Traducción de Emilio M. Tejeda

 

En 1988, el dalái lama encomendó a su asistente personal, Losang Samten, una misión histórica. Samten se había entrenado intensivamente en el arte de los mandalas de arena: inmensos mapas con una intrincada geometría y densamente cargados con toques espirituales. Habían pasado siglos desde que ese arte —que requiere semanas de precisión extenuante en las que los pintores trabajan grano a grano— había visto la luz fuera de los monasterios budistas. Ahora, el dalái lama escogía a Samten para ir a Estados Unidos a introducir los mandalas de arena en Occidente.

En las décadas que siguieron, Samten viajó por todo el país enseñando su arte en museos y universidades. “Es como parte de meditar”, le dijo a Richard Marranca, del Sedoma Journal of Emergence, en 2011, tras hacer un mandala en Reno, Nevada. “Todo lo que hacemos en nuestras vidas cotidianas, como tocar música, es una meditación… Se trata de entrenar la mente”.

Después de cientos de horas de trabajo inconmensurablemente intenso, Samten da el último paso: barre toda la arena en una pila que luego tira en el río más cercano.

“Creo que pensaron que estaba loco”, le dijo a Marranca sobre el público que en 2011 lo había visto esparcir su mandala en el río Truckee.

Entonces, ¿por qué deben ser destruidos? Śūnyatā.

Normalmente traducido como vacuidad, śūnyatā es la creencia budista de que mientras nada dura para siempre, tampoco es destruido por completo. Todo lo que somos y todo lo que hacemos es un mandala de arena destinado a ser borrado, pero destinado también a ser parte de algo más.

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Paterson (2016), de Jim Jarmusch, cuenta la historia de Paterson (Adam Driver), un conductor de autobús y poeta de Paterson, Nueva Jersey. Paterson se gana la vida como conductor, pero su corazón está en su trabajo como poeta, aunque se niega a buscar la publicación. La película se desarrolla a lo largo de una semana en la vida de Paterson; lo vemos despertar cada mañana, desayunar, conducir su ruta, regresar a casa para estar con su esposa Laura, sacar a pasear al perro y beber una cerveza en el bar de la esquina. Pocas cosas cambian en su rutina, salvo por el hecho de que a lo largo de la semana Paterson trabaja en varios poemas, repasando los versos que suenan en voz en off mientras atiende sus asuntos, agregando una línea aquí y allá hasta que las palabras se vuelven mantras, desarrollándose y desenvolviéndose a la par que Driver enuncia cuidadosamente cada palabra.

En la escena inicial, Paterson examina una caja de cerillos mientras desayuna, y pasa el primer tercio de la película desarrollando lentamente un poema que finalmente brota de esa misma observación:

Tenemos un montón de cerillos en nuestra casa.
Los tenemos a la mano, siempre.
Actualmente, nuestra marca favorita es Ohio Blue Tip,
aunque antes preferíamos la marca Diamond.
Eso fue antes de descubrir los cerillos Ohio Blue Tip.
Están excelentemente empaquetados, en robustas
cajitas con azul fuerte y claro y etiquetas blancas
con palabras en la forma de un megáfono,
como para decirle aún más fuerte al mundo:
“Aquí está el cerillo más hermoso del mundo,
es una pulgada y media de suave pino, cubierto
con una granulada cabeza púrpura oscuro, tan sobrio y furioso
y obstinadamente listo para arder en llamas,
y encender, quizá, el cigarro de la mujer que amas,
por primera vez, y nada fue realmente lo mismo
después de eso. Todo esto te daremos”.
Eso fue lo que me diste,
me convierto en cigarro y tú en cerillo,
o yo en cerillo y tú en cigarro, abrasándonos
con besos que arden sin llama hacia el cielo.

 

Lo que al principio parece una observación mundana del mundo, lentamente despliega una gran evocación de su vida interior. El poema gana peso en el transcurso de las largas y tranquilas secuencias en las que Paterson perfecciona las líneas como un afilador que se obsesiona con los detalles más finos hasta que emerge un pequeño tesoro.

