea lo de Simón, total que también tenemos que empezar a generar nuestros primeros héroes universitarios.

—Una última cosa, señor rector.

—Diga —contestó en seco.

—¿Le parece bien si para los mítines de campaña repartimos tamales y café entre los estudiantes? Para que se animen a llenar los actos. Los puedo pagar de mi bolsillo.

—Es pertinente, Dr. Baldomero. Comenzamos bien. Puede retirarse. El concurso de oposición para ocupar una plaza de docente-investigador en la Uasur había iniciado. Aunque lo ofrecido era un contrato con una vigencia de tan solo un semestre, resultaba relativamente atractivo por los veinticinco mil pesos mensuales que ofrecía durante ese periodo, con oportunidad de ser renovado. Ese día, el pequeño claustro esperaba unos veinte contendientes, pero solo se presentó un candidato. Todos estaban extrañados de que nadie más se hubiese inscrito. La Dra. Caballero pensaba que la Uasur no era lo suficientemente atractiva para laborar. Rómulo argumentaba que el contrato no resultaba estimulante y que eran escasos los candidatos factibles, por todos los requisitos que pedían, entre el idioma inglés con seiscientos puntos del TOEFL y al menos nivel C1 en dos lenguas europeas, el grado doctoral, los cinco libros publicados y otros diez artículos publicados en revistas indexadas, más cuatro cartas de recomendación por parte de autoridades académicas reconocidas, documentos probatorios y un mínimo de diez años de experiencia en la administración pública y otros quince años en la docencia e investigación, además de no pertenecer a la planta docente de la universidad, para evitar favoritismos, la barda estaba “alta”, no así, claro, para Galvanilla, quien argumentaba que los requisitos eran “sencillos de conseguir” y que la paga era buena, pero que no había voluntad para vivir en el estado de San Juan.

—Todos quieren estar en la Universidad Nacional Autónoma del Centro (UNAC) —argumentaba sin parar.

Entre tanto, Baldomero, en la megalomanía más excelsa, creía en sus pensamientos más íntimos que nadie quería entrarle por miedo a vivir bajo su sombra.

Mientras el consejo de elección formado por Galvanilla, la Dra. Caballero y Baldomero permanecía conversando de manera intermitente al final de un salón, con unas mesas que simulaban un improvisado presídium, se presentó un candidato a mitad de la jornada.

—Miren, al fin viene uno —señaló la Dra. Caballero, mientras Baldomero, en su implícita función de director interino, le delegaba a Galvanilla el encabezar la entrevista, la cual debía ser corta, para no generar empatía o sesgo alguno con los candidatos.

—Muy buenos días, tome asiento, por favor. ¿Apellido y nombre? — preguntó un serio y escéptico Galvanilla.

—García, Matute García.

—¿Grado?

—Doctor en Ciencias Políticas.

—¿Idiomas? —Inglés avanzado, francés intermedio y portugués intermedio.

— ¿Experiencia? ¿Cargo actual?

—Soy sniF ii

Un silencio en el comité de contratación quebrantó la sequedad de la entrevista.

—¿Cómo dijo, señor? —preguntó Baldomero, anticipándose a Galvanilla.

—Dr. Matute, por favor. Sí, soy snif ii.

—¿Documentos probatorios, Dr. Matute?

Matute entregó una carpeta llena de documentos hechos a modo: sus títulos, el otorgamiento del SNI, contrataciones ficticias, cartas y publicaciones en el extranjero inventadas por las agregadurías militares. Matute salió airoso.

—Así que usted es politólogo —preguntó Galvanilla, volviendo de la pausa.

—Así es, mis estudios se orientan en concreto a la educación.

—¿Y qué lo trae por aquí, doctor? —preguntó con extrañeza la Dra. Caballero.

—Me resultó atractivo el contrato. Me sirve para seguir manteniendo la categoría II del snif —respondió Matute con cierta convicción.

—¿Ha trabajado en la administración pública antes, doctor? —preguntó Galvanilla.

—Sí, estuve antes en áreas federales de apoyo a la vivienda.

