Me llaman puta, también princesa,
me llaman calle, sin nobleza,
calle sufrida,
calle perdida, de tanto amar.

Manu Chao

México no puede entenderse como un fenómeno, como un mundo, como una mentalidad; tiene que entenderse parte por parte, región por región. En la sola capital habita una cantidad abrumadora de personas; se pierden unas historias y otras aparecen. Resulta entonces necesario entender la multidimensionalidad como descripción natural de una ciudad, de esta ciudad. Al oriente del Centro Histórico, entre edificios coloniales que aún se hallan de pie, La Merced se alza como uno de los epicentros del movimiento. El mercado abastece a un alto porcentaje de los negocios de la ciudad. Se surte de todo: materiales para fiestas, mochilas, dulces típicos, dulces de azúcar procesada, piñatas… Cerca, el Mercado de Sonora abastece a santeros, boleros, papeleros, fruteros, peatones, restauranteros… Hay tanto y para tantos, y desde hace tanto tiempo, que al ser uno de los principales puntos comerciales de abastecimiento de la ciudad (hasta 1982, año en que se mueve la actividad comercial a la actual central de abastos), terminó por asentarse en él la red de trata de personas más grande de Latinoamérica. Este fenómeno acabó por pintar al Mercado de La Merced de un color indeleble, uno que se le pegará a su bullente eclecticismo, a su calle.

Después de años de forja, nos topamos con un mercado que, lejos de ser el más grande de esta ciudad, es uno de los más grandes, más calurosos, de una urbe que acostumbra adoptar cosmogonías polarizadas y arrojarlas unas frente a otras para que se miren y se toquen. Alumbradas por el sol, unas compran y otras se venden, infectadas de una realidad y de una contemplación del mundo que no pueden entenderse una sin la otra. El mercado huele entre fresco y podrido.

Salimos del metro hacia el andador principal del mercado y luego fuimos hacia el Eje 1. Pasamos dos altares de San Judas y uno de la Santa Muerte. Una cuadra más y ahí se les puede encontrar, pasando el rato, leyendo el periódico, arreglándose el maquillaje, algunas bajo una sombrilla para repeler el sol de la mañana clara. Entre cargadores, microempresarios, dulceros y puestos, ahí están. Incluso estando en circunstancias de prostitución, se puede hablar de circunstancias profundamente distintas. La zona de la ciudad determina, en buena medida, el estatus, la cantidad que puede cobrar una mujer ahí. No es lo mismo estar en Sullivan o en Tlalpan, que en La Merced. La trata de personas no es necesariamente la realidad de todas las mujeres que ejercen este oficio; sin embargo, La Merced es una de las zonas donde se puede hallar a mujeres en situaciones más precarias y vulnerables, pues se considera uno de los estratos más bajos de la ciudad.

Las historias que convergen en este contexto son muy variadas. Aquí hay trabajadoras sexuales a casi cualquier hora del día. También hay de todo: mexicanas, centroamericanas, de más al sur, jóvenes y viejas, rubias y morenas. Por la Capilla de La Humildad, nos detenemos en el flujo de personas. El lado izquierdo de la acera es mayoritariamente para los comerciantes y para los compradores; el derecho, para los clientes y para ellas. Dos patrullas moderan el tráfico mientras el ruido se erige sobre nuestras intenciones, sobre la preocupación de encontrar un problema con un padrote . El sopor invade la cotidianidad con la que se desarrolla la escena, la costumbre, el que sean tantas las veinticuatro horas del día. En la calle ajetreada, encontramos a Malena, la primera que accede a las preguntas, después de varios rechazos. En la red de La Merced hay más de 1 500 menores de edad y 5 000 mujeres que son víctimas de explotación sexual, el segundo negocio más redituable de México después del narcotráfico. Queremos saber cómo es el mundo para ella; cómo se desenvuelve el amor para ella, cómo se manifiesta; cómo siente que la mira el mundo a ella; cómo nuestras historias pueden tocarse por un instante y contemplarse, para luego no volver a coincidir… quizás nunca.

 

¿Cuántos años tienes?

Yo ya tengo 38 años. Tengo… bien, bien, tengo dos años trabajando aquí en esto.

