Selección de poemas del libro Sad Hill. San José, Perro Azul / Amargord, 2019.

 

Niñez

Ahora que lo veo,
no me tomaron fotos cuando niño.

Salgo en algunas,
pero como extra.

Fui un figurante
en mi propia niñez.

Yo fui un niño obtuso, borroso,
bastante malo.

Cazaba solo,
muy adentro en los patios.

Torturé animales,
quebré ventanas,
reventé balones contra la blanca
pared de mis odios
y lloré ante la muerte de mis superhéroes.
—Aquamán estuvo frito
desde siempre.
Era, después de todo,
un pescado con ínfulas de hombre,
pero en una sartén cualquiera
regresa al menú
como un ángel al ají.

La niñez me duró acaso
un par de horas.

Lo que pasa es que comencé
a amontonar años sin pudor.

A mi edad actual soy el niño
que no supo de ayeres,
que no insistió en perdones.

Que no enterró cadáver de mujer
hasta que fue desesperadamente
/tarde.

 

La escoba

Cuando el agua sucia
se presta para complejidades,
soy un monstruo
y paso la escoba.

Se lleva, la escoba,
entre sus hilos,
al bicho muerto y al alma en pena.

La escoba se opone
en el trabajo de oficina
a todo lo que ahí se hace
o se deshace.

A las sospechosas luces
que a las dos de la mañana
afantasman un lugar
que late sin bombilla.

La escoba —tan simple—
es el Cabo Cañaveral de un algo
sin monumento.

Pasa, la escoba,
por entre la basura,
llevándose el zapato,
la camisa,
la hamburguesa.

Y al polvo impostor que, por más irse,
no se va.