—¿Cuáles son sus líneas de investigación, doctor? —preguntó Baldomero.

—Políticas públicas, gobiernos locales y educación.

—¡Vaya! Son muchas líneas de investigación, pero son justo las que necesitamos por acá. Le llamaremos pronto, para hacerle saber nuestra decisión —dijo Galvanilla, volviendo a la solemnidad.

La discusión en torno a aceptar al candidato o relanzar la convocatoria fue airada. Para la Dra. Caballero, el perfil le resultaba adecuado, aunque le hubiera gustado explorar más perfiles. Galvanilla, ocultando su miedo a ser desplazado en su incipiente popularidad como investigador, argumentaba que al “Sr. Matute” le faltaba experiencia. Y Baldomero, viendo en Matute un poco de él, dijo que había que integrarlo, que era casi obvio que nadie quería trabajar en el sur, pues en el centro “estaba todo”, y que era buena señal que Matute se hubiera arriesgado.

—Total, el contrato es solo por seis meses y, si no nos convence, le damos las gracias al final del semestre —decía un Baldomero que, con el ego trastocado, en lo que menos pensaba era en amenazas.

Forzados por el inminente nombramiento de su compañero de cubículo como director, a la Dra. Caballero y a Galvanilla no les quedó más que ceder.

 

Reporte No. 1
Entrevista

Se dieron argumentos convincentes al jurado. He sido el único en presentarme a la entrevista. Alta probabilidad de éxito. La seguridad de la Nación es primero.

Agente S5


Estimado Dr. Matute:

Desde la Secretaría de Investigación de la Facultad de Asuntos Públicos, nos ponemos en contacto con usted a fin de informarle los resultados obtenidos en el marco de la Selección de Docentes-Investigadores. Su currículo ha sido elegido para formar parte del grupo académico de esta Facultad.

En esta oportunidad, le agradecemos su participación y el tiempo dedicado a hacernos llegar sus datos. Desde ya, las puertas de la Universidad y la Facultad están abiertas para usted.

Favor de presentarse el lunes, a las 8:00 a. m., en mi oficina (cubículo 205).

Nos mantendremos en contacto.

Saludos cordiales,


Dr. Julio Baldomero
Docente-Investigador-Consultor
DIRECCIÓN
Facultad de Asuntos Públicos
Avenida Cacalpan, No.1,
Ciudad de San Juan, San Juan.
fapcontrataciones@uasur.edu.com
Tel. 0517-1993.


Habían pasado apenas cinco días desde la entrevista y Matute se encontraba impaciente, hasta que un correo electrónico le devolvió la calma:

“¡¿A las ocho?! ¡¿Empiezan actividades a las ocho?!”, pensó Matute al terminar de leer el correo. El horario le aturdía. Acostumbrado desde los quince años a estar bañado, desayunado y listo para comenzar el entrenamiento a las seis de la mañana, le parecía un exceso civil. “¡Con razón a la patria siempre se le madruga!”, exclamó en voz baja y con resignación.

Mientras tanto, Baldomero, asumiendo con la venia del rector funciones directivas de manera anticipada —la ley universitaria no preveía el fallecimiento de un director y, mucho menos, figuras interinas—, preparaba la bienvenida que debía darle al nuevo integrante.

 

Reporte No. 2
Objetivo cumplido

El primer objetivo ha sido concretado con éxito. El lunes ingreso.

La seguridad de la Nación es primero.

Agente S5

 

VII. Los orígenes del baldomerismo

La casona antigua tenía dos entradas, ambas privadas: a la izquierda se encontraba la de la casera y, a la derecha, la de una habitación separada, un ambiente amplio, con todo lo indispensable para un docente solitario. Estaba ubicada a tan solo cinco minutos de la Uasur y era silenciosa, alejada de cualquier ruido estudiantil. Era el espacio ideal para la discreción.

