XI. Política: Cuestiones

El sol estaba en su punto más alto, el calor estaba al máximo, como abriendo el concierto de la lluvia que más tarde se iba a desatar. En tanto, Matute y Baldomero, vestidos de traje, con el aire acondicionado a todo lo que daba en un Grand Marquis blanco propiedad de la Dirección de la facultad, iban camino a Rectoría.

—No sé de qué quieran hablarme en Rectoría, lo que es un hecho es que ahora me van a tener que escuchar. Mi campaña fue todo un éxito, tanto que hasta del mismísimo Gobierno del estado me mandaron feli-citar. Seguramente se quedaron con el ojo cuadrado —le decía a Matute, diciéndose en realidad a sí mismo, Baldomero. Matute asentía silencio-so, concentrado en hallar mensajes ocultos mientras miraba las casonas pasar por el cristal del auto.

La rectoría se ubicaba en el centro de la Ciudad de San Juan, en un edifico colonial donado por el Gobierno del estado cuando la univer-sidad adquirió su autonomía. “Subir a ver” al rector no era una visita común. Entre los filtros de seguridad, los pasillos largos, iluminados con lámparas del siglo XIX, las múltiples oficinas por las que se pasaba, los saludos propios y ajenos, y finalmente, unas veinticinco escalinatas que llevaban a un piso exclusivo para la oficina del rector… era más una procesión de obstáculos.

—Buenos días. Soy el director de la Facultad de Asuntos Públicos. Tengo cita a esta hora —dijo solemne Baldomero a una recepcionista que parecía atender más el Whatsapp que a las personas que esperaban al rector.

—Sí, el rector está en reunión. Si gusta tomar asiento, en un momento le comunico.

Baldomero invitó a Matute a sentarse con resignación, mientras Matute, queriendo tomar partido, le murmuró:

—Seguramente nos está haciendo esperar a propósito, es una forma de mostrar su poder.

Baldomero, como si la oración hubiera sido formulada por él mismo, completó:

—Está en un error si piensa que puede jugar así conmigo. Si nos ha-cen esperar más de quince minutos, nos vamos.

Matute, que en verdad había errado en la primera oración, dándose cuenta de que lo que tenía que hacer era acercarse a las estructuras más ín-timas de la universidad, en lugar de ser tan lambiscón, intentó disuadirlo:

—Dale una oportunidad. Hay que ver qué te tiene preparado Rec-toría. Este trato poco preferencial que recibes es una pequeña muestra, habría que esperar para ver qué más hay.

Baldomero, otorgando la razón a Matute, asintió. Pasaron treinta mi-nutos y el rector no abría la puerta de madera tallada que lo separaba de ellos. Si Baldomero había esperado un poco más, era por la perspectiva que le había dado Matute, pero su paciencia se había agotado. Con un gesto corto, le pidió a su compañero abandonar la rectoría.

—Señorita, nos vamos. Hay mucho qué hacer en la facultad.

Con indiferencia no intencionada, ella le preguntó:

—¿Gusta dejar algún recado?

—No, yo le llamo al rector más tarde.

Abandonaron presurosos la sala, mientras los ecos de tacones y puertas cerrándose iban sonando lejanos conforme caminaban hacia la salida. Estaban por pasar la puerta principal cuando un vigilante con un radio en la mano los detuvo intempestivamente.

—Disculpen, caballeros, pero el señor rector me acaba de hablar y me dijo que ya los espera.

A Matute y Baldomero no les quedó más que regresar.

—Buenos días nuevamente, señorita. Me acaba de llamar el rector.

—Sí, claro, pase.

—Espérame aquí, Matute.

Matute asintió.

—Que tal, estimado Dr. Baldomero, buenos días… Digo, buenas tardes ya, ¡qué rápido pasó la mañana! —saludaba indistinto el rector al tiempo que un hombre le resguardaba las espaldas.

—Buenas tardes, señor rector —regresó sin rencor el saludo Baldomero.

—Toma asiento, por favor. Te llamé, antes que nada, para felicitarte por tu rotundo triunfo. Sabes que tu candidatura llenó nuestras expecta-tivas e incluso las del Gobierno del estado.

 

—Es un gusto, señor rector. Para mí es un compromiso y yo lo único que quiero es trabajar por el bien de la universidad.

 

Como si el comentario de Baldomero no hubiera tenido valor alguno y más bien tratando de encontrar una excusa a su evidente descortesía, el rector continuó la conversación:

 

—Hace unos momentos me reuní con el secretario de Educación del estado y la delegada estatal. Quieren que la universidad lidere campañas de alfabetización por toda la entidad, así que es posible que pronto nos tengamos que reunir con tu equipo para delinear las estrategias. Tu facul-tad cuenta con profesores y jóvenes que pueden ayudar.

