El concepto educar proviene de dos verbos en latín: educere y educare. El primero, educere, se refiere a la idea de llevar, levantar, liberar, hacer salir, conducir… ¿Hacia dónde? Hacia la verdad. El segundo, educare, significa formar, instruir, moldear, labrar, dar un conocimiento a fondo.1 En nuestro país, Sergio Berlioz (Ciudad de México, 1963) es un educador nato, uno de los contados liberadores y moldeadores de mentalidades. Oírlo en clase y aprender de él es un acto solemne, con un aire de fraternal gravitas. A semejanza de Antonio Caso o Andrés Serra Rojas, como catedrático, Berlioz sabe cómo ascender con su auditorio.

La cita obligada es todos los miércoles en Casa Lamm, en la colonia Roma. Ahí, desde hace décadas, Berlioz ha generado, con paciencia, alegría, entusiasmo y bonhomía, un numeroso público de música académica. Con impecable abrigo, bufanda, boina, pipa, traje negro de tres piezas y corbata de moño, Berlioz llega al salón con un portafolio oscuro en la mano derecha y, bajo su brazo izquierdo, un complementario conjunto de libros y partituras. Son las diecinueve horas. Con toda prisa, deposita cuidadosamente sus implementos y procede a saludar a todos los presentes por su nombre. La cortesía ante todo, el gesto humano, no está ante matrículas.

Comienza entonces anunciando lo que se va a ver y escuchar esa noche. Al principio, explica el contexto en que se compuso cada obra, así como las peculiaridades que llevaron a cada autor a componerlas. Acto seguido, ejemplifica cada una con medios audiovisuales.

A cada obra antepone comentarios y ávidos ademanes de belleza; el rostro sigue el carácter de la partitura y dirige imaginariamente con batuta en mano. Giros con los brazos, cantilenas melismáticas y recorridos peripatéticos por el salón lo distinguen. Con su entusiasmo, Berlioz insufla vida a las notas. Cada obra es presentada con furor. Nada de rutina. Es y no es Berlioz; es Ravel, Prokofiev, Stravinsky, Beethoven o Debussy. Cuando llega el turno de explicar sus propias obras, es de nuevo Berlioz.

Como músico de carrera, Berlioz es egresado del Conservatorio Nacional de Música, y su formación como director y compositor se dio gracias al trabajo conjunto con personalidades como Kurt Redel y la Orquesta Pro Arte de Múnich (1980-1981), y Leonard Bernstein, de quien fue asistente, con la Filarmónica de Israel (1982), además de que realizó estudios especializados de dirección, entre otros, con Eduardo Díaz Muñoz. Su labor académica incluye más de mil artículos en revistas de divulgación y académicas, a la par de más de cuatro mil conferencias. La música y el trabajo académico de Berlioz han sido reconocidos más allá de las fronteras de México. Países como la República Checa, Israel, Hungría y Austria lo han condecorado. En 1989, Sergio Berlioz obtuvo el Premio Nacional de Periodismo.

Para Sergio Berlioz, educar en música es una parte de su misión; componer es la otra. Con la composición, Berlioz busca crear mundos o, en sus términos, palacios sonoros. Siguiendo a Gustav Mahler, considera que la sinfonía es el culmen de todo creador musical, el medio por el que se puede expresar de la mejor manera el interior vital, la gran forma.

Julián Orbón, un importantísimo compositor cubano del siglo XX, consideraba que la edad adulta de la música académica hecha en América Latina llegaría con la creación de sinfonías. En este sentido, a pesar de existir una tradición de ya más de un siglo, no son muchas las sinfonías compuestas en América Latina. En México, Ricardo Castro, Julián Carrillo y Armando Luna hicieron dos sinfonías cada uno; Candelario Huízar compuso cuatro; Carlos Chávez, seis; José Pablo Moncayo, Antonio Sarrier y Miguel Bernal Jiménez compusieron, respectivamente, una sinfonía; Eduardo Mata tiene tres en catálogo, aunque, en realidad, sólo la tercera contiene un lenguaje propio. El más prolífico sinfonista de México y América Latina es Jesús Villaseñor, con veintiuna.

A su vez, en Chile, Enrique Soro hizo una y, en Argentina, Juan José Castro también hizo una, aunque el mayor sinfonista fue el posromántico Alberto Williams, con siete. En el caso de Brasil, destacan Mozart Camargo Guarnieri, con cuatro, y Heitor Villa-Lobos, con doce.

En esta herencia y tradición se encuentra Sergio Berlioz, quien, hasta la fecha, ha compuesto siete sinfonías. Esta forma, en particular, ha representado para él un vehículo personalísimo de expresión. Las primeras cuatro están relacionadas con sucesos de su vida y las últimas tres con temas históricos, campo del conocimiento que le apasiona.