Pero ¿ya vivías desde antes en la ciudad?

No. Yo soy del estado de Puebla, de Amozoc, Puebla. Ajá. De allá vengo. Y, pues, aquí empecé a trabajar. Bueno, más antes yo trabajaba. Primero me metí en una fábrica textil; luego de ahí, me metí a eso de que apenas empezaba, no sé si te acuerdas, Soriana, porque antes era Gigante y empezó primero Soriana. Bueno, yo también ahí estaba, pero me fue mal, fui abusada, casi por lo regular que he tenido mala suerte para eso. Haz de cuenta que luego trabajaba yo ahí y te dicen: “¿Sabes qué?, pues hay recorte de personal, pero tú te puedes salvar”, entonces, pues prácticamente, como se dice vulgarmente, te las están pidiendo, ¿no? Y pues opté para venirme aquí al DF a trabajar.

¿Entonces ya tenías a tus hijas?

Sí, ya tenía yo dos. Ya tenía yo mis dos hijas.

¿Y tú creciste en Puebla?

Allá, sí, allá es mi lugar de origen. Ahorita allá vivo. O sea, mis hijas están allá, cada quince días me voy para ver a mis hijas, me estoy con ellas, a veces dos, tres días. Como la semana pasada pasó Día de Muertos, pasé toda la semana con ellas. Yo aquí trabajo todos los días. Me voy cada quince días. ¿Qué otra cosa quieres saber?

 

¿Tienes hermanos?

Sí, sí tengo hermanos, pero pues ellos sí, haz de cuenta, eran más grandes que yo y, pues sí, afortunadamente ellos sí estudiaban y trabajaban. Dos de ellos sí son profesionistas. Una de mis hermanas estudió una carrera, este, digamos como… ¿Academia? ¿Técnica? Secretaria. Y mi otra hermana ya no estudió y yo tampoco, ya no estudiamos, porque somos de las más chicas y pues ya no. Y luego, como ora sí, mi mamá prácticamente trabajó bien en Puebla, vendía memelitas ahí. Entonces, prácticamente también nos abandonó, si nos iba a ver una vez por semana, ya era mucho.

¿Tus hermanos más grandes las apoyaban o…?

Pues, nada más sería… pues a veces, que como trabajan y a veces les sobraba así poquito de dinero, pues ya, apoyaban en el gasto. Y nosotras, como somos tres mujeres, bueno, mi hermana, la otra, y yo, la más chica, pus ora sí nos poníamos a hacer de comer, podíamos lavar, lo que podía yo ayudarles y lavarles, pues sí. Y pues, gracias a Dios, no me puedo quejar de nada de eso. Crecimos prácticamente solitos, ora sí, como perritos. Sí, porque mi papá falleció y pues, ya sabes.

¿Dónde vivían?

Nos dejó mi papá, de hace tiempo, una casa, pero no te voy a decir una casota así, o sea, allá eran casas de adobe. O sea, y ahorita ya de esa casa no quedó nada, solo recuerdos, porque mis hermanos tumbaron todo eso, hicieron casa. Cada quien, este… sí, nos dejaron un pedazo de terreno para vivir ahí. Ahí también yo hice mi casita, donde están mis hijas, voy cada quince, cuando puedo cada semana, y pus, cuando puedo darme una escapada y me va bien, pues me quedó allá una semana, estoy con ellas, las atiendo, les guiso, nos salimos al cine a veces.

 

¿Cuándo fue que te viniste al DF?

Mira, ya no me acuerdo bien, pero fue cuando levantaron todos los puestos de aquí del Centro. Ya no me acuerdo en qué tiempo fue, pero sí tiene ya varios años, tiene como unos diez años, más o menos, cuando empezaron a levantar. Porque cuando yo recién había llegado, había tanta gente ahí vendiendo, de los ambulantes, entonces tenían casitas y todo eso. Yo llegué, creo que al mes ellos los levantaron. Supuestamente porque decían que como era enero y había terminado la temporada, el líder les había dicho que nomás eran quince días. Y de ahí levantaron ya puestos y arrasaron con todo, y pus ya no los dejaron.

 

Entonces tú te viniste por esa temporada al DF a buscar trabajos. Viniste por…

Por necesidad, prácticamente.