El reloj apuntaba las seis de la mañana y Matute se encontraba perfectamente ejercitado, bañado y desayunado. La espera hasta las ocho le pareció una eternidad. “¿Qué hago mientras?”, se preguntó ansioso. Miró de corrido la pequeña colección de libros con la que contaba: Cómo hacer Ciencia Política, Teoría del Estado, Ni Marx ni contra Marx, El Manifiesto Comunista, Esquema para el análisis político, El contrato social, La política, El príncipe… “¡Perfecto! Este libro viene bien”, pensó. “Vigilar y castigar es un buen libro, me puede sacar de apuros teóricos para la tesis, incluso hasta para dar un buen choro a los alumnos”.

Matute, quien había dejado trunca su tesis doctoral por no poder culminar el estado del arte y por haber obtenido el doctorado gracias a la misión que desempeñaba, se había quedado con el gusanito: “¿Qué factor hace menos corrupta a una sociedad, la educación o el castigo?”. Siempre se había preguntado eso y lo había vuelto incluso parte de su tesis. Dedicó una hora y media a leer el libro, hasta que sus ansias lo impulsaron a moverse hacia la facultad.

Eran las 7:58 de la mañana cuando, pausadamente, Matute asomó su cabeza al cubículo 205.

—Buenos días, soy el Dr. Matute, vengo por el mail que…

—¡Buenos días, compañero! ¡Pasa y siéntate, por favor! —le dijo, con entusiasmo, Baldomero—. Estoy revisando nuevamente tu currículum. ¡Estás muy preparado! ¿Cómo has estado? ¿Qué te ha parecido San Juan?

Como queriendo cumplir un protocolo, Matute no contestó inmediatamente a las preguntas, por el contrario, quería justificar su presencia.

—Buenos días, doctor. Muchas gracias por sus observaciones. He venido tal y como me lo ha indicado. Aunque ya teníamos el gusto de conocernos en la entrevista, es un gusto saludarlo en estas condiciones.

—El gusto es mío y, ya que somos colegas, mejor hablémonos de tú, por favor —respondió Baldomero.

Queriendo acariciar el ego de su superior civil, Matute dijo sin sobresalto:

—Estimado doctor, me es imposible hablarle de tú. Para mí, es un honor empezar a trabajar con una persona tan respetada en el ámbito académico. Sepa que estoy a la orden.

—Muchas gracias —respondió Baldomero, como si los halagos ya estuvieran ahí antes de que Matute llegara.

—Doctor, quisiera saber qué prosigue. ¿Cómo me integro? ¿Para qué les puedo servir por acá?

Baldomero, quien tenía casi cincuenta años, percibió en las preguntas de Matute cierta incertidumbre, lo que le recordó su propia juventud. Seducido por la formalidad forzada de quien no acostumbra usar traje, pensándose a sí mismo más allá del bien y del mal, víctima —sin saberlo— del síndrome del discípulo, trató a partir de ese momento con deferencia paternal a Matute. Aunque muy político y propio con adversarios y amigos, Baldomero era un hombre duro. Solía ningunear a sus detractores y a sus allegados apenas algo no le parecía, pero a Matute había decidido tratarlo bien, total que, si le fallaba su intuición, el contrato solo duraba seis meses.

—Tu cubículo será el 200. Como verás, yo ocupo el 205; la Dra. Caballero, el 201; el maestro Rómulo, el 202; y el 203, el doctor Galvanilla.

—¿Y ese cubículo de allá, al lado del mío? —preguntó Matute.

—Ese que está vacío es el 204. Era del Dr. Simón, que en paz descanse. Sin querer ahondar en el desagradable recuerdo que le provocaba Simón, Baldomero aprovechó esa ausencia para curarse en salud.

—El Dr. Simón era el candidato de unidad para ser director de esta facultad, pero por desgracia, la muerte se le adelantó.

Suspirando, volvió a la carga:

—Era un gran compañero, excelente administrador y uno de los pilares de esta facultad.

—Y ahora, ¿quién será director? —preguntó Matute, sin duelo alguno.

—Tu humilde servidor, aquí presente

—¿En serio?

—¡Claro!

—No, pues es un gusto estar aquí. Como le he dicho previamente, estoy a la orden para lo que se le ofrezca —dijo Matute, con feliz e hipócrita sumisión.

