Érase una vez un poeta iraní que también pintaba. Los poetas lo consideraban un mejor pintor, y los pintores, un mejor poeta; sin embargo, al contrario de sus opiniones, sus pinturas se convirtieron en las obras con mayor precio de la historia moderna de la pintura persa y su poesía reunida en uno de los libros más vendidos del país.

Sohrab Sepehrí nació en 1928, en Kashán, y murió 52 años más tarde, en 1980, en Teherán. El mismo año de su nacimiento, el alfabeto persa fue prohibido en Tayikistán por Stalin, y Reza Shah, el dictador de Irán, estaba por estabilizar su régimen; en las elecciones del Parlamento de Irán, él mismo eligió a los diputados. Asimismo, durante la dictadura de Reza Shah, varios escritores fueron encarcelados y muchos otros exiliados; Sadegh Hedayat, el padre de la narrativa persa moderna, escribió su obra maestra, El búho ciego, en la India. 

Durante la infancia de Sohrab, varios escritores y activistas de la izquierda iraní fueron detenidos, y un gran intelectual, Taghi Arani, murió torturado en la cárcel al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Ese mismo año, Irán declaró que no tomaría partido alguno en la guerra, y dos años después los Aliados ocuparon el país. Sohrab Sepehrí pasó su infancia y adolescencia en la era del establecimiento de un dictador, una guerra mundial y la ocupación de su país por fuerzas extranjeras.

Su familia era amante del arte: su padre, funcionario de una oficina de telégrafos, tocaba música, pintaba y hacía caligrafías; sin embargo, cuando Sohrab era un niño, enfermó y quedó paralizado de ambas piernas, y 34 años más tarde murió de la misma enfermedad. Su madre, quien Sohrab escribió que se asemejaba a la hoja de un árbol, vivió hasta 14 años después de la muerte de su hijo, en 1994. Su abuela era poeta, y algunos de sus poemas se han publicado. Sohrab fue privilegiado, pues haber nacido en una familia de clase media en los momentos cumbre de las tensiones y turbulencias de la historia moderna de Irán le brindó la posibilidad de escapar de las catástrofes y la confusión del mundo exterior para refugiarse en el arte y la naturaleza, que inmediatamente se transformaron en una realidad alterna para él. Mientras que la realidad exterior constaba de masacres, inseguridad y pobreza, Sohrab se encontraba en el jardín de su casa que «estaba a un lado de la sombra de la sabiduría». Escribió: «La casa era grande. Había un jardín que tenía todo tipo de árboles. Fue un buen espacio para el aprendizaje. Nuestra casa colindaba con el desierto. Todos mis sueños se dirigían al desierto».1

Dos años tras la ocupación de Irán por las fuerzas aliadas, Sohrab Sepehrí fue a Teherán para cursar allí su bachillerato. El fin de la guerra se acercaba, y justamente al terminar, Sohrab inició su primer y último trabajo como maestro escolar, pues más tarde lo dejó para estudiar una Licenciatura en Artes en la Universidad de Teherán. No disfrutaba trabajar en un ambiente social, por lo que, finalmente, regresó a su ciudad natal, Kashán. Tenía un carácter sumamente asocial: nunca apareció en la inauguración de sus exhibiciones, no aceptaba entrevistas con los periódicos, nunca se casó y jamás escribió un poema de amor dirigido a persona alguna; sin embargo, cuando yo era joven, los enamorados recitaban sus poemas. Sepehrí era amante de los viajes y su jardín, pues ambos le brindaban la posibilidad de meditar. Siendo muy joven viajó, primero a Italia y a París, y después, a Japón, donde permaneció un año con el fin de aprender el arte de los grabados. Más tarde viajó a India, y de ahí, a Pakistán y a Afganistán. Conoció también Alemania, Inglaterra, España, Holanda, Austria, Grecia, Estados Unidos y Egipto. Fue una excursión del y hacia el interior que buscaba hacerse una con la tierra: la tierra que es el jardín de su propia casa, y la tierra que es la Tierra. Por eso, la poesía de Sohrab no pone énfasis en los paisajes humanos, está, pues, dominada por la subjetividad del poeta mismo y la naturaleza.