¿Creías que aquí había mejores oportunidades?

Pues para mí sí las hubo, porque mucha gente viene y, la verdad, así como viene, pus así regresa, la verdad. O será porque no saben administrar tan bien su dinero, porque, o sea, a veces como nueva, pus si trabajas, a la mejor te haces unos dos mil pesos al día, a la mejor. Y eso ya te estoy hablando con exageración. Pero, pus a lo mejor no lo saben administrar, porque mucha gente se deslumbra con el dinero. Ganan y piensan que toda la vida va a ser lo mismo, y eso es mentira.

Desde que te viniste, ¿tus hijas se quedaron allá o al principio vinieron contigo?

No, no. Nunca traje a mis hijas, por lo mismo. O sea, mis hijas ahorita están allá, ahorita me las cuida una señora que no le pago mucho, porque vive ahí también, le doy, este, ¿qué son?, setecientos pesos por semana y ella es la que a veces les guisa a mis hijas, les lava, las manda a la escuela, porque ella también tiene una niña, y pues ahí están. Bueno, la señora esa me ayuda y se dedica ora sí a mis hijas y a su hija. Y yo me dedico, ora sí, como se dice, pues a ganar el dinero, pus para mandarles y pus salgan adelante.

 

¿Vives, en general, con miedo?

Pues a veces sí, pero yo, gracias a Dios, hasta ahorita no me ha pasado nada, porque luego ves en la tele… sale que matan ahí las personas en Tlalpan o aquí también salió en el periódico que aquí en el Hotel Niza también matan a una muchacha, pues todo eso sí es con miedo, porque hay mucha gente que te dice “vamos” y pues tú no sabes si es buena persona o es mala persona.

 

Si alguien te da mala espina, ¿puedes decirles que no?

Sí, eso sí. O sea, como tu persona, tú puedes decir con quién entras y con quién no entras. Es, por ejemplo, yo veo así gente tatuada, borracha o drogadicta que luego se te acerca y “oyes, vamos”. No, ¿sabes qué?, vete, no estoy trabajando. Hay muchos que te agarran la onda y se van, y hay muchos que te dicen una de cosas, verdá. Te tratan como… lo que es tu trabajo, ¿no? Pero bueno, en ese caso yo no le hago caso, porque más vale mi seguridad que meterme y aquí quedarme con un mal susto. A veces, un susto es de todo el día. Que chin, me pasó esto y no puedes con el temor. Entonces, por eso sí escojo mis clientes. Digo sí o digo no.

¿Lo consideras como un privilegio que tú tienes o todas pueden escoger?

No, todas podemos escoger si van o no van. Ya que, por ejemplo, si ella necesita dinero y dice “no, pues yo voy”, pus ora sí ya es independiente de cada quien, es su decisión. Ya es de ella si quiere entrar o no quiere entrar con esa persona. Pero nadien te obliga a que entres con la persona ora sí que llegue, que te aborde y que te diga “vamos”.

¿Tienes algo de protección o simplemente la gente respeta si dices no?

¿Protección? ¿Como qué? ¿Como un policía o algo?

O alguien. Si algún día tú dices que no y se pone muy insistente…

No, solamente a veces; no, aquí es de uno mismo. A veces, rara la vez que he visto que compañeras tienen problemas, sí les hacen parito las recamareras. Las recamareras o abajo en la administración ya ayudan a la persona que salga y se vaya, que viene a lo que viene, no viene ni a maltratar a las chicas, ni a matar a las chicas, ni a nada. O sea, vienen, ora sí como se dice, a estar un rato. Para ellos, a lo mejor es agradable y para nosotras es un trabajo y nada más.

¿Qué ves como lo más importante en tu vida?