Si bien Matute no sabía de las sospechas de la ssn respecto a Baldomero, su instructivo decía claramente que ganarse la confianza del director era una de las misiones principales, por lo tanto, haría lo que fuera, incluso empezar a pegar carteles el día que fue contratado.

—Pues ya que eres parte de esta universidad, no sé si gustes acompañarme a mi primer acto de campaña. Será en la explanada. Estarán el claustro y los estudiantes. Tenemos que hacernos notar, para que el rector se ponga contento.

—¿Y eso? —preguntó, expectante, Matute.

—¡Ah, caray! Es cierto, es tu primer día acá.

—Una disculpa, pero no he vivido antes unas elecciones de este tipo —se justificó Matute.

—Bueno, pues serán las primeras y, si en verdad quieres entrarle, pues hay mucho trabajo por delante.

A Matute, quien en verdad nunca había vivido unas elecciones universitarias, le resultaba patético el hecho de realizar campaña habiendo un solo candidato. Como leyendo su pensamiento, Baldomero remató:

—No importa si hay un solo candidato, en estos ambientes, hay que mostrar músculo y popularidad ante el rector. Es la manera de garantizarnos una estancia feliz en el cargo y una reelección segura.

Matute finalmente comprendió y, aunque había tomado clases de ciencias políticas, una cosa era ser politólogo y otra, muy distinta, era hacer política en una facultad a setecientos kilómetros de la capital del país.

—Pues sígueme. De paso, te presento a los compañeros de la facultad y, en serio, hablémonos de tu.

—Será un placer —respondió Matute.

Presuroso, Baldomero había convocado a un mitin inicial y había puesto en marcha la estructura estudiantil reclutada en el Bar Tonalá. Matute, sin buscarlo, entraría por la puerta grande a la facultad. Había mucho que reportar ante sus superiores.

 

Reporte No. 3
Objetivo en camino

Entablé comunicación con el Dr. Julio Baldomero. El encuentro ha sido positivo. Participaré en su campaña para la Dirección de la Facultad. El susodicho es candidato de unidad.

La seguridad de la Nación es primero.

Agente S5

 

La explanada de la facultad era, en realidad, un espacio involuntario al aire libre, rodeado de edificios construidos de manera fortuita. Baldomero había mandado a convocar una reunión general. No tuvo que amenazar a nadie para lograr la concurrencia.

A los alumnos, el rumor de las promesas de baños limpios, una cancha de futbol rápido y tamales y café gratis, los habían motivado a asistir. Había, al menos, un centenar, a los que se agregaron otros cincuenta, movilizados por los ocho asistentes al alcoholizado petit-comité del cubículo 205. Galvanilla ya no ocultaba su alegría por la candidatura de Baldomero. A los dos profesores restantes, Rómulo y Eliza, no les quedó más que autocensurarse, sonreír y seguir la corriente.

—Buenos días, compañeros universitarios. Me disculpo si consideran esta reunión una pérdida de tiempo; para mí no lo es, pues estas elecciones se tratan de ustedes, se tratan de hacer fuerte a esta facultad y, por eso, los he convocado. Como bien sabemos, la facultad sufrió una pérdida irreparable la semana pasada. Aquel a quienes nosotros queríamos como nuestro director se fue, sin que nosotros pudiéramos hacer nada al respecto, y para ocupar su lugar, nuestro señor rector pensó en un servidor.

Los aplausos no se hicieron esperar, iniciados por el grupito de Baldomero. Las manos restantes hicieron lo propio.

—Quiero decirles, compañeros, que yo no quería ocupar la dirección. De hecho, el día que me llamó el señor rector, había asistido, en realidad, a pedir un autobús para la excursión al Congreso del Estado.

Miradas escépticas se cruzaron y Baldomero supo leer los ojos de su público. Con sagacidad, se anticipó:

—El lugar que ha dejado el Dr. Simón es un vacío muy grande.

El público pícaro no tardó en responder de manera espontánea: “¡Siiimón! ¡Siiimón! ¡Siiimón!”. Baldomero, sin quedarle de otra, acompañó los gritos, no tanto para motivar a su audiencia, sino más bien para callarla.

