Reseña del libro de Rafael Pérez Gay, El cerebro de mi hermano. México, Seix Barral, 2013.

La enfermedad terminal obliga a adoptar una posición de vigilia: se aguarda la muerte. En esa exspes vitae, es decir, ese agotamiento de toda esperanza, la literatura ha encontrado un acicate. Nos acompañan los muertos, El cerebro de mi hermano y Perseguir la noche constituyen una trilogía de obras independientes que hacen a Rafael Pérez Gay un referente en la literatura mexicana que encara la enfermedad, narrando la tempestad de emociones que se agolpan en uno cuando se ve con transparencia que la vida mengua.

Estamos prevenidos de que habrá un tiempo en que nuestros padres, consumidos por la vejez, se convertirán en nuestros hijos. Incluso estamos advertidos de que, en algún momento, padeceremos en carne propia la proximidad de la muerte. Pero hay golpes de la vida que no son presentidos; uno no espera que su hermano mayor, figura de fortaleza y superación, se convierta en un hijo. Esta es la cuestión que tematiza El cerebro de mi hermano. Rafael relata la evolución de la enfermedad neurodegenerativa que carcome el cerebro de José María Pérez Gay y la turbación que adviene cuando la muerte se acerca a la casa.

Desde una perspectiva psicoanalítica, se llama fantasma al recuerdo que puede desatar un trastorno. En este sentido, lo fantasmagórico es la bisagra que une las anécdotas que llegan a la mente de Rafael mientras atestigua cómo disminuyen las capacidades de su hermano: la cojera silenciosa, un inquietante desbalance del sueño, el extravío de los recuerdos, la privación del habla y de la capacidad de leer, y finalmente, la extinción del suspiro, son pasos hacia una oscuridad fantasmal.

En la penumbra de la noche del mundo, el escritor halla refugio en su vida interior, donde aún brillan los recuerdos y la vida retoza en un tiempo sin adversidades. Los episodios de la memoria acuden “como si quisiera despejar las sombras de nuestra vida y regresar el tiempo, a esa edad en que la desgracia no se atrevía a tocarnos”.1 La escritura de Rafael conmueve y revela la evocación del pasado como un antídoto contra el desamparo que acecha a los compañeros de los moribundos. Los fantasmas juegan a que son eternos en las habitaciones de la memoria, ahí donde siempre podremos encontrarnos con nuestros seres queridos, absueltos de la muerte.

Entre la documentación del padecimiento y los ejercicios de memoria, Pérez Gay deja entrever reflexiones profundas sobre el sentido de la vida; una de ellas hace del memento mori2 la médula de la existencia y sostiene: “si no admitimos que los días felices están contados, no hay lugar para el placer y la diversidad de cosas magníficas que hay en el camino a la tumba”.3

El cerebro de mi hermano se desenvuelve como una “cronología del amor y la oscuridad”. La honestidad de la escritura y la consagración fraterna de Rafael a los últimos momentos de José María nos entregan un testimonio desgarrador de cómo se conjugan la vida, la enfermedad y la muerte, y cómo más allá de esta última puede haber luz; hay algo que se va abriendo paso desde el hermano enfermo, a través del acompañamiento amoroso, hasta el corazón de quienes le sobreviven (y de nosotros, los lectores): la catarsis. No me parece desproporcionado afirmar que este libro es una obra admirable del pensamiento que, incluso abatido, tiene todavía el coraje de vivir. Mediante la narración de lo mórbido, Rafael Pérez Gay esboza una poética, un arte para purificarse de la enfermedad terminal: uno tiene que aprender a dejar ir a sus muertos.


1 Rafael Pérez Gay, El cerebro de mi hermano. México, Seix Barral, 2013, p. 57.

2 Memento mori es un recordatorio de la fugacidad de la vida, se traduce como “recuerda que morirás” y es un tópico frecuente en el arte.

3 R. Pérez Gay, op. cit., p. 93.