La poesía moderna persa inició con el poema intitulado «Leyenda» escrito por Nima Yushich, casi siete años antes del nacimiento de Sohrab. Nima nació en el norte de Irán, estaba de acuerdo con las ideas de la Revolución constitucionalista en Irán y había estudiado en una escuela francesa, por lo que conocía muy bien la poesía de Rimbaud, Verlaine y Baudelaire. Asimismo, seguía el desarrollo de los movimientos poéticos de Turquía y del mundo árabe. Nima no tenía un carácter político, pero sí un espíritu rebelde. Su hermano, Ladbon era comunista y se fue a la Unión Soviética, donde fue asesinado por Stalin. Nima creía que la poesía contemporánea persa tenía que alejarse del mundo abstracto e imaginario de las ideas para acercarse más a la corporeidad y a la sensibilidad humanas. La literatura clásica persa, según él, era un mirar el mundo desde lejos, y él prefería observar tanto lo humano como las cosas desde cerca: el ritmo del mundo le parecía inexpresable por medio de las rimas y cadencias del sistema métrico antiguo. Ideó un sistema armónico que mantenía la cadencia sin caer en la perfección simétrica de la prosodia clásica, pues ésta le parecía inalcanzable. Este sistema asimétrico y rítmico fue el que utilizaron Sohrab y otros poetas de renombre, como Forugh Farrojzad.

Ahmad Shamlú, otro gran poeta iraní que nació tres años antes que Sohrab en Teherán, y que es hoy considerado uno de los críticos más fuertes de su poesía, hizo de su propia poética un puente sobre el abismo entre el individuo y la historia. Escribió: «Ciertamente no he nacido hoy de mi madre: la edad del mundo ha pasado sobre mí. Mi recuerdo más cercano es la memoria de los siglos». Sohrab, a diferencia de Shamlú, trató de salvar al individuo de la historia, ya que veía la salvación del ser humano en la negación de la historia, así como en el regreso a la naturaleza, por lo que su poesía resultó más en una contemplación espiritual en y sobre el espacio y sobre el mundo interior. Esta misma contemplación acercó a Sohrab a la literatura clásica oriental. Antes de él, entre los escritores modernos persas, Sadegh Hedayat había escrito sobre su afecto por la literatura de la India y Japón. Hedayat, como Sepehrí, no venía de las clases bajas; había estudiado en Europa y prefería la soledad sobre las reuniones, las cuales consideraba inútiles: su amor se dirigía hacia una patria y hacia una mujer que nunca existieron. Como Sohrab, no se casó y, finalmente, se quitó la vida, exiliado permanentemente en París. A pesar de que Hedayat no era miembro de ningún partido político, no fue indiferente ante la política de Irán e incluso de Europa y América. En sus obras, la historia tiene una presencia significativa y, a diferencia de Sohrab, nunca vio en la naturaleza un reemplazo de la historia, sino, al contrario, trató de inventar una identidad tanto de una nación como de una patria que no existían. Las reuniones de los colectivos izquierdistas se llevaban a cabo en su casa; hablaba de un nacionalismo imaginario; tradujo literatura occidental y textos antiguos en lengua pahlavi al persa. Buda, Tagore, Kafka, Hemingway y Akutagawa conviven en sus obras. Se puede decir que el lado oriental de Hedayat fue transmitido a Sohrab junto con todos los problemas originados en el pensamiento colonialista, mientras que sus paradojas del mundo moderno llegaron, por otro lado, hasta Shamlú, quien siempre se opuso al misticismo individualista, pues creía que la salvación del individuo ocurría en y por la salvación de los demás: nadie es salvado en soledad.

Shamlú escribió en una carta que data de 1993, dirigida a Clara Janés, quien tradujo algunos libros de Sepehrí al castellano:

 

Hoy en día, nuestro régimen, que se esfuerza en imponer una cultura gubernamental al pueblo, intensamente utiliza a Sepehrí y a menudo pone violentamente sus garras sobre él con el fin de hacer propaganda de su persona en los medios de comunicación,2 simplemente por el hecho de que sus obras no posan ‘riesgo’ alguno y, como un chicle, pueden ser dadas a un niño para que mastique y deje de hacer berrinche… La propaganda que sobre él elabora el régimen se debe únicamente a los aspectos de pobreza ideológica e ignorancia presente en su poesía, los cuales no tienen ni el más mínimo lugar entre los objetivos actuales de nuestra poesía. El camino de nuestra poesía, la cual está ya madurando, se dirige precisamente en una dirección opuesta al camino de la poesía de Sepehrí, la cual es denominada por el régimen teocrático como ‘mística’, y si pudiera utilizar la palabra gallardise como un equivalente para referir a ‘pobre pero alegre’, la poesía contemporánea persa lucha hasta la médula en contra de esta actitud. En realidad, la poesía de Sepehrí, dentro de la poesía contemporánea, es tomada en cuenta por los críticos aplicados bajo sus aspectos técnicos de la métrica y no de acuerdo con criterios sociales.3