El nuevo prócer de la facultad, alzando la mano izquierda, micrófono en mano, restableció la calma.

—Incluso… Incluso le dije al señor rector que una persona al frente no alcanzaba, que esta gran facultad necesita más que un hombre, pero él confió en mí, confió en el trabajo que hemos venido haciendo, confió en esta facultad y, ante semejante reto, vengo a buscar el respaldo de ustedes. Necesitamos, entre todos, sacar adelante nuestra institución.

Los aplausos no cesaban. Matute veía sorprendido cuánta euforia producían unas simples elecciones universitarias.

—¡Compañeros! —Baldomero retomó su discurso—. Antes de terminar, quisiera presentarles a un nuevo integrante de esta familia universitaria, una persona que viene a sumar su esfuerzo y que sabemos que podrá aportarnos mucho.

Matute, sintiendo las miradas provincianas y expectantes, sin saber qué hacer y con el ego tocado de manera intempestiva, adquirió el aspecto de cuando le cantaban las mañanitas de niño frente al pastel: se quedó quieto y ni siquiera su disciplina militar lo salvó de sonrojarse.

Baldomero le alzó el brazo, lo presentó como su púgil, como si nombrara incluso a un sucesor adelantado, aunque el futuro director llenaba con su ego la plaza y apadrinar a alguien que consideraba “bueno” era parte de su show.

—¡Con ustedes, el Dr. Matute García, profesor e investigador del snIF nivel II!

Los aplausos brotaron nuevamente de la nada. Aquella mañana, muda, asoleada y calurosa, volvió esa pausa de media hora que duró el mitin en algo suficiente como para que todos en la facultad se pusieran a hablar de ello, por al menos las siguientes tres semanas.

 

Reporte No. 4
Exposición súbita

He sido presentado a una multitud de personas en la facultad por parte del futuro director. Espero no arriesgar la misión. Quedo al pendiente de nuevas instrucciones, para saber si me sujeto a una exposición mayor o me manejo con discreción.

La seguridad de la Nación es primero.

Agente S5

 

—¿Lo habrá descubierto? ¿Por eso habrá querido exhibirlo? —preguntó precipitado Acosta, mientras el general en jefe lo calmaba.

—No, ese no es el punto. Acuérdate que todo lo que es nuevo siempre lo anuncian con bombo y platillo, y el mayor Matute, en su papel, no ha sido la excepción. Acuérdate cómo al general Simón se le abrieron las puertas muy rápido, a pesar de lo antisocial que siempre fue.

—¿Qué le decimos entonces al mayor Matute? ¿Qué redacto?

El general en jefe, al tiempo que veía por la ventana marchar a los cadetes, le respondió:

—Dígale que consolide su posición. Vamos por todo, no puede quedarse al margen. Es imposible no exponerse a tanta gente siendo tan cercano a una figura con mucho arrastre, como Baldomero. Cuando llegue el día de la operación en la FAP, si las cosas salen mal, podemos responsabilizar al mayor Matute. Si las cosas salen bien, será debido nuestra sabia decisión de ponerlo ahí —Acosta asintió con un gesto de satisfacción.

Baldomero había citado a quienes consideraba dignos de ser sus más cercanos colaboradores para hacer campaña. Se encontraba Pedro Galvanilla, con quien solía “publicar e ir a congresos”; Isidro Tabares, compañero de parrandas baldomeras, recién contratado como intendente para limpiar… pero la facultad de todo disidente, a quien se le identificaba por su acento costeño; Matute, recién incorporado; así como dos alumnos que, según rumores, eran quienes tenían “arrastre” entre los estudiantes, aunque nunca se supo si en verdad tenían tal arrastre, como tampoco sus verdaderos nombres. Al primero, le llamaban el Píter, y al segundo, le apodaban el Yayo.

—Los he citado en este café, porque reunirnos en un bar puede dañar nuestra imagen —dijo Baldomero, viendo a los ojos a Tabares, como queriendo excusarse solo con él.