Baldomero, sin comprender el gesto, agradeció y decidió preguntar, para abrir la conversación:

—Muchas gracias por tomar en cuenta a la facultad, señor rector. Nos pondremos a trabajar en ello. A la par, quisiera preguntarle a qué debo su llamado.

El rector, cambiando la mirada y reacomodándose en su asiento, le contestó:

—Bien, al grano. La razón por la cual está usted acá es para recordarle que la universidad es una sola. Los protagonismos innecesarios pueden costarle caro a la comunidad universitaria. Indudablemente, su popu-laridad ha hecho que los medios, el Gobierno del estado y la sociedad se interesen mucho en usted y la facultad. En este sentido, le propongo que trabajemos juntos, que cerremos filas en torno a la universidad. Son momentos en que la educación pública se encuentra seriamente cuestio-nada y, verá, nosotros podemos jugar un papel importante para que esa imagen se vaya borrando.

Sin dar tiempo a la contestación de Baldomero, el rector remató:

—Yo veo en usted un potencial candidato para sucederme en la Rectoría. La universidad necesita figuras como la suya. Si bien hay un par de candidatos más por ahí, usted puede ser el indicado, siempre y cuando muestre disposición para trabajar en equipo.

—¿Cómo quiere que sea ese trabajo en equipo? —preguntó con pre-caución, ansiedad y relativa disposición Baldomero.

—Necesito apoyo en las sesiones del Consejo, que los directores ha-gan fuerte a Rectoría. Finalmente, nosotros negociamos en nombre de la universidad y, como tal, necesitamos de gente como usted, que tiene credibilidad. Como estamos a dos años de mi reelección, lo saludable es que yo sea candidato de unidad para no debilitar a la universidad y mostrarnos fuertes ante el Gobierno del estado y la sociedad. Si las co-sas salen así, yo le ofrezco una reelección segura como director por otro periodo de cinco años y el respaldo suficiente para ser rector apenas mi segundo periodo termine, es decir, en seis años.

Baldomero sabía que tenía fuerza, sabía de su popularidad, pero nunca imaginó una oferta como esa. Por azares del destino, en el lapso de un mes, había pasado de ser docente a ser director y, además, a tocar las puertas de la rectoría. Baldomero, quien vivía de las viejas glorias obtenidas en la Universidad Autónoma del Centro y en sus luchas so-ciales, por las que obtuvo puestos de medio pelo, sentía que el destino le sonreía, que era su momento y que tenía que contestar.

—Señor rector, cuente con ello. Me parece sensata su propuesta. No queda más que confirmar mi lealtad a la universidad y, desde ahora, sepa que tiene en mí, más que un colaborador, un amigo.

Con un apretón de manos y sonrisas protocolarias de ambas partes, se despidieron. Cuando estaba punto de salir, el rector le preguntó:

—Por cierto, ¿quién es tu gallo para el Consejo Universitario?

Baldomero respondió:

—El Dr. Matute. Está recién llegado, es moldeable y confío en él.

—¿Y por qué Galvanilla no?

—Él estará entretenido con la Secretaría Académica de la facultad.

—Está bien —repuso convencido el rector, quien hubiera querido a Galvanilla en el Consejo, pero Matute no le parecía tan malo. Al fin que quienes llegaban a ser secretarios académicos de la facultades tendían a suplir a los directores en caso de ausencia, y eso era precisamente lo que deseaba.

—Nomás que salgamos de acá, te cuento en el auto cómo estuvo la reunión.

Pagaron el estacionamiento, se subieron al Grand Marquis blanco y apenas cerraron los cristales y prendieron el clima, dieron rienda suelta a la conversación.

—El rector quiere que lo suceda en el cargo.

—¿Es en serio? —preguntó estupefacto Matute.

—Sí, ¿ya ves? Bien que teníamos razón. Las elecciones en la facultad nos están catapultando alto. El rector me ofreció que si trabajo para él, me garantiza la reelección en la facultad y, de paso, la rectoría en seis años. Tienen miedo en Rectoría, saben que, si en dos años me lanzo, les puedo arrebatar el triunfo.

—Perdona mi escepticismo, ¿pero seis años no es mucho tiempo? Digo, ¿no podrían pasar muchas cosas en seis años? —un Matute calcu-lador intentaba enfriar a Baldomero.

—Sí, tienes razón, pero jugaremos con inteligencia. Por lo pronto, necesito a toda la facultad unida. Seremos tan buenos, tan grandes, que Rectoría nos tendrá tanto miedo que, en estos dos años, se convencerán de que será mejor no tratar de mover el acuerdo. En seis años —le dijo con excitación a Matute—, seré rector. Ahora, por lo pronto, la estrategia será discreción y unidad, eso siempre me ha funcionado. Creceremos en silencio, sin que Rectoría lo note.