Laura es la más grande admiradora de Paterson, de hecho, es su única admiradora. Ella le suplica que busque publicar sus poemas, pero él se opone. “Deberían pertenecer al mundo”, le dice ella, y cuando él responde: “Bueno, ahora estás tratando de asustarme”, su sonrisa enmascara una evidente ansiedad. Incluso se resiste a hacer una copia de su libreta secreta, siempre enfatizando esa última palabra cuando la menciona. Mientras que tantas películas cuentan historias de luchadores ambiciosos, es sorprendente ver una donde el protagonista activamente elude los modos tradicionales del éxito, pero el trabajo de Paterson tiene una función apartada de su validación externa. Su forma de aproximarse a la escritura es parecida a la forma en que su barman local, Doc, se aproxima al ajedrez (Doc juega ambos lados, encorvado sobre el tablero y murmurando algo sobre haberse dado una paliza a sí mismo). Mientras la mayoría de la gente ve el juego como una oportunidad de vencer a un oponente, Doc juega por beneficio y satisfacción personales, más allá de la emoción de la competencia.

Detrás de la barra, Doc tiene un muro de la fama de Paterson, que se jacta con recortes de periódicos y fotos históricas que celebran la historia del pueblo. Además, personajes periféricos discuten constantemente sobre los eventos y las figuras distinguidas (aprendemos que Paterson es la ciudad natal de Allen Ginsberg y Dave Prater, la leyenda del rhythm and blues; el sitio del triple asesinato por el que Rubin Hurricane Carter fue sentenciado y el de la fundación del periódico anarquista italiano La Questione Sociale). Todo esto sirve para contraponer la intensa incomodidad de Paterson con la idea de unirse a esas filas. Huye del reconocimiento, ya sea pasivamente —como en la entrañable escena en la que conoce a una niña que se presenta como poeta, y cuyo trabajo simplemente escucha en vez de intentar impresionarla con sus propias aptitudes— o activamente, al rechazar el título de poeta a cambio de presentarse como “solo un conductor de autobús”.

Laura tiene más ambiciones que su esposo, una de las cuales es ser una estrella country; sin más, compra una guitarra y se inscribe en lecciones en línea. Cuando Paterson llega a casa esa noche, ella le presume orgullosa sus nuevas habilidades, cantando, “I’ve been workin’ on the railroad, all the live long day. I’ve been workin’ on the railroad just to pass the time away”.

La letra no está muy lejos de la perspectiva que tienen ambos, Paterson y Paterson, sobre el trabajo. Cuando Laura tiene un día particularmente exitoso —ganando 286 dólares vendiendo cupcakes en un mercado—, no se enfoca en la aprobación de los clientes; se abalanza hacia Paterson: “Sé que no es la gran cosa… pero estoy muy orgullosa de mí misma”. En el mundo de la película de Jarmusch, el propósito del trabajo no reside en el logro externo, sino en la satisfacción personal de hacer.

¿El propósito de trabajar on the railroad (o, digamos, en la ruta del autobús) viene de la esperanza de tener fama en el mundo de los ferrocarriles? ¿O viene, quizá, de la oportunidad de llenar el vacío sin forma de la existencia y, al hacerlo, darle forma?

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Las referencias de trenes se repiten en uno de los volúmenes que aparecen en una de las tomas del librero de Paterson: On the Great Atlantic Rainway, de Kenneth Koch. El título del poema se basa en una conversación escuchada en un tren, así como en las pláticas superficiales que Paterson escucha en su camión: “Esa es la idea moderna del ajuste —una de las voces le dice a la otra— estar siempre en movimiento, sin perder nada”.

La idea suena absurda en principio (y, por lo que parece un uso escéptico de la palabra moderna, puede ser que el personaje de Koch sienta lo mismo). Como la mayoría de nosotros podría afirmar, estar un día entero en movimiento nos hace perder energía, pero en física, la primera ley de la termodinámica dice que la energía no se destruye, solo se transforma.

Desde esa perspectiva, nuestros esfuerzos cotidianos pueden parecer fútiles. Si nuestro denuedo nunca crea ni destruye nada, ¿estamos caminando en círculos? Sin embargo, me parece que este equilibrio esencial del universo hace que nuestros esfuerzos sean profundamente significativos. Si existimos en un perpetuo estado de equilibrio, no hay tal cosa como esfuerzo gastado; en cambio, pasamos nuestras vidas contribuyendo a un vasto ciclo que ha existido desde mucho antes de que la energía del mundo se fusionara con nosotros, y que existirá mucho después de que nos convirtamos en algo nuevo.