¿Cómo trabaja Sergio Berlioz en su atelier? Con un buen café turco y el acompañamiento de miles de libros. Las obras de Berlioz persiguen un sentido de trascendencia. Cada nueva partitura está acompañada de un voluminoso tiempo de lectura, reflexión y vivencias. No es un autor por encargo.

Después de su tríptico sinfónico, Berlioz se ha enfocado en lo que ya comienza a ser un ciclo de óperas. La primera de éstas, Espejo de niebla (2019), tiene como temática la fundación de la ciudad de Puebla. Actualmente, prepara una segunda ópera que tratará sobre la Conquista de México. Ambas son resultado de años de investigación, pero no sólo eso, también labora con el apoyo de historiadores y conocedores de los temas. Cuida cada detalle: cómo se pronuncia un nombre, cómo se dice cierta frase en latín y, sobre todo, qué tan honesto es lo que se está contando, aun cuando sea una historia de ficción.

Su método de trabajo no difiere de su personalidad. Berlioz busca el orden. Él mismo cita que la palabra para designar a un compositor en checo (hudební skladatel) significa “arquitecto de sonidos”. El compositor ordena lo disperso, da sentido a los materiales. El respeto al arte va aparejado con el respeto personal. No puede, en sus palabras, haber múltiples Sergios Berlioz. Se debe ser uno solo. Pulcro en las maneras y en la búsqueda permanente de la integridad. En una palabra: civilizado. Sabiduría talmúdica, le llama Berlioz, siempre consciente de su origen judío.

Generacionalmente, la banalidad lo ha invadido todo. No es la mejor época para el humanismo en el sentido clásico del término. Se tiende a trivializar, a no darle importancia a las cosas. Hay autores que, en ese sentido, han activado las alarmas de la pérdida que supone para nuestra civilización desterrar la belleza: T. S. Elliot y Chesterton, entre los clásicos; Roger Scruton, George Steiner y Mario Vargas Llosa, entre los modernos. Sergio Berlioz considera que componer música significa emitir un mensaje al público, dejarle algo. No se puede ir por la vida agradando solamente. Debe haber un mensaje. Un mensaje, además, digno de la inteligencia y sensibilidad humanas.

Por lo común, Sergio Berlioz dirige el estreno de sus obras. Esto obedece a dos razones: una práctica y otra vital. En lo práctico, para poseer el control y la certeza de que se va a hacer de la mejor forma posible y acorde con los deseos del autor; en lo vital, como respuesta a la apatía de un medio musical que busca más reconocer que conocer. Es más sencillo ir a lo que ya se ha escuchado y disfrutado, que enfrentarse a algo distinto y que tiene un conflicto interno. Berlioz toma esto con cierto aire de frustración; se ha vuelto la normalidad. Sin embargo, ello no lo amedrenta. Seguirá dirigiendo y coordinando todo porque lo más importante es cumplir las misiones asignadas: misión, del latín missio, que signfica “enviar”.2 ¿Qué se pretende enviar? El mensaje del arte al público.

Berlioz cita a Picasso cuando dice que el arte es la más maravillosa mentira de todo cuanto existe. Las meninas, de Velázquez, no son las meninas, son un lienzo. Sin embargo, en la opinión de Berlioz, las hacemos reales cuando nos cambian algo en la vida, nos las apropiamos. Un cambio real exige, a su vez, una experiencia real. Berlioz considera que el arte en vivo jamás podrá ser sustituido por la mejor de las reproducciones. Puede uno escuchar las nueve sinfonías de Beethoven en la mejor de las grabaciones, pero esta experiencia nunca sustituirá el oír la música de Beethoven en directo. Esta vivencia del arte trae aparejado el impacto en quien recibe la experiencia estética. ¡Ay de quien pasa la vida en el desierto del espíritu!

Como muchos creadores, Berlioz considera que, de todo lo compuesto por él hasta hoy, la historia será generosa con algunas de sus obras más logradas. Con genuino orgullo y satisfacción, confía en que lo más recordado será su tríptico sinfónico(2012-2017) dedicado a Puebla, sus dos óperas, su Concierto para violoncello, op. 29 (2006), su Concierto para oboe, op. 32 (2006) y su Zarabanda, op. 43 (2010) para cuerdas.

La Quinta sinfonía “Luz de mayo”, op. 59 (2012), de Sergio Berlioz, está entre lo más logrado del repertorio compuesto en México. La partitura está inspirada en los acontecimientos que precedieron a la batalla del 5 de mayo de 1862. Para tal obra, Berlioz evitó caer en algún tipo de convención sobre la música militar. En su lugar, quiso retratar la personalidad de los protagonistas de tan importante momento en la historia de México.