Matute estaba impresionado por la facilidad con que las cosas les estaban resultando.

—Y otra cosa, tal como habíamos acordado, serás consejero universi-tario. El rector me dio el visto bueno.

Matute no dio muestras de alegría inmediata. Pensaba que la mi-sión le estaba resultando bastante fácil hasta el momento. Solo volteó en silencio a ver el rostro de Baldomero, quien miraba fijo al tráfico.

—¡Buenísimo! ¿Cuál es el siguiente paso?

—De lo que se trata es de tener presencia. Creo que tú puedes hacer un papel importante en el Consejo, no estás enviciado y el hecho de que vengas del centro del país te da un aire de credibilidad. Ahí puedes irte relacionando con los demás integrantes de otras facultades, ayudarme a acercarlos a nuestra causa y, de paso, mostrar a Rectoría que apoyamos las decisiones que están tomando. Además, las comidas y el vinito que sirven al finalizar cada sesión no te las puedes perder.

Sonriendo complacido, Matute agradeció el gesto.

—¿Cuándo es la primera sesión? —se adelantó a preguntar.

—En una semana, así que prepárate, porque vendremos con todo. Juraremos nuestros cargos y, de paso, será nuestra primera sesión. Así que antes de que eso suceda, tendremos que reunirnos en el Café Corrientes, vamos a dar la buena nueva a los cuates.

 

 

El calor había sido desplazado por el cielo nublado y el viento húmedo que acompañan las primeras lluvias en la zona de San Juan. En el Café Corrientes, se habían dado cita Galvanilla, Isidro, Matute y Baldomero. Tanto el Píter como el Yayo no tuvieron vela en ese entierro, la informa-ción que se iba a compartir era muy delicada.

—Me enteré de que fueron a Rectoría, ¿por qué no nos invitaste? —reprochó Galvanilla al iniciar la conversación, mientras Matute e Isidro observaban mudos el momento.

—No quería causar tanta bulla. Fui a que me aprobaran tu cargo de secretario académico y a ponerme de acuerdo con el rector pa’ lo que sigue —respondió Baldomero para tranquilizarlo.

—Pero pos el chiste es estar ahí, en la bulla, para que vean tu músculo. Si no, ¿para qué estamos los compañeros de batalla? —respondió de nuevo Galvanilla con un reproche.

—Mira, Galvanilla, lo importante es que tanto tú como Isidro están aquí en el café, y el motivo por el que te cité es para planear la próxima estrategia, una estrategia de la cual formas parte. Además, quería que el rector conociera, aunque sea de vista, a Matute. Él será el próximo con-sejero universitario.

Sin pudor o respeto alguno por la presencia de Matute, Galvanilla reviró:

—¿No se supone que yo iba a ser consejero universitario? He esta-do contigo desde el principio, mucho antes de que el fallecimiento de Simón te favoreciera, como para que me relegues ahora a ser secretario académico solamente.

—Galvanilla, Galvanilla, Galvanilla… ¿Cuándo te pondrás a ver a largo plazo? ¿No ves que, técnicamente, lo que estoy haciendo es anun-ciando mi sucesión de manera adelantada? ¿Que tú serás el que me suceda en la dirección? Y no hablo de una sucesión en cinco años, hablo de una sucesión en dos.

Galvanilla cambió de rostro, aflojó los hombros y se sentó cómoda-mente a escuchar el plan.

Los ojos les brillaron.

—¿Y Rómulo y la Dra. Eliza? —preguntó expectante Galvanilla.

—A ese par los mantendremos tranquilos. Al primero, le promete-remos pasarlo de profesor de medio tiempo a tiempo completo y unos viajecitos de congreso todo pagado; y a la doctora, una plaza definitiva. Van a ver si con eso no nos ponen hasta la alfombra.

En el Café Corrientes todo era alegría y felicidad. Confiados, ini-ciaban el camino rumbo a la Rectoría, una carrera infinita a la que no estaban invitados, pero que anhelaban ganar… tanto como el rector.

XII. La construcción del saber

Reporte No. 9
Movimientos

Mientras el actual rector de la universidad aspira a reelegirse en dos años para un segundo periodo, el susodicho quiere disputar también la Rectoría. Su plan consiste en lo siguiente:
Asignar tareas de pacificación y cooptación en la facultad a
Galvanilla e Isidro, tareas de propaganda en la universidad a un
servidor y el susodicho pretende posicionarse ante las autoridades
políticas del estado para tener el visto bueno y ser rector.

La seguridad de la Nación es primero.
 Agente S5

— ¡¿Qué?! ¿Ya vio esto, mi General?

