Opción 135, diciembre 2005.


 

Me tocó ser el último director de una etapa muy importante de la revista Opción, una etapa que comenzó a finales de los noventa, y que se caracterizó por ser la época en la que la revista despegó definitivamente hacia los más altos horizontes y alzó la mano, con todo derecho, en el enmarañado entorno cultural de México. En efecto, después de mi dirección se renovó completamente el diseño de la revista, se abandonaron las portadas totalizadoras de pintores famosos (el número 120, mi último, contenía como una suerte de despedida el maravilloso Café nocturno de la Place Lamartine de Van Gogh), se cambió el logotipo y se reestructuraron las secciones, entre otras cosas. Llegaron nuevos tiempo, nuevas ideas y también nuevas personas al entonces pequeño cubículo opcionauta.

Uno de mis objetivos fue otorgarle aún más fortaleza institucional a una publicación que había alcanzado ya la plena madurez. De esa forma, se creó un Consejo Consultivo integrado por destacados académicos del ITAM y se estrecharon los vínculos con Rectoría y con Dirección Escolar. Se aumentó también el tiraje de la revista, llegando a ser largamente el más extendido del mundo universitario del país; se institucionalizaron los certámenes literarios organizados junto con la Asociación Nacional de Ex Alumnos del ITAM y la División Académica de Estudios Generales, Estudios Internacionales y Centro de Lenguas; se realizaron acuerdos de cooperación y colaboración con otras publicaciones itamitas como Urbi et Orbi, Caeteris Paribus o La Gaceta de Ciencia política; y se pretendió dar un impulso a otras formas de expresión del alumnado: prueba de ello fue un exitoso concurso de fotografía que se convocó.

Entonces, como creo ahora, Opción representaba un muy particular refugio para los humanistas que también hay en el ITAM. Así debe continuar, aun cuando cambie sus formas y sus métodos. Opción tiene que ser un reflejo fiel del mundo y de sus tendencias, pero no subyugarse al espíritu del mundo; debe ser un actor relevante de la sociedad que busque pensarla y comprenderla combinando el rigor académico y la creatividad artística de calidad, con honestidad, autonomía, autenticidad, y fustigando a esos falsos profetas que tanto abundan en la pseudo intelectualidad de café y levantan el muro de lo políticamente correcto, que no es sino intolerancia y dogmatismo progre.

Vaya, pues, mi alegría por esta conmemoración y mi recuerdo emocionado hacia todos aquellos amigos con los que compartí tantas valiosas experiencias en esta revista. Experiencias que, al menos en mis tiempos, eran vividas de tal forma que para nosotros la participación en Opción equivalía a una suerte de activísimo, a una singular forma de militancia. Y, en efecto, los opcionautas éramos militantes de la vida que no queríamos dejar, como pedía el poeta, que la canción se hiciera ceniza.