La vida de Paterson está compuesta de ciclos sencillos y concéntricos: el ciclo del amanecer al anochecer; dentro de este, el ciclo del desayuno a la cerveza de la noche; y dentro de este, el ciclo de la ruta del autobús. En el medio que proporciona el cine, que frecuentemente enaltece las tramas dinámicas, ver a un hombre pasar por ciclos cotidianos invariables puede parecer un tedioso recordatorio de nuestras propias rutinas sofocantes. Pero Carl Jung, quizás el teórico del significado de los símbolos más importante del siglo xx, tenía una teoría diferente sobre el propósito de los círculos.

Jung tenía el hábito de dibujar un círculo cada mañana, una tarea que descubrió que le ayudaba a centrarse mientras se preparaba para el día, y llegó a verla como una especie de afirmación que representaba su deseo de integridad espiritual. Más adelante, cuando supo de los mandalas budistas, reconoció su propia práctica en estas imágenes de círculos dentro de círculos. El significado de los mandalas se convertiría en un tema recurrente en el trabajo de Jung, incluyendo una contribución de su colega Marie-Louise von Franz al libro de Jung El hombre y sus símbolos. “Los mandalas —escribió— recuperan un orden preexistente y dan expresión y forma a algo que todavía no existe”. Ella comparó el símbolo con un espiral que corre en círculos mientras asciende.

Si la rutina diaria de Paterson —y la nuestra— puede parecer un bucle invariable es por una perspectiva bidimensional del movimiento. Seguir el mismo circuito en un plano también puede significar ascender en otro, cada rotación te acerca más a alcanzar un logro mayor, así como la ruta invariable del camión de Paterson le da tiempo para producir nuevo trabajo creativo que asciende en espiral hacia el universo, línea por línea.

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Junto con la colección de las obras de Koch, en el librero de Paterson también se encuentra Alone and Not Alone,de Ron Padgett, que incluye el poema “La culpa del sobreviviente”.

“Es muy fácil adquirirla –escribe Padgett–, solo sigue viviendo y te verás acumulándola más y más”.

La colección se publicó en 2015, por el mismo tiempo en que Padgett escribía los poemas que Jarmusch le pidió para ser usados como si fueran de Paterson. No es difícil dibujar una línea entre “La culpa del sobreviviente” y el más significativo detalle en Paterson, aunque nunca sea comentado.

De vez en cuando, el lente de Jarmusch se posa en una foto enmarcada de Paterson en uniforme de marine. Es fácil pasarlo por alto, pero al considerarlo, ese detalle arroja nueva luz al rígido estilo de vida de Paterson y a una de las escenas más enigmáticas de la película.

La vida de un marine es de estricta rutina, y una vida con la que Driver mismo está íntimamente familiarizado, después de haber servido en la marina antes de ser actor. “Todo lo que haces está lleno de tradición o tiene una función práctica”, dijo en una TED Talk en 2015. “‘Camina de esta manera por esto, habla de esta otra por esto otro’. Cada centímetro de tu uniforme tiene que estar cuidado. Cuán diligentemente siguieras estas reglas hablaba mucho de qué tipo de marine eras”. Si este es el estilo de vida al que Paterson se acostumbró en esta fase previa de su carrera —su habilidad de mantener estrictos patrones personales corresponde a su integridad personal—, tiene sentido que sea el estilo de vida con el que se sienta más cómodo en casa. Incluso su trabajo como conductor de autobús puede reflejar la mentalidad orientada al servicio y la rigidez de un militar en proceso de aclimatarse a la nueva perspectiva de qué representan sus esfuerzos cotidianos.

Incluso, cerca de la mitad exacta de la película, se presenta una escena que, una vez que se ve más allá de la superficie, hace que el estilo de vida de Paterson parezca menos una comodidad que una adaptación.

Sin mencionarse su carrera militar, nunca vemos a Paterson luchar abiertamente con las dificultades de reintegrarse a la vida de civil, pero al final del miércoles, el tercero de los siete días que pasamos con él, Paterson está solo en el bar. Mientras mira alrededor, escuchando el jazz de la rocola y las conversaciones de fondo, la boca de Driver se arquea sutilmente hacia abajo y sus cejas hacia arriba, con una ligera inquietud. Se concentra intensamente en su vaso de cerveza; cuando lo baja, se escucha el agudo sonido del vidrio sobre la barra y la cámara, que sigue la mirada de Paterson, reposa en él por un momento largo e ininterrumpido. Mira alrededor, luego toma otro sorbo, luego otra mirada larga al círculo formado por el anillo del cristal, y al círculo de cerveza que se circunscribe.