—¿Qué cosa, Acosta?

—El tal Baldomero quiere hacerse de la Rectoría en dos años. ¿No cree que eso puede ser más ambición personal que algún movimiento guerrillero? En cuyo caso, y para asegurarnos de su fracaso, podríamos ir hablando con el Sr. Gobernador para que no lo dejen subir a Rectoría o podríamos pedirle a Matute que sabotee la gestión en la facultad, así acabamos con la credibilidad de Baldomero sin necesidad de hacer más grande el problema.

El general frunció el ceño. Acosta continuó:

—Si es guerrillero, lo sacaremos de la facultad y, por tanto, habremos dado un golpe silencioso. Si no lo es, habremos impedido que un ambicioso se aproveche de las instituciones. ¿Cómo ve, mi General?

—Es algo estúpido, Acosta. No cabe duda de que, a pesar de su lealtad probada a la Patria, sigue siendo muy ingenuo. De acuerdo con los últimos datos que usted mismo recabó, Baldomero es un individuo que busca hacerse de recursos económicos a costa de la universidad, pero no sabemos con certeza si está conectado subversivamente a nivel nacional e internacional, si está financiando a la guerrilla o pretende alguna otra
cosa. ¿Qué no ve? — concluyó espetando el general a Acosta—.

—¿Qué cosa, mi general?

—Que primero hay que corroborar efectivamente si Baldomero es solo un farsante o en verdad es un guerrillero, no actuar antes. Si nos adelantamos con el gobernador, con el rector o con quien sea, podemos hacer más grande el problema. Además, los civiles podrían empezar a desconfiar de nosotros al saber que les estamos espiando todas sus estructuras. Si nos adelantamos a sabotear, lo mismo, no sabremos qué otras aristas tienen el tal Baldomero.

—¿Entonces, mi General? ¿Qué nos queda por hacer?

—Confiar y esperar, mi querido Acosta.

Acosta, no quedó satisfecho con la respuesta, pero obedecer era lo suyo.

 

La crema y nata de la universidad se dio cita. Entre directores de otras facultades, los quince vicerrectores e invitados especiales, como  el alcalde y el gobernador, la primera sesión solemne del Consejo Universitario transcurrió con preocupación por la manifestación masiva de profesores de las normales rurales del estado quienes, aprovechando la presencia de las autoridades estatales, cercaron el edificio del Consejo Universitario.

Entre pancartas y gritos de “¡exigimos al gobernador mejores salarios!” y “¡no se puede enseñar y aprender con hambre!”, el micrófono del Consejo apenas dejó escuchar el orden del día.

—¿Protesta jurar y hacer jurar el reglamento universitario?

—Sí, protesto.

Con un rostro recto y una mirada penetrante, asumiendo que era su momento, Baldomero juró a todo pulmón. Los aplausos fuertes y vibrantes ensordecieron la sala cerrada del Consejo. A Matute, quien no le agradaba ser exhibido en público, no le costó trabajo, ya que se camuflaba entre los cincuenta consejeros restantes que llegaron a jurar su cargo.

La sesión parecía ir bien, sin contratiempos, pero todo cambió cuando Baldomero se acercó a saludar a las autoridades universitarias al presídium. El rector, tratando de minimizar el momento y evitando saludar completamente a Baldomero, aparentó hablarle a uno de sus guardaespaldas con motivo de la manifestación, dejando colgada la mano del nuevo director. Luego, se volvió para darle la mano y terminar de manera natural el gesto. Este incidente fue registrado en foto por la prensa y notado por los operadores políticos de las autoridades estatales y por Matute, quien, dejando de lado su misión original, se permitió sentir indignación por lo sucedido a Baldomero. La descortesía fue interpretada por los directores de las restantes seis facultades como un llamado de atención, pero también un signo de debilidad. El rector pretendió demostrar poder ante los asistentes, pero lejos de intimidar, ese pequeño incidente puso las velas a favor de Baldomero.

“En cualquier momento van a entrar y esto se pondrá feo”, pensaba Matute. “Si la educación es mejor que el castigo para salvar a una sociedad, ¿cómo castigas a los que educan a esa sociedad?”, reflexionaba para sí, mientras los gritos magisteriales se escuchaban más fuertes. Impulsado por las circunstancias, una vez que Baldomero ocupó su asiento, le susurró al oído:

—¿Y si hablas con los maestros? Así quedas bien ante los medios y las autoridades. El rector está muerto de miedo, es tu oportunidad.

Baldomero, saltándose cualquier protocolo y queriendo llamar la atención, se paró de entre los asistentes cuando estaban a punto de clausurar la sesión del Consejo y, con un gesto casi mesiánico, alzó la voz diciendo que iba a salir hablar con los maestros, que “la universidad tenía la obligación de ser un puente entre las autoridades del estado y las demandas sociales, para no llegar a la violencia”. Sin más, se apresuró a salir de la sala, seguido por fotógrafos, curiosos y autoridades menores.