Galvanilla, su compinche académico, completó el argumento:

—El Café Corrientes es un buen lugar. Aquí se reúne “di best of di best” de San Juan.

Aunque no era el fuerte de Galvanilla, del inglés dominaba un compendio de frases que lo ayudaban a terminar sus conversaciones.

—¡Bonito lugar! —exclamó Matute, mientras alzaba la mirada para reconocer los pósteres y adornos.

Los alumnos permanecían callados, mientras la mesera llevaba los frappés, expresos y americanos que habían pedido. El Píter y el Yayo eran todos ojos y oídos.

—Pues bien, tenemos elecciones en tres semanas. Quiero que sea una campaña que dé de qué hablar. Tomaremos como bandera, para ganar mayor popularidad, el problema entre el Gobierno y los maestros disidentes de las escuelas normales del estado, cuyos hijos son nuestros alumnos. Les haremos saber que, al llegar a la dirección, la facultad retomará su vocación social. Creo que eso venderá muy bien y, de paso, acallará a los alumnos más grillos. ¿Cómo ven? —preguntó Baldomero, sin esperar una respuesta, para luego retomar su monólogo—. Los he traído aquí, porque creo que son los que pueden ayudar a concretar este proyecto. Tenemos que demostrar al rector mucha fuerza. Si esto sale bien, nos aseguramos no cinco, sino diez años en la dirección.

—Y de ahí, mi hermano, ¡pos no’ vamo’ a la grande! —dijo un excitado Tabares.

—¡Incluso antes! En dos años, la armamos —comentó el Yayo, respaldado por la mirada del Píter.

—A ver, a ver, a ver… Párenle a su tren. Una cosa a la vez —respondió, bajando la voz y con los brazos extendidos, Baldomero—. Primero, lo primero, y lo primero es la campaña. Después, si quieren, ¡nos aventamos hasta la gubernatura!

Todos soltaron carcajadas cómplices. Baldomero, que sintió en las risas el primer aplauso, continuó:

—Tenemos que impresionar al rector en los dos actos en que nos vendrá a visitar. Tiene que saber que la facultad es nuestra y que le será muy difícil tratarnos como a cualquiera.

—¿Para cuándo serán las visitas? —interrumpió Matute.

—La visita inicial es en una semana y media. Viene a poner la primera piedra del Auditorio Simón Cáceres Abrego. La segunda visita es al final de la campaña, en tres semanas.

—¡No maaa! ¡¿El auditorio llevará el nombre de ese pen…?! —preguntó extrañado Galvanilla.

—Yo se lo propuse al rector. Tuve que hacerlo. Quería mejorar su propuesta de develar un busto a Simón.

—¿Un busto? ¡Nooo puede seeer! —volvió a la carga Galvanilla—. ¡Ni el libertador de San Juan tiene uno! —remató, soltando una carcajada irónica con su papada.

—Así las cosas. Cuando yo sea rector, ya le cambiamos el nombre — guiñó pícaro a todos Baldomero, al tiempo que completaba la oración de manera sarcástica—, le pondremos Auditorio Isidro Tabares.

Carcajadas iban y venían. El Yayo, el Píter, Tabares y Matute fueron, esa tarde, espectadores pasivos de las anécdotas escolares, y las historias de viajes y turismo académico de Galvanilla y Baldomero. Mientras pedía la cuenta, Baldomero los volvió a citar al siguiente día en el mismo Café Corrientes.

—No se me pierdan. Hoy ya quedamos así: tú, Galvanilla, amarras a la Dra. Caballero y a Rómulo; Isidro, tú cuidarás que no existan grupitos que busquen reventar la visita del rector; Yayo y Píter, vayan preparando al alumnado para que nos llene el acto en una semana y media; y tú, Matute, te dedicarás a tantear el terreno, qué dicen de mí, de la campaña, qué rumores se dicen, todo eso.

La cuenta fue pagada. Matute tenía ya tres trabajos: ser docente, ser espía de la SSN y, ahora, también espía de Baldomero.