 

Shamlú, más tarde tendría una opinión similar sobre la poesía de la misma Clara Janés. Escribe: «De los poemas que Clara Janés me mandó, llegué a reconocerla como una poeta de gustos místicos o que probablemente no puede resistirse frente a las efusiones extáticas, en buena medida bellas y místicas, que para mí no son más que juegos de palabras».4

El carácter apolítico tanto de la vida como de la poesía de Sohrab es la razón por la que los regímenes políticos de Irán jamás se sintieron amenazados por sus libros. La única vez que la poesía de Sohrab se vio enfrentada con la censura fue en tiempos del Shah, cuando, tras la ejecución de poetas y activistas de la izquierda iraní, el sistema de censura reaccionaba con suma sensibilidad ante la utilización metafórica de la palabra «rojo», obligando a Sohrab a sustituir en su poema «El sonido de los pasos del agua» la imagen de «la flor roja» por «la flor de hielo». 

Tras la Revolución de 1979, la poesía oficial del país regresó a la poesía tradicional, a saber, el sistema métrico clásico presente en los ghazales, qasidas y rubaiyat. Cualquier otro tipo de poesía se consideraba como occidentalista. Incluso el Ayatollah Ruhollah Musavi Jomeini, cuyo régimen fue marcado por un totalitarismo religioso, escribía poemas y recitaba ghazales. Solamente un puñado de poetas modernos gozaban de derechos de publicación; los textos de Sohrab fueron de ellos. En esos terribles años, nombrar poetas disidentes tales como Forugh Farrojzad, quien fue amiga cercana de Sohrab, estaba estrictamente prohibido. Forugh luchaba por la voz de la mujer y, a pesar de no haber sido miembro de ningún partido político, hablaba y escribía explícitamente sobre la tiranía histórica que existía en Irán hacia el cuerpo y la identidad de las mujeres. 

En semejantes condiciones, los jóvenes poetas de mi generación, quienes crecíamos en un Irán posrevolucionario islámico y sentíamos curiosidad y pasión por la lectura de la poesía moderna, teníamos como primer poeta para leer y conocer a Sohrab Sepehrí. No se nos premiaba el leer sus obras, pues incluso para nosotros había sido un poeta occidentalista, pero aun así no era insoportable, pues lo considerábamos místico y apolítico. En mi adolescencia, por ejemplo, me aprendí de memoria tres libros de Sohrab: El sonido de los pasos del agua, El viajero y El volumen verde

Ivan Klíma en su prólogo a Praga con los dedos de lluvia, la obra maestra del poeta Vítězslav Nezval, habla sobre la relación entre los poetas jóvenes de República Checa y la poesía de Nezval, y concluye su texto afirmando que la presencia de Nezval, incluso en el poder, en tiempos de la dictadura comunista de Europa del Este, era como la presencia de un río transparente e inspirador en una época en la cual el sistema se esmeraba en destruir cualquier tipo de poesía y literatura individualista e independiente. La relación que tiene mi generación con la poesía de Sohrab es muy parecida a la relación de Klíma con aquella de Nezval; no obstante, Nezval fue un importante director en el régimen comunista, mientras que Sohrab jamás estuvo en el poder, por lo que su poesía cruzó de manera inmediata las barreras de la censura: su profunda relación con el misticismo lo hacía un poeta natural en el mundo iraní.

Los ocho libros de Sohrab Sepehrí, es una colección de los libros que publicó él mismo como su obra reunida. Como cualquier poeta, Sohrab no incluyó todos sus poemas en esta colección, tales como los del diván que escribió a los diecisiete años. Al principio Sohrab escribía en verso libre, de igual manera que Ahmad Shamlú, pero más tarde sintió que el ritmo clásico era más natural para su mundo poético y, como su amiga Farrojzad, escribió sus mejores poemas utilizando este sistema. Shamlú, al contrario, consideraba que los ritmos clásicos eran limitantes para tratar las catástrofes de nuestro mundo. De entre sus colecciones de poemas, El sonido de los pasos del agua se convirtió en un libro querido para los iraníes en tiempos de la guerra entre Irán e Irak en la década de los ochenta. Él no vivió el conflicto y tampoco vivió para ver la atención del pueblo iraní hacia su poesía, pues murió poco tiempo antes de que estallara, el 21 de abril de 1980.