El rector, atrapado en el presídium entre guardaespaldas y directivos, impotente, se limitó a observar el momento.

—¡Qué bueno que viene alguien! ¡Están por tirar la puerta! —exclamó uno de los guardias, con una cara visiblemente angustiada.

Baldomero, sabiéndose héroe, exclamó con voz alta:

—Compañeros, compañeros, soy el director de la Facultad de Asuntos Públicos y he venido a ayudarles. Tengo el honor de ser profesor de algunos de sus hijos, soy universitario, doctor en Ciencia Política y sepan que ésta es su casa. Permitan ustedes que yo salga y entablemos un diálogo. Los maestros que protestaban callaron casi al unísono, como la lluvia al cesar. Mientras la puerta se abría, el público a las espaldas de Baldomero era también toda expectativa.

—Compañeros, ¿con quiénes en concreto puedo hablar? —preguntó alzando la mirada.

Los maestros señalaron enseguida a los cinco representantes del movimiento.

—Pasen, yo respondo por ustedes. Es más, aquí están las llaves de mi auto.

Baldomero, en un gesto demagógico, se las dio a una de las maestras que sostenía una pancarta a la entrada del edificio.

—Por favor, me las devuelve cuando resolvamos esto.

—¡Sí, señor director! —exclamó con relativa sumisión la maestra.

El rector y las autoridades del Gobierno llegaron a donde Baldomero se había sentado con los representantes del movimiento magisterial.

Entre diálogo y promesas, la manifestación fue levantada y, aunque en la foto de la mesa de negociación publicada por varios medios locales apenas figuró Baldomero al margen, por órdenes del rector, el golpe
estaba dado.

—Doctor Matute, doctor Matute, ¿qué opinión le merece la actual manifestación de profesores? —preguntaba uno de los periodistas de El Divulgador de San Juan, al tiempo que aquel buscaba el baño.

Matute se sorprendió de cómo un periodista sabía su nombre sin ni siquiera conocerlo, pero como parte del circo al que ya pertenecía, varias personas que no lo conocían sabían su nombre.

—Esteee, ¿qué le puedo decir? Es un hecho que el formato actual de la educación necesita un cambio para salir del rezago en el que nos encontramos —contestó Matute pretendiendo sonar interesante, sin delatar su posición.

—Doctor, doctor, ¿cómo cree que la FAP puede ayudar a resolver el problema magisterial?

—Eeeh, yo creo que nuestra vocación natural por los asuntos públicos nos convierte en una plataforma idónea para la búsqueda de soluciones, ahí reside nuestro valor.

Al tiempo que el tumulto de gente parecía asfixiarlos, el periodista le lanzó una última pregunta:

—¿Ve usted a Baldomero como posible sucesor inmediato del rector?

—Mire, amigo, yo no soy Baldomero. Lo que le puedo decir es que trabajaremos en la facultad para contribuir a mejorar San Juan. Desde ya tenemos las puertas abiertas.

Matute y Baldomero se encontraron. Todos, desde que caminaban por los pasillos del edificio hasta el momento en que recogieron el automóvil en el estacionamiento, los saludaron con tono heroico. Sus egos, y más aún el del nuevo director, no cabían en el auto.

Reporte No. 52
Novedades

El día de ayer, a las 12:00 h, se llevó a cabo la primera sesión solemne del Consejo Universitario, sin novedades en el presídium, salvo la popularidad del Dr. Julio Baldomero, que se hizo visible luego de haber disipado las protestas magisteriales cuarenta y cinco minutos más tarde. Se hace acompañar desde hace
semanas por un individuo de nombre Matute García Vivanco, de quien adjunto las declaraciones realizadas el día de ayer al diario local El Divulgador de San Juan, así como su perfil.
Quedo a la orden.

La seguridad de la Nación es primero.

Agente S11

 

Reporte No. 10

El susodicho juró como director y yo he jurado como consejero. La popularidad del director se disparó el día de ayer, cuando ante la mirada de las autoridades políticas de la universidad y del estado, desactivó una protesta magisterial. Espero obtener en el viaje información valiosa de sus pretensiones.
Quedo a la orden.

La seguridad de la Nación es primero.

Agente S5

 

—General, esta última información combinada me incomoda. Por una parte, el agente S11 reporta unas declaraciones de Matute y, por la otra, Matute omite, no sé por qué, reportar sus declaraciones. ¿Qué se traerá?