Mira, para mí, lo más importante es mi familia. O sea, mis dos hijas, que he sacado, he tratado de sacarlas adelante y les he dado lo que yo más he podido, ese es mi privilegio. Me hacen feliz, son mis hijas. Mis hijas las he sacado adelante. Como te vuelvo a repetir, mi hija, gracias a Dios, ya una ya está en la universidad, que apenas este año entró, y la otra está en preparatoria y quiero, más que nada, que ellas salgan adelante. Pues sí, yo soy de lo que soy, pero que ellas no sean así, ellas que tengan una profesión, que ellas sean mejor que yo y que se defiendan con algo en la vida. Por eso hay que tener estudios, aunque no lo ejerzas, para que nadie te engañe, porque ya ves que luego te engañan. Sales con el cliente y luego los policías te abordan, que es que esto está prohibido. Pues yo, que sepa, esto no está prohibido, pero tampoco está estipulado, ahí que, o sea, ni está prohibido nada de eso.

Es decir, los policías a veces son abusivos…

Sí, bien gandallas. Luego, por ejemplo, tú, como cliente, entramos y ya te ven salir conmigo y ya te extorsionan. Entonces, luego también mucha gente te intimida a ti como a hombre, porque te quieren tratar de sacar el dinero, lo más que ellos puedan. Te dicen: “O cooperas, o te llevamos ahí y mandamos a traer a tu familia, que te encontramos así y así”. Tú dices: “O aflojas acá o es más piel allá”. Tons, a veces, el cliente está con ese temor que dice: “Pues mejor aflojo a que sepa mi familia, mi esposa”. Uno, como persona, siempre vas a estar que tu esposa y tu familia, pues estés bien con ellos. Entonces, ahí ellos los chantajean con eso.

A veces tengo clientes que luego sus esposas están mal, que ya no pueden, que por la menopausia, o luego según dicen que les duele la cabeza y ya no quieren. Es algo que el cliente dice: “Yo respeto a mi esposa; si no quiere, pues no le hago nada que ella no quiera. Mejor vengo aquí, pago por un servicio y ya me voy contento”. Porque es, por ejemplo, si tú eres casado y si tu esposa no quiere, pues ni modo a que la fuerces, eso ya es violación. Ya sería en contra de lo que tú quieres y lo que ella quiere. Mejor vengo y pago por un servicio, estoy a gusto y ya me voy.

¿Crees en el amor?

No, no, no creo.

¿En algún momento de tu vida sí creías en él?

¿Qué? ¿En el amor? Pues en la adolescencia. Dejé de creer en el amor hace mucho. Cuando te prometen y te dicen, y la verdad no es así. Hay mucha gente que te dice: “No, que te quiero y que quién sabe qué”, y eso no es cierto.

¿Eres abierta acerca de tu trabajo con tus familiares, tus amigas?

Mira, yo no soy amiguera, no tengo amigas. Con mis hijas, sí soy un poco exigente y trato de llevarlas bien con ellas, pero hasta ahí, nada más un cierto punto, nada más. Y abierta aquí, pues sí, no tengo nada que esconder.

¿No tienes amigas con las que convivas, que trabajan también por aquí o que se apoyen?

Mira, en este oficio, no. ¿Por qué? Porque a veces, digamos, hay muchachas que tienen pareja y haz de cuenta que “son tus amigas”, les cuentas tus cosas y luego van y le platican a su marido o a las demás compañeras. Una vez me pasó así. Había una chava que supuestamente era así, que mi amiga, y que le podía yo contar. Pues aquí yo le conté y pa’ la tarde ya se supo qué me pasaba. Y pues esa no es amiga, ¿no? Así, de amiga, mejor una enemiga, y ya sabes de quién cuidarte.

 

Entonces, ahora prefieres ser más reservada con las demás personas de aquí…

Sí. Amigas, amigas, no tengo aquí. Sí tengo compañeras de trabajo, les hablo nada más a una o a dos, pero nada más hasta ahí, de buenos días, buenas tardes. Que luego sí me cuentan sus penas y sus alegrías también, pero pues… yo no soy una persona que… haz de cuenta, tú me cuentas y se me olvida. Pues sí. Que a la niña le pasa esto y le pasa lo otro. O sea, no. Al rato, te tratan como una chismosa, a veces por eso luego te llegan a pegar. Por lo mismo, de que eres lengua suelta. Entonces, pues no, nada de eso. Yo aquí solita. Vengo, trabajo, me regreso, voy a ver a mis hijas, vuelvo a regresar y a lo que es mío, ora sí, lo que es mi oficio y al trabajo, nada más, porque pues es un trabajo para mí.