“Muchos soldados se encuentran vacilando entre dos mundos”, escribió el veterano de combate Bryan Wood en un ensayo publicado en The Huffington Post en 2013. “Su cuerpo está físicamente en la relativa seguridad de estar en casa, pero su mente opera como si todavía estuviera rodeada de peligro en la zona de guerra”. A lo largo de la secuencia, el diseño de sonido crece denso y severo, los sonidos —el clic del menú de la rocola, la cuenta frenética de un reloj de ajedrez— se superponen hasta que ese bar tranquilo se vuelve ligeramente claustrofóbico. Al final de la escena, el vaso de cerveza se siente menos como un utensilio que como un talismán meditativo para domar la mente de Paterson.

A través de la óptica de un hombre que trata de recordar cómo encajar en su propia vida, el trabajo creativo de Paterson empieza a verse como un esfuerzo por crear una estructura interna. “Emocionalmente, batallaba para encontrar significado”, dice Driver en su TED Talk sobre su regreso a casa. Es de notarse que todos los poemas de Paterson, que tienen nombres rudimentarios como “Poema” y “Otro poema”, se centran en los detalles minuciosos del mundo externo y en su resonancia emocional interna. “Poema” empieza con una estrofa que parece casi infantil, pero que solo es lograda por la inefable gracia que Padgett le da en su construcción:

Estoy en la casa.
Está agradable afuera: cálido,
sol sobre nieve helada.
Primer día de primavera
o último de invierno.

Hacia el final de su TED Talk, Driver habla de su preocupación de que los miembros del ejército normalmente no tienen palabras para explicar sus experiencias, y de su deseo de armarlos con nuevas formas de autoexpresión; puedes sentir esa preocupación permeando en Paterson. Cuando Paterson compone sus poemas, con la voz de Driver saboreando cada palabra y espacio entre ellas, hay una elegancia y una satisfacción palpables que demuestran el poder terapéutico de la creación: esta pluma y esta libreta sirven como el talismán que puede ayudar a guiar a este hombre por el resto de su camino a casa.

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Más a lo largo del librero de Paterson se puede encontrar Collected Poems 1956-1987, la colección de John Ashbery que incluye su obra ganadora del Premio Pulitzer “Autorretrato en espejo convexo”. Es un poema masivo y en expansión, pero que regresa frecuentemente al valor de los sueños. “Los sueños nos prolongan mientras son absorbidos —escribe Ashbery—. Sucede algo parecido a la vida, un movimiento que va desde el sueño hasta su codificación”. Estos ensueños, creía Ashbery, son “tan vanos, hasta que un día notamos el vacío que dejaron”.

En lo que se presenta como el clímax de Paterson, la única noche en que la rutina de Paterson cambia —cuando él y Laura celebran las ganancias de los cupcakes con una cena y una proyección de La isla de las almas perdidas—, su perro se come la libreta secreta y sus poemas son destruidos.

La devastadora pérdida de Paterson es visible en el cambio espontáneo del plácido semblante de Driver; no hay razón para no creer en su desinterés por publicar sus poemas, ni tenemos una muestra de que se vuelque sobre ellos cuando los termina, pero su ausencia del mundo lo afecta por razones que solo podemos inferir.

Personalmente, no puedo negar que escribo con la intención de que mi trabajo llegue a una audiencia, pero la emoción de que ese trabajo se abra camino en el mundo es relativamente breve, y unos pocos días de festejo a cambio de semanas de trabajo no podrían mantener una carrera. La mayor satisfacción tiene que encontrarse en la formación de ideas, en el vaivén de trabajar y alejarse y regresar a editar, mientras siento que el trabajo se materializa. Y aunque puede ser extraño y vergonzoso volver a leer viejos trabajos, encuentro una profunda satisfacción en curar mi portafolio como a un bonsái, pensando para mí mismo “yo hice todo eso”.

Recientemente, por distracción y descuido, borré varios días de trabajo. La experiencia me heló la sangre; sentí que me faltaba el aire y mi vista daba vueltas. Me tomó cerca de una hora darme cuenta de que no era una catástrofe. Recordé todo lo que había perdido, casi textualmente, y mi fecha de entrega me dejaba mucho tiempo para volver a trabajar, pero sentí un penetrante sentimiento de derrota. Mis horas de esfuerzo no tenían ya ningún resultado tangible, como si mi paso por el mundo no hubiera dejado huella.