—No lo sé, Acosta. Confiemos un poco en Matute, lo importante es la información que estamos obteniendo. Al final de esta misión, sabremos si el comportamiento de nuestro agente en el campo valió la pena o no, e independientemente de eso, mi paciencia se agotará después del viaje. Si para entonces no nos trae nada de valía, haré que abandone la misión y pensaremos entonces en otras soluciones.

—Sí, mi General —asintió relativamente satisfecho Acosta.

 

Antes de abordar el avión, Baldomero y Galvanilla volvieron a discutir. Matute era todo oídos.

—Vi que se lucieron ayer en el Consejo. En los medios locales no paran de hablar de la dupla de la facultad que “ha llegado a ser un puente entre las causas sociales y el Gobierno del estado” —dijo Galvanilla, recalcando esto último con cierta ironía, y continuó—. Inviten aunque sea a la foto, ¿no? Ojalá nos incluyan más a todo el equipo. Si estás en esa dirección es también por los compañeros como yo, que se la jugaron contigo desde un principio.

Matute, quien estaba ahí para espiar con la cabeza fría, empezaba a hartarse de los señalamientos de Galvanilla. No le quedó más que contestar de manera precipitada:

—Lo único que hice fue abonar a nuestra causa. Jamás he querido protagonismo alguno. Además, tú, Galvanilla, eres tiempo completo con plaza definitiva, yo ni la tengo segura.

—No te martirices hermanito, eres SNI y bien que puedes conseguir chamba donde se te dé la gana  exclamó irritado y confianzudo Galvanilla.

Baldomero, al ver que podía ocurrir una pequeña fractura en su equipo, intentó mediar:

—Galvanilla, el muchacho tiene razón, tu futuro en la universidad está más que asegurado, con foto o sin foto. En cambio, con Matute la cosa cambia, acuérdate que el rector es quien tiene la última palabra en
las contrataciones definitivas. Matute se arriesgó ante Rectoría al cobrar protagonismo el día del Consejo. A final de cuentas, su arrojo aportó a nuestra causa, ¿entendido, Galvanilla? Por eso es necesario que yo sea rector, para que tú te asegures la Dirección y Matute una plaza definitiva. ¡Así que no más discusiones!

Matute nunca había estado tan lejos de su patria. Lo más lejos que había llegado era a la frontera con Quetzalantongo, cuando sus superiores lo novatearon en el primer ejercicio de campo junto con otros reclutas de su generación. Aunque ya había volado en helicóptero como parte de su entrenamiento, la primera emoción reflejada en su cara durante el viaje a la República Bolchevariana fue el despegue del avión; le siguieron las azafatas, el menú de películas en la pantalla de su asiento y, finalmente, el aterrizaje. Matute estaba maravillado.

—Nos hospedaremos en el mejor hotel del Centro Histórico. El congreso dura dos días, pero aprovechando, nos tomaremos la semana completa, lo que nos da bastantito tiempo para ir a recorrer un poco la ciudad. Mientras tanto, hoy en la noche toca reunión con nuestros colegas de la Universidad Nacional de las Arenas, la Unaren.

—Las mujeres más hermosas del mundo son de aquí; el mejor clima y la mejor comida, también —comentó al aire y suspirando Baldomero, mientras Matute los seguía en silencio, admirado.

Hacía mucho tiempo que Matute en verdad no se divertía. Tantas misiones, tantas pruebas y esa noche era un respiro que, si bien no buscaba, llegó a trastornarlo desde ese momento. Baldomero y Galvanilla, que más o menos conocían la ciudad, decidieron que la reunión con los colegas de la Unaren sería en el Lounge Micalco, ubicado en la exclusiva zona de Paguayé. Entre los edificios lujosos y el aire fresco que se colaba por la ventana del taxi, Matute pensaba que muy lejos quedaban aquellos días en que comía tacos de canasta afuera de la estación de autobuses. Ahora era un respetado y popular doctor a punto de encontrarse con colegas influyentes. Aunque sabía muy bien su misión original, estaba disfrutando realmente ese momento. Quería olvidarse un poco de los días duros por venir, de las peticiones de Baldomero, de las órdenes del general y del hostigamiento impensado de Galvanilla, que lo tenían relativamente tenso.

Contrario a lo esperado, Matute no vio colegas esa noche, lo que se topó en la mesa trece del Lounge Micalco fue a un par de exalumnas de Galvanilla y una profesora que Baldomero conoció en sus años mozos con la que tenía encuentros intensos cada vez que coincidían. Entre “un placer conocerlo, doctor”, “¿usted también es investigador?”, “doctor, ¿usted es casado?” y las botellas, cocteles y especialidades de la casa, esa noche transcurrió hasta las cinco de la mañana. La cuenta fue pagada por la Facultad de Asuntos Públicos, por concepto de una “cena de encuentro académico”, y los tres amigos durmieron tranquilos y acompañados.