 

Reporte No. 5
Identificación en el terreno y otros asuntos

He entablado relación con dos alumnos oficialistas de apodos Píter y Yayo, un profesor llamado Pedro Galvanilla y un sujeto que, al parecer, sirve para poner orden por la fuerza en la facultad, su nombre es Isidro Tabares. Es posible que Baldomero sea activo crítico y tenga más aspiraciones políticas que solamente la dirección de la facultad, aunque es difícil determinarlo todavía. El susodicho me encargó vigilar la opinión de los alumnos sobre las elecciones. El viernes, en una semana y media exactamente, el rector de la universidad llegará a poner la primera piedra del auditorio, cuyo nombre será Simón Cáceres Abrego, el anterior director de la facultad.

La seguridad de la Nación es primero.

Agente S5

 

El general en jefe estaba estupefacto. Simón había sido su cuate, se permitía gastarle bromas en todo momento, pero jamás pensó ver a Simón convertido en un ícono universitario.

—¡Qué cosas, Acosta! Mira a ese cabrón… ¡convertido en héroe! ¡Si supieran! Acosta dudó por un momento.

—Oiga, mi general, ¿y por qué la guerrilla lo querría hacer héroe?

—No fue la guerrilla, son órdenes de rectoría, según me informaron otras fuentes. Lo que sí es un hecho, es que Matute puede estar comprobando nuestra hipótesis. Puede ser que, en verdad, el Baldomero ese aproveche la coyuntura para posicionarse más allá de la facultad, que se encuentre tramando algo más.

A partir de lo dicho, Acosta no tardó en darle una carpeta simple al general. Antes de que la abriera, le dijo con un orgullo serio:

—Investigué más de Baldomero. Al parecer, tuvo sus años como activo crítico en la universidad. Militó en partidos de izquierda, fue incluso candidato, pero quedó en cuarto lugar. No hay nada que nos indique alguna actividad clandestina en el pasado, sino hasta ahora.

Un minúsculo y tenso silencio brotó, hasta que Acosta rompió la breve pausa:

—Acabamos de detectar envíos de dinero por parte del tal Baldomero a las Anonas, en la región de Pipián. Lo malo, como usted sabe, es que, hasta la fecha, lo único que han dejado entrar los pobladores de las Anonas es un MasterChange, para recibir dinero del país del Norte. De ahí en fuera, no entra ni el viento sin que tenga que pedir permiso.

—Así que el tal Baldomero se puso a enviar dinero… ¿Desde cuándo? —preguntó el general.

—Empezó a enviarlo unos meses antes de la muerte del general Simón. Al parecer, son montos significativos. De hecho, coincide con una plática o conferencia que fue a dar justo a ese poblado. Me parece la conferencia se llamó… —Acosta bajó la mirada para identificar el título—. Se llamó “La nueva lucha de clases ante la inseguridad y la violencia de Estado. Lo popular como respuesta a los productos del capitalismo tardío”.

—¡¿Qué carajos es eso?! —preguntó, sarcástico, el general en jefe.

Acosta, desconociendo la naturaleza de la pregunta, intentó responder:

—Seguro es una justificación académica para las autodefensas que existen por allá.

—Obviamente, lo sé —se excusó el General—. Ese es un problema de seguridad nacional, pero el régimen lo ha dejado vivir, por aquello de los derechos humanos y la imagen internacional. Bien saben en Presidencia que las autodefensas son herederas directas de la guerrilla.

De nuevo, Acosta preguntó:

—Oiga, mi general, ¿y sí es un hecho la existencia de guerrillas en la zona, o es un mito del pasado? Porque, hasta ahora, no han sacado ningún comunicado. Tampoco ninguno de nuestros compañeros desplegados por allá nos ha informado de algo sospechoso.

—No sé si es un mito, pero de que hay algo, hay algo. Entre los maestros disidentes de las normales del estado, la muerte de Simón, Baldomero y su discurso incendiario, y el discurso de los disidentes de San Juan, nosotros tenemos la obligación de responder, mi estimado Acosta. No podemos especular si existen o no las amenazas. Ordene a Matute que investigue las razones de Baldomero para conectarse con el poblado de las Anonas.