Si tuviera tiempo ilimitado en esta tierra, recrear trabajo perdido no sería problema, pero los pocos días de trabajo que borré representaban dos días menos en mi limitada vida que podría usar creando nuevo trabajo. Ver qué tan fácilmente puede irse de mis manos fue un doloroso recordatorio de que en el improbable evento de que mi trabajo me sobreviva por un siglo o dos, en una escala lo suficientemente grande, incluso el trabajo más duradero se esfumará con todo lo demás.

Esta transitoriedad esencial, en cambio, parece un consuelo para Paterson, o al menos eso se dice a sí mismo. “Solo eran palabras escritas en agua”, le dice Paterson a Laura, intentando salvarla de la aflicción que le causa su libreta perdida. Si todo lo que creamos se desvanece, todo a lo que tenemos que aferrarnos es al beneficio personal que obtengamos de crearlo, la prolongación emocional que Ashbery cree que viene de los sueños, incluso cuando se escabullen con lo efímero.

Losang Samten crea mandalas de arena para recordarnos śūnyatā,ese vacío sagrado, pero como dice en su sitio web personal, su beneficio no es aminorado por su fugacidad. “Un vistazo al mandala —escribe— nos pone en contacto con el profundo potencial para la iluminación perfecta, que existe en la mente de todos los seres”. Puede ser que su trabajo se desvanezca, pero mientras esté aquí puede actuar como un detonante, y cuanto antes podamos evitar pensar en el valor de nuestro trabajo en términos de su impacto físico, más pronto podremos tomar las “palabras escritas en agua” como una bendición, más que como una maldición.

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El poeta William Blake no aparece en el librero de Paterson, pero ocupa un lugar preponderante en la obra de Jarmusch tras prestar su nombre al protagonista de Dead Man. Y con dos pequeños versos que esbozó en su propia libreta bajo el título Eternidad, Blake evoca una transitoriedad sagrada que se siente mucho como śūnyatā:

Quien a sí encadenare una alegría
el ala destruye de la vida.
Quien besa la alegría en su volar
vive en el alba de la eternidad.

En suma, una vez que aceptas que los sentimientos de la vida son temporales, lo que parece transitoriedad puede sentirse más como un estado de gracia perpetua. Es una noción que resuena, pero también una para la cual puede ser difícil encontrar tiempo cuando mucho de nuestro trabajo es un agobio que debemos soportar solo para sobrevivir.

Hay momentos en que Paterson se siente como una fábula de un estilo de vida que es tan simple, tan desprovisto de cargas inmediatas, que la conducta zen de Paterson —y el estilo de vida de perfecto equilibrio financiero que él y Laura llevan, sin tener nunca significativamente más o menos de lo que requieren— se ve más como un privilegio que muy poca gente tiene la oportunidad de emular. Pero el propósito de las fábulas es dejarnos con una pequeña enseñanza que tal vez no refleje directamente nuestras vidas, pero que nos da un talismán para llevar en nuestros bolsillos, un lente para resistir a nuestro propio mundo y ver qué nueva perspectiva podemos tener de esta compleja y caótica vida. En el budismo zen, este tipo de historias pequeñas se llaman kōan, y las lecciones no pretenden consolar o aliviar, sino provocar “la gran duda”, una tensa contemplación de las preguntas de la vida por las que uno tiene que pasar para encontrar paz. Puede ser que la historia sea sencilla, pero las preguntas que provoca pueden tener profundas implicaciones.

Hacia el final de la película, Paterson, aún trastornado por la pérdida de su libreta, se topa con Everett, un joven que ha pasado toda la película rondando en espera de una ruptura. Tras notar el desánimo que Paterson no está dispuesto a admitir, Everett le ofrece: “Es como siempre dicen: ‘El sol sale cada mañana y se pone cada tarde’. Siempre es otro día”. Al inicio suena como un aforismo vacío, pero en el tono de Everett, de esperanza y desolación, yace una invitación para una reflexión más profunda.

Nada dura para siempre, el dolor de hoy tendrá un fin, pero también la alegría. Así como todos tus sentimientos tumultuosos pasarán, tú también, y el mundo seguirá girando. Pero mientras estés aquí, tienes días en blanco y la responsabilidad de darles forma de alguna manera.

Así como el nuevo amigo misterioso de Paterson le da una libreta vacía en la escena final, a veces una página en blanco presenta las mayores posibilidades.


 

Originalmente publicado en Bright Wall/Dark Room, septiembre, 2018, núm. 63. Cortesía de Ethan Warren.