¿Por qué te empezaste a dedicar a esto? ¿No perdiste relaciones con personas o amistades?

No soy amiguera. Fíjate que yo llego allá a tu pobre casa, que está en Puebla, y haz de cuenta que yo llego y, pues no, yo a lo que… por ejemplo, llego y hasta ni me alcanza el día yo solita, porque llego, paso al mercado, al súper, a lo que tú quieras, paso, compro lo que voy a hacer de comer y llego a la casa y ¡chin!, los trastes sucios, me pongo ora sí a trapear, a hacer el quehacer, a atender las recámaras de mis hijas o hacerles la comida. Cuando llegan, que ya es bien tarde o bien noche, cuando llegan, yo ya estoy con la comida, ora sí con la cena, ahí, esperándolas. Llegan, se lavan las manos y pues ya, nos ponemos a cenar. Hasta eso no dejo que ellas se levanten a servirse, yo les sirvo. Me apuro, cenamos, luego a veces nos vamos a la cama a ver una película. Tienen tareas, hacen sus tareas rápido y luego un ratito van ahí conmigo a ver la tele y ya luego a sus cuartos a dormir. Luego, al otro día, es la misma rutina: me levanto, igual, voy a ver qué hago de comer. Igual, la misma rutina, como un ama de casa. Prácticamente, pues bueno, soy feliz allá.

Tus hijas son más que suficientes…

Sí, allá soy feliz. Cuando vengo acá, pues ya es otra, digamos, otro cambio de vida, porque aquí estoy sola. Aquí me la vivo prácticamente sola. Por ejemplo, rento un cuarto aquí sobre Corregidora y Jesús María, aquí cerca, y haz de cuenta que me vengo aquí prácticamente de 10:30 u 11:00 y me voy de 7:00, 7:30. Entonces, es una soledad en un cuarto. Así, aunque leo, tengo tele, me pongo a ver el celular, me pongo a chatear un ratito con mis hijas y todo eso, ora sí que ahí va a estar la soledad ahí, junto a ti. Aquí que, digamos, casi la mayoría de las compañeras, la mayoría, que yo sepa, tienen pareja. Entonces, ni para hablar, porque si ya les hablas, como pareja, ya te enojas: “¿Qué quiere?” o “¿por qué te molesta tanto?”. Mejor te evitas eso.

¿Crees que les es difícil mantener una relación? ¿No hay celos?

Sí, por eso es mejor sola. Bueno, yo ya me acostumbré.

¿Qué te gusta hacer en tus ratos libres?

Pues, cuando estoy acá, en mis ratos libres, un rato, a veces, me gusta ponerme a ver la tele. Otro rato, a veces, me pongo a… Me regalaron una biblia chiquita, creo que es el Nuevo Testamento, y pues ahí me pongo a leer un ratito. Ya cuando me canso, pues ya lo dejo, porque pues se te cansa la vista y pues ya lo dejo y ya mejor me pongo a ver la tele, o salgo a dar una vuelta, prácticamente. A veces, voy al Zócalo, compro el pan, o cualquier cosa.

Tu jornada es casi todo el día, ¿no?

Así es, casi todo el día, pero pues, a veces, aunque estés todo el día, por ejemplo, el lunes, prácticamente no trabajé. O sea, no me llevé ni un rato. Ayer, nomás fueron tres ratitos. Hoy, pues…

Es que, a veces, el trabajo es así, porque luego mucha gente dicen que “no, es que como se dedican a eso, tienen mucho dinero”. Pero eso es mentira, porque pues hay clientes que también a veces vienen con el mínimo y ya. Es mentira eso de que “no, pues es que ella trabaja así y tiene mucho dinero y sacan los millones o los miles”, y no es cierto. Prácticamente, pues, por mucho que una persona trabaje, se lleva dos mil pesos al día. Y eso de que ya trabajó demasiado. Eso de que seis mil, cinco mil pesos en un día, eso no es cierto. Al menos que, no sé, que te consigan clientes que tengan dinero, entonces ahí sí te creo, porque ahí sí pagan. Pero personas que te encuentras aquí, en La Merced,  no te pagan esa cantidad. Ora que, a veces, qué te digo, que pus sí, te llegan a pagar una hora mil quinientos. Eso de que ya me fue bien. Hay veces que sí, digo, yo nomás tengo dos clientitos, pero esos vienen… ¡uuh!, yo creo que vienen cada mes, van juntando creo su dinerito, y se llevan ahí de paso a gusto una hora, y pues yo también soy buena onda, te dejo una hora. Y no creas que estamos ahí, este… no. Nomás se echan uno y ya. Y luego ahí me platican de su vida, te platican de su familia, te platican de cosas que les pasa en el trabajo, así.