“El latir de Juárez”, nombre del primer movimiento, es un ostinato con tanta severidad como la arquitectura dórica. No es un Juárez que reclama heroísmo permanente, como si tal actitud lo acompañara el día entero y la vida completa; es el personaje que tiene una responsabilidad histórica que lo puede vencer y siente temor ante ello, un temor acompañado de la más firme decisión. Ahora, imaginemos eso en sonidos. Los metales al máximo. Lo decisivo de las resoluciones armónicas. Ese primer movimiento es uno de los momentos más poderosos de nuestra literatura sinfónica mexicana.

En el segundo movimiento de esta sinfonía, Berlioz cita a Victor Hugo:

Mexicanos, tenéis razón en creer que estoy con vosotros.

No es Francia quien os hace la guerra, es el Imperio.

Vosotros en vuestra patria y yo en el destierro.

Combatid, luchar, sed terribles.

Valientes mexicanos, resistid y luchad.

A modo de lied, Berlioz se apoya en un tenor para transmitir tan expresiva invectiva. Volvamos al argumento de cómo el arte debe convertirse en algo real, aun cuando no lo es. En esa fuerza del tenor está Victor Hugo y no un cantante que imita a Victor Hugo o actúa a la manera del genial escritor francés. El tránsito del tercer al cuarto movimiento es el único orquestal de esta obra. Tenemos metales antifonales, golpes de percusión y un desarrollo in crescendo que prepara el último gran movimiento, que estalla en un coro grandioso. Entre tanto contrapunto, a manera de stretta final, la frase de Ignacio Zaragoza: “Los libres no conocen rivales”.

En la confusión de voces y orquesta, Luz de mayo concluye de manera apoteósica. Su escucha es un tour de force que no puede ser interrumpido. No hay nada que suene a tiempo extra o circunloquio. La escucha de esta sinfonía le valió a Berlioz la felicitación de Mario Vargas Llosa. Para el escritor peruano y premio nobel de literatura, esta sinfonía es un ejemplo esperanzador de que la banalidad no ha triunfado sobre el deseo de trascendencia; de que el gran arte sigue su marcha, a pesar de tanto y de tantos.

La sexta sinfonía de Sergio Berlioz se titula Elegía heroica (2013). El motivo de su creación fue el 150º aniversario del sitio de Puebla por las tropas francesas en 1863. Una elegía es un canto de lamento. Desde su origen en la Antigua Grecia, la elegía (ἐλεγεία, elegeia) combinaba la poesía con el tañido de la lira para expresar tristeza ante las desgracias, pero aquí, el lamento deviene en esperanza.3 De ahí que esta elegía culmine musicalmente de modo triunfal, es un sacrificio en pro de un bien futuro. De ahí la justificación del vocablo heroica.

En palabras de Sergio Berlioz, en esta sinfonía, la palabra no era un eje rector, sino su impulso. Esta sexta sinfonía es como un enorme fresco, sugerente de lo que pudo sentir el ciudadano de a pie en la Puebla sitiada. Empatía es una palabra a la que Berlioz recurre constantemente, y los movimientos primero y segundo van en esa dirección, o bien por medio de un coro cantando su aflicción, o bien con una soprano que duerme amorosamente a su pequeño hijo. Los movimientos tercero y cuarto son colosales, evocan a Puebla y su sacrificio momentáneo en esta guerra de liberación.

Un rasgo sorprendente de las sinfonías de Berlioz es precisamente el papel del coro como actor integrado a la orquesta. Siguiendo la tradición beethoveniana, el coro tiene un porqué y un para qué. Esta pieza se suma a ese catálogo de monumentalidad coral en una sinfonía, del cual forma parte, sólo como ejemplo, la Sinfonía antártica (1948), de Ralph Vaughan Williams.

El tríptico dedicado a la ciudad de Puebla se cierra con la Séptima sinfonía, op. 71 (2016-2017), titulada Luz del alba. Esta obra conmemora los ciento cincuenta años de la batalla del 2 abril de 1867, de la que fue protagonista el general Porfirio Díaz. Al igual que los primeros movimientos de las sinfonías quinta y sexta, el primer movimiento de esta séptima, titulado “Paz y progreso”, es una obra en sí misma. Otra constante es el final coral. Tras la conclusión de la Séptima sinfonía, Berlioz decidió llamar a su tríptico Tres cantos a Puebla.