La sociedad iraní, sesgada entre una guerra y una dictadura, buscaba refugio en la calma y esperanza que experimentaba en los versos de los poemas de Sohrab, quien hasta su colección El volumen verde, permaneció como un poeta esperanzador. En los últimos poemas de su última colección, Nosotros nada, nosotros mirada, hallamos a un poeta sorprendido y desesperado frente a una historia que devoraba la tierra. Sohrab escribió:

 

El mundo está lleno de maldad y yo miro la flor de la amapola. Sobre la tierra viven millones de personas hambrientas. Ojalá no hubiera, pero la existencia del hambre intensifica la flor de amapola y mi mirada toma otras dimensiones hacia sí misma. Recuerdo que, en Benarés, entre muertos, enfermos y vagabundos, yo, observando un solo edificio, quedé paralizado ante la sublimidad de la naturaleza. Mis pies se pararon en la tragedia, y mi cabeza, en la estética. Cuando mi padre murió, escribí: “todos los policías eran poetas”. La presencia de la tragedia había purificado el mundo. La tragedia era la otra cara de la moneda, y yo sabía que los policías no eran poetas. He permanecido demasiado en la oscuridad como para poder hablar sobre la luz.5

 

 Sohrab fue querido por la sociedad iraní por su intento de buscar la luz entre la crueldad y la tragedia, acompañado, además, por un creciente individualismo en una sociedad en la cual no había otra salida más que la de «cada uno por su cuenta».

Tres siglos antes de Sohrab, un grupo de poetas persas que no aceptaban los cambios ideológicos que se gestaban en Irán dejaron el país, exiliándose en la India. El Imperio safávida, en el siglo XVI, fundaba el concepto moderno de Estado nación en Irán y, para poder llevar a cabo este concepto, constituyó una dictadura religiosa y nacionalista. Los poetas exiliados fueron recibidos con los brazos abiertos en la India e incluso en la corte les fueron dados espacios para su escritura y procesos creativos. Asimismo, dado que, en la corte de la India, el persa era una lengua popular, les fue dado también escribir en ella, por lo que su poesía se convirtió en una mezcla entre pensamiento indio y persa. Sin embargo, a causa del exilio y la limitación de la lengua persa en toda India, los indios no los contaban entre sus poetas, pero tampoco en Irán, pues sus poemas se conocían de manera tardía. Sohrab, como ellos, tiene esa rara y bella mezcla entre Irán e India; no obstante, fue afortunado de nunca sufrir el exilio, por lo que le dio algo así como un final feliz a dicho sincretismo. Los poetas del estilo indio-isfahani fueron salvaguardados en la poesía de Sohrab en Irán.

No se puede negar la importancia de Sohrab dentro del marco de la poesía persa. Incluso en los poetas quienes, como yo, después de la adolescencia se acercaron a poetas como Shamlú o Farrojzad, se pueden encontrar influencias de Sohrab, por lo que traducir la obra reunida de Sohrab al castellano es una necesidad y un trabajo heroico. Sólo es posible hacerlo con amor. Un gran trabajo que mi querido Ariel llevó a cabo. Le doy mis felicitaciones a él y a la lengua castellana por abrazar a este gran poeta.  

 


*Prólogo de Los ocho libros. Poesía reunida, de Sohrab Sepehrí (traducción de Ariel Miller), próximo a publicarse por el Fondo Editorial Opción en colaboración con La Máquina Roja. 

 

1  Sohrab Sepehrí, Hanūz dar safar-am (Teherán: Farzan Ruz, 2001), p. 10.

2  Cabe mencionar que en Irán no hay ningún medio de comunicación independiente, pues todos son controlados a nivel estatal. 

3  Sohrab Sepehrí, Espacio Verde; Todo Nada, Todo Mirada, trad. de Clara Janés, Sahán y Mojgan Salami (Madrid: Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2010). 160 pp.

4 De una carta del acervo digital privado de Mohsen Emadi. 

5 Sohrab Sepehrí, Hanūz dar safar-am, p. 25.