Entonces, también tienes una labor como de psicóloga…

¡De sicóloga! A eso iba, o sea, prácticamente, ps oyes al cliente, o sea, qué es lo que le pasa. Entonces, este, pues a veces les digo “no te preocupes”. Por ejemplo, yo tengo como tres clientitos que me vinieron a ver y me dicen: “Ya no te voy a ir a ver”. ¿Por qué? ¿Qué pasa? “No, ps es que en el trabajo que estaba pues ya, ya chafeó”. ¿Y eso? “No, pues es que la empresa fue así y así…”. Ah, no te preocupes, tú échale ganas, a lo mejor consigues otro. No es que les diga “si ya no me vas a traer dinero, ya no me vengas a ver”. Pus no, eso sería fuera de lo común. Por ejemplo, que tú vinieras y que te diga “no, pus si no me traes dinero o no pasas conmigo, ¿a qué vienes?”. Porque hay mucha gente que así te dice, las muchachas, “si no traes, a qué vienes, que yo quiero dinero, no quiero ver tu linda cara”. Muchas te lo dicen así. Pus no, échale ganas, busca trabajo, debe de haber algo para ti, a lo mejor ahorita, de lo poquito que te den, guarda ese dinero, si no puedes venir a verme, pues no vengas, pero que estés tú bien, también. Tonces, ya ellos así, “pus no, pero cuando pueda, voy a hacer mis ahorritos, voy a tratar de que ora sí gaste yo lo mínimo, te vengo a ver”. Pues sí, cuando quieras, cuando gustes. Y si no, échame una llamadita y platicamos, porque luego me hablan.

¿Y eso no ocasiona que desarrolles una relación sentimental con el cliente?

Pues, en todo, aquí es sentimentalmente a veces también, porque los tienes que tratar de escuchar todo lo que te dicen de sus esposas, de sus hijos, de su trabajo, de ellos mismos. O sea, la haces como sicóloga, prácticamente. Dices “bueno, está bien”, y ya. ¿Qué otra cosa les vas a decir? Ni modo que les vaya a decir “pus bueno, te quedaste sin trabajo, ya no vengas”. Van a decir que qué mala onda. Van a decir “yo te cuento mis penas y tú me sales con esto”. Mejor les digo “échale ganas, un día de estos vas a encontrar trabajo y va a mejorar tu situación”. Y luego me dicen “no, es que lo más seguro es que tú, como siempre tienes trabajo”. No, corazón, esto es una cadena. Por ejemplo, si tú te quedas sin trabajo, ya no me vienes a ver, y si ya no me vienes a ver, yo ya no tengo dinero. Entonces, si… Por ejemplo, yo, sí me afectó ahorita como cinco clientitos. Me venían a ver, no me pagaban mucho, me daban los trescientos pesos ya con todo y hotel, pero sí te afecta, porque si ya no vienen esos cinco clientitos, que me frecuentaban casi una vez por semana, imagínate nomás cuánto es trescientos una vez a la semana. Entonces, sí me afecta también a mí. Entonces, si su esposa no lo entiende, pues más que nada tú lo debes de entender. A veces sí hay clientes que te ponen de malas, pero más que nada debes de tener calma, más que nada tú, porque ¿qué ganas con mandarlo a la fregada? También hay clientes así, pesaditos. A la mejor no aquí, digamos, en la relación, pero sí es pesado que “es que así y así”; luego chin, ya me lo dijo, y otra vez, y está repite y repite, y pues dices “bueno”, te calmas y dices “ya no te preocupes”. Porque sí, a veces hay clientes que hasta los quieres sacar a patadas, pero, pues, no ganamos nada.