—¿Qué horas son? ¡Me duele la cabeza! ¡Aaah! —dijo Matute entre bostezos—. ¡El reporte! ¡Tenía que escribir el reporte ayer! ¡No tengo nada relevante para contar, carajo! —se lamentó, al tiempo que se daba cuenta de que el reloj marcaba las dos de la tarde y que una de las exalumnas de Galvanilla dormía profundamente en su misma cama.

Se llevó las manos a la cara, se talló el cabello en señal de nerviosismo y se vistió enseguida. Bajó al hall del hotel para mandar el mensaje desde su dispositivo.

 

Reporte No. 11
Retraso necesario

Me disculpo por no poder enviar el mensaje. Los susodichos no se despegaron de mi persona en todo el trayecto, dado que compartimos asientos de avión y hotel. Incluso en la noche me fue imposible establecer comunicación, ya que la arquitectura del lugar donde me hospedo impide una señal óptima. Las novedades son las siguientes: Apenas aterrizamos, mis acompañantes confirmaron mi sospecha, no vienen al congreso, que es solo una pantalla. Galvanilla ha venido en plan de ocio, en cambio, Baldomero ha llegado para establecer redes académico-políticas con las bases militantes del Gobierno de Esteban Estévez. La reunión se llevó a cabo —para evitar sospechas— en una zona exclusiva de la ciudad. El primer acuerdo fue establecer “intercambios académicos” entre ambas universidades. El móvil real es trabajar en la formación de cuadros políticos. Hoy se volverá a llevar a cabo otra reunión. Quedo a la espera de órdenes. Me disculpo nuevamente por el involuntario retraso.
Quedo a la orden.

La seguridad de la Nación es primero.

Agente S5

—Ya lo sospechaba, ese tal Baldomero se está metiendo en terrenos delicados para la seguridad nacional. Sea o no guerrillero, ya tenemos algunos elementos que pueden incriminarlo —se decía a sí mismo, complacido, el General, mientras Acosta, más reservado, pensaba para sí: “¿Será que en verdad Matute está descubriendo tan fácilmente esta red de subversivos? Seguro le darán un ascenso. ¿Y si es mentira todo lo que nos dice? ¿Y si en verdad ha sido tan bueno?”.

—Mi General, de ser correcta la información que nos envía Matute, tenemos los elementos suficientes para incriminar a Baldomero por atentar contra la seguridad pública, la seguridad interior y la seguridad nacional, al vulnerar la soberanía de la patria. Necesitaríamos, en ese caso, una prueba escrita, ¿o no, mi General?

—Sí, pero eso solo es la punta del iceberg. Tenemos, en ese caso, que esperar un poco más para desarticular la red, que bien puede ser gigantesca: universidad-guerrilla-Esteban Estévez. Estamos ante una gran oportunidad, mi querido Acosta. Confiemos en Matute.

El general se frotó las manos, mientras Acosta asentía resignado.

 

“¿Que envíe la firma del convenio?”, pensó Matute sintiendo unos ligeros nervios, pues no tenía prueba escrita alguna. El convenio simplemente no existía. Solo quedaba convencer a Baldomero de firmar uno. “¿Cómo hacerlo, si hoy estaremos todo el día en el recorrido del turibus? En la cena, se lo propondré en la cena y creo que, de paso, lo puede considerar un acierto y hasta dejo perplejo a Galvanilla”.

—Muchachos, mañana es el congreso. Hoy solo vamos por una cenita al Restaurante del Mirador, en la torre más alta de la República Bolchevariana. La vista es muy buena y la comida aún mejor. ¿Cómo ven?  preguntó Baldomero sin ánimo de escuchar otra propuesta.

Galvanilla respondió con un “ya vas” y Matute, con cierta pena, preguntó si los precios eran accesibles, a lo que Baldomero replicó:

—No te preocupes, la universidad lo paga.

—¿Pero eso no podría perjudicar tu imagen en una auditoría sorpresa si te acusan o nos acusan de malgastar el presupuesto?

Galvanilla y Baldomero se pusieron pensativos por un momento. Matute continuó:

—¿Y si invitamos a cenar a tu amiga, la directora de la Unaren, para firmar un pequeño convenio? Algo simbólico, pero que justifique el gasto. Si quieres, lo puedo ir redactando en mi celular y lo imprimimos apenas lleguemos al hotel.

—¡Eso es todo muchacho! ¡Ya vas aprendiendo! —exclamó para sorpresa de los dos Galvanilla.

Baldomero llamó de inmediato a su colega de la Unaren para reunirse en el Restaurante del Mirador. La cena transcurrió de nuevo con euforia, buena comida y alcohol ilimitado. El convenio de “colaboración académica” firmado esa noche salvó a Matute y pagó sin remordimientos la cuenta.