Al finalizar la escucha del tríptico, queda la sensación de que cada una de estas sinfonías está conectada con las otras y no se pueden entender por separado las ideas que las motivan. El uso de los solistas es también una constante: en la Quinta, con una carta de Victor Hugo; en la Sexta, con una nana, y en la Séptima, con un dueto de amor entre Delfina Ortega y Porfirio Díaz. El tríptico de Berlioz no sólo es música que evoca hechos del pasado, sino que busca entender la historia por medio de sonidos. Los textos no están sólo por estar; todo está investigado y es la postura intelectual del autor sobre estos hechos históricos. El tríptico de Berlioz es una historiografía sonora, un mural sinfónico que no hubiera sido posible sin el apoyo institucional del Gobierno del Estado de Puebla y del Gobierno de la Ciudad de Puebla, a la par del Coro Normalista de la Ciudad de Puebla y la Filarmónica 5 de Mayo, la cual, hasta el año pasado, fue dirigida por el maestro Fernando Lozano.

El concepto historia (ἱστορία) puede significar: investigación, información, conocimiento, relato, narración, noticia del pasado, saber, ciencia.4 En la etapa actual de la producción de Sergio Berlioz, esta palabra es un motivo conductor, con todo lo que ello implica. Su ópera Espejo de niebla (2017-2019) tiene tras de sí todo lo que Marc Bloch solicita en el taller del historiador: confrontación de fuentes, crítica de las mismas, documentación exhaustiva, preguntas por intentar resolver.5 El maestro Berlioz enfatiza todo el esfuerzo que le llevó documentarse sobre la historia de la fundación de Puebla. El resultado de ello fue el libreto de Espejo de niebla; acto seguido, fue ponerle música.

El argumento de esta ópera, en la descripción del propio Berlioz, es la siguiente: Espejo de niebla “narra la historia de una maldición a los habitantes de Puebla por una falta mítica generada por una pareja que destruye un altar prehispánico escondido en la ribera del río San Francisco y la sustracción de un espejo de obsidiana, lo que ocasiona lluvias y desbordamientos que anegaron la recién fundada ciudad el 16 de abril de 1531, y el restablecimiento en conjunto del orden por parte de Motolinía y Salmerón, para poder edificarla como lo había planificado en su sueño el fraile franciscano”. Espejo de niebla se disfruta con libreto en mano. El texto es de una erudición que atrae desde el comienzo y la presentación de los caracteres de cada personaje siguen los cánones de Shakespeare. La música continúa el estilo ciclópeo del tríptico.

Si el tríptico sinfónico y la ópera Espejo de niebla son la parte épica de la obra de Berlioz, la Zarabanda para cuerdas es la parte lírica. Una zarabanda es una danza lenta en ritmo ternario. En la actualidad, en buena parte gracias a la tecnología en video, podemos apreciar cómo se bailaba. Cuesta trabajo entender por qué, en su momento, la zarabanda era satanizada por inmoral, cuando es una cornucopia de sensualidad, sí, pero, al mismo tiempo, de elegancia, porte y distinción. La Zarabanda de Berlioz tiene todos esos elementos, sumados a un contrapunto de fina factura que le da profundidad. Es una obra íntima que, por momentos, nos recuerda a la también “Zarabanda” del ballet La hija de Cólquide (1943), de Carlos Chávez.

Buena parte de la producción de Berlioz como compositor está documentada en video para conocimiento y disfrute de su público. Es un caso poco común en el medio de la música contemporánea. La falta de presupuesto y el desdén hacia la producción actual influyen para que eso sea así. Berlioz lo ha hecho por iniciativa propia; considera que el saber y la creación son para la gente, no para sumar méritos burocráticos en lo académico, aserto muy cercano a la línea de lo que Gabriel Zaid llama cultura libre.6

Una prueba tangible de este paradigma es la empresa independiente FomArt, la cual ha dado apoyo decidido a Sergio Berlioz en el esfuerzo por documentar su música de forma audiovisual. El resultado son las decenas de videos donde Berlioz dirige el repertorio mexicano y universal, a la par de sus propias creaciones; una prueba tangible de lo importante que es la cultura libre, el gusto y el amor por hacer las cosas.7

 


1 Diccionario Vox latino-español, español-latino. Madrid, Vox, 1964, pp. 172-173.

2 Ibid., p. 359.

3 Vid. “Etimología de elegía”, en Diccionario etimológico castellano en línea. http://etimologias.dechile.net/?elegi.a. Consultado el 10 de agosto de 2020.

4 Vid. Diccionario manual griego clásico-español. Madrid, Vox, 1967, p. 133.

5 Vid. Marc Bloch, Introducción a la historia. Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 1982, pp. 42-57. (Breviarios, 62)

6 Zaid, Gabriel., Tres conceptos de cultura, en Letras Libres, 30 de junio de 2007. Disponible en: https://www.letraslibres.com/mexico-espana/tres-conceptos-cultura. Consultado el 10 de agosto de 2020.

7 El presente artículo se basa en entrevistas del autor con Sergio Berlioz, en noviembre de 2019 y agosto de 2020.