Versión en español de Emilio M. Tejeda

Not an Every Day Meal

Cervical Cancer —you know,
her reproductive parts,
my father told us.
My mother looked down
at her plate.
We were eating
mashed potatoes, the warm
brown gravy pooling
with butter. Not
an everyday meal —
nicer, a big roast
steaming mid table,
boiled carrots, asparagus
with cheese. And over this, my mother
stoic at her end,
moisture just beginning
in her eyes
as slowly as water comes up
when you tap damp sand
with your foot.
Minutes ago
talk was hunting, football,
the walnut harvest
coming soon.
The pap smear,
my mother started —though
I couldn’t believe
she’d say that—
the doctor called
this spotting business
unusual.
And although she said
he was full
of hope, that statistics
and hysterectomy
favored complete recovery,
I knew I would lose
my mother, and the eyes
of my sisters across the table
said the same.
My mother said nothing.
My father explained
something about surgery.
I saw the cancer
as something black,
painful, a tar
that pools where you want it
least. Then
things were quiet.
That big roast sat
in the center,
hot in its own braised fat,
drippings I’d always liked
to soak with bread.
I looked at my mother.
She smiled, barely, and said,
The food will get cold.
And because we loved her,
because no one could think
of anything to say,
we ate.

 

No una comida de todos los días

Cáncer cervical; ya saben,
sus partes reproductivas,
nos dijo mi padre.
Mi madre miró abajo
hacia su plato.
Estábamos comiendo
puré de papa, la cálida
salsa café encharcada
con mantequilla. No
una comida de todos los días,
mejor, un gran asado
humeando al centro de la mesa,
zanahorias cocidas, espárragos
con queso. Y sobre esto, mi madre
firme en su final,
humedades apenas brotando
en sus ojos
tan lentamente como el agua que sube
cuando pisas arena mojada
con el pie.
Minutos antes,
la plática era cacería, futbol,
la próxima
recolección de nueces.
El papanicolau,
empezó mi madre aunque
no podía creer
que lo diría
el doctor dijo
que la detección era
inusual.
Y aunque dijo
que él estaba lleno
de esperanza, que las estadísticas
y la histerectomía
favorecían la recuperación total,
yo supe que perdería
a mi madre, y los ojos de mis hermanas
del otro lado de la mesa
decían lo mismo.
Mi madre no dijo nada.
Mi padre explicó
algo sobre una cirugía.
Vi el cáncer
como algo negro,
doloroso, un alquitrán
que se encharca donde menos
lo deseas. Entonces
todo estaba en silencio.
Ese gran asado reposaba
en el centro,
caliente en su propia grasa,
caldo en el que siempre me había gustado
remojar el pan.
Miré a mi madre.
Sonrió, apenas, y dijo
se va a enfriar la comida.
Y porque la amábamos,
porque nadie pudo pensar
en algo que decir,
comimos.