El congreso comenzaba a las nueve de la mañana y la ponencia se tenía que presentar a la una. Los tres amigos llegaron a las doce, bajo la justificación de que se habían perdido en el trayecto. Las gafas negras decían otra cosa.

—¿Quién de nosotros pasa a exponer? —preguntó Baldomero.

—Matute, tú pasa.

—No, pasa tú, Baldomero. Además, ya lo has hecho antes.

—Está bien, si no soy yo, quién, ¿verdad? —ironizó.

La ponencia fue recibida con amplia solemnidad por los curiosos extranjeros, para quienes las autodefensas en Pipián representaban un nuevo paradigma en la lucha continental de clases. Al finalizar la exposición de quince intensos minutos, los aplausos a Baldomero fueron totales. Galvanilla y Matute recibían felicitaciones de los asistentes. Los pasillos se llenaron de preguntas y peticiones para los tres doctores de la Uasur. Ante el éxito, otra cena de celebración en el Micalco se avecinaba.

—Ya mañana solo venimos a las seis de la tarde por nuestras constancias. Lo importante ya pasó —dijo Galvanilla.

—¿’Tonces qué? ¿Llamamos a las amiguitas de nuevo? —preguntó Baldomero sin ánimo de recibir una negativa.

Matute los siguió. Todo era risas, celebración, diversión y júbilo en el Micalco, hasta que Baldomero recibió un correo que le quitó toda tranquilidad.

Bandeja de correo
De: soytabares@gmail.com
Para: jbaldomero@uasur.edu.net
Se viene el remolino en tu facultad y tú no estás para evitarlo. Sigue divirtiéndote. Me encuentras en este número: 2001 1989.

Quiso mantener la calma, se tomó de golpe el whisky en las rocas recién servido, no quería perturbar el momento de celebración. Mientras un beso femenino se estampaba en su mejilla, Baldomero llamó en privado a Tabares.

—Hasta que por fin me hablas, cabrón —fue lo primero que dijo en el teléfono Tabares, con seriedad y angustia.

—Hasta ahora tengo señal. ¿Cómo están las cosas en la facultad? — preguntó con ansiedad el director.

—Hay un rumor fuerte, mi hermano, de que mañana los estudiantes van a hacernos un desmadrito acá. Ya llamaron a los periódicos, a toda la gente, para exhibirte, para decir que la facultad se cae mientras estás ausente, pues.

— ¿Quién nos querrá reventar? ¿Qué saben Píter y Yayo de esto?

— Ese par no da una. No tienen iniciativa, pues. Según me cuentan otros alumnos, el tal Rómulo y la doctora Eliza lideran a escondidas las protestas.

— ¿Rectoría ya lo sabe?

— Yo creo que sí, porque también se rumora que el rector vendrá mañana para ver a los estudiantes. Eso pasa por irte tanto tiempo. ¡A ver cuándo invitan! —le reprochó.

Sin hacer caso a los cuestionamientos, Baldomero le dio órdenes expresas:

—Convócame a ese par de tarados —dijo, refiriéndose a Píter y Yayo—. Diles que si se quieren ganar la beca, mañana tienen que estar listos a primera hora en la facultad. Diles que revienten la visita. No quiero violencia, para no dar excusas, solo quiero que exhiban al rector gritándole consignas, como si él fuera el culpable de la falta de presupuesto de la facultad. Espera mi llegada, estaremos ahí al alba. No quites los ojos de encima de Rómulo y la doctora Eliza.

—Entendido, ¡pero apúrenle, pues! Creen que volverás en dos días, ¡hay que madrugarlos a todos!

Tomaron un vuelo desde la República Bolchevariana a la capital y de ahí otro vuelo a San Juan. Viajaron toda la noche y eran las cinco de la mañana cuando llegaron directamente a la facultad, sigilosos, para que nadie se percatara. No habían dormido, pero su plan era una apuesta de todo o nada.

—Apenas lleguen los primeros estudiantes, tú, Matute, que eres popular entre ellos, les platicas lo acordado, que Rectoría no suelta recursos y que a la facultad la tienen ahorcada.

Matute asintió.

—Tú, Galvanilla, preparas los documentos para exhibir ante la prensa que Rectoría no nos ha apoyado con los recursos que hemos solicitado.

Galvanilla asintió.

—Yo saldré una vez que el rector y la prensa lleguen, pero no digan que estoy aquí, díganles que tardaré en llegar, porque estoy en la capital del país gestionando recursos federales de manera directa.

Ambos asintieron.

A pesar de la disposición para hacerse daño mutuo, ese día todo le salió mal a todos, o no, a casi todos.