Opción 177, Septiembre 2013.


Lo especial tiene que ser reducido siempre a lo personal y éste, a lo sustancial. La transformación de la especie en un principio de identidad y de clasificación es el pecado original de nuestra cultura, su dispositivo más implacable.
Giorgio Agamben, “El ser especial” en Profanaciones

El cuerpo ha estado siempre atravesado. Se sabe cuerpo –“carne”– en la medida en que tiene asignada una división. La vida se entiende en cuanto escindida: nutritiva y racional, desnuda y cualificada, animal y humana. La biopolítica no es otra que la lógica de las separaciones, la decisión por el afuera y el adentro.

De acuerdo con Giorgio Agamben, que continúa los trabajos inaugurados por Michel Foucault, la política ha sido desde siempre bio-lógica: la distinción aristotélica de lo viviente (la primer ontología) es el punto de partida de toda fundación soberana, el principio que animalizaba al esclavo, el cimiento de la distinción bárbaro-ciudadano, otro e idéntico.

A partir del sigo XVII, según Foucault, es clara la intervención del Estado en el ámbito de la “vida”: dispositivos inmovilizan y posibilitan funciones vitales, se “cuidan” poblaciones y se potencia el “acervo biológico de la nación”. Salud, raza y bienestar aparecen como los nuevos proyectos estatales.

Bajo este panorama hablar de la vida, incluso a manera de resistencia, parece reforzar al biopoder mismo: nos encontramos siempre cercados por las estrategias de captura, por el principio de identidad, la reducción a una sustancia desnuda.

Gilles Deleuze detecta esta problemática en el Foucault de La voluntad de saber al igual que sus intentos por resolver la dificultad: “Si el poder es constitutivo de verdad, ¿cómo concebir un ‘poder de la verdad’ que ya no fuese verdad de poder, una verdad que derivase de las líneas transversales de resistencia y ya no de las líneas integrales de poder?”1 Es decir, ¿cómo abordar la noción de “vida” –de una manera absolutamente novedosa– sin ser cautivos del poder soberano?

Según Giorgio Agamben, puede leerse un intento por responder este problema en el último ensayo publicado en vida por Deleuze: “La inmanencia: una vida…” ¿En qué sentido se dice que una vida es “inmanente” y cómo puede ésta representar una verdadera resistencia al biopoder?

Ludwig Zeller, Cantando a gritos. Opción 176, 2013.

Ludwig Zeller, Cantando a gritos. Opción 176, 2013.

Deleuze presenta “una vida…” como aquello que tiene que ser pensado y que al mismo tiempo no puede ser pensado;2 es decir, como pura inmanencia: como indefinición que no emana sino de sí misma. “Una vida…” no pertenece a un sujeto, no se constituye como sustancia, ni como principio identitario. Es indefinición que no se erige como trascendente, que abraza el caótico cambio y se fuga a cada instante. “Una vida…” vive en la brecha de las divisiones, las dinamita implacablemente.

Mientras el aporte específico del aislamiento de la vida desnuda era llevar a cabo una división en lo viviente, que permitía distinguir en éste una pluralidad de funciones y articular una serie de oposiciones (vida vegetativa / vida de relación; […] y, en el límite, zoé / bíos, vida desnuda y vida políticamente calificada), una vida… señala la imposibilidad radical de trazar jerarquías y separaciones.3

La noción de vida, vista ahora como “matriz de desubjetivación infinita”, es la respuesta vertiginosa a las asfixiantes estrategias de división y creación de sujetos. Es la exhibición de la naturaleza irresoluta, la profanación de lo apropiado por las enredaderas soberanas. El abordaje de la vida como gesto infinito e inagotable…

 


1 Gilles Deleuze, Foucault, Barcelona, Paidos, 1987, pp 125-126.

2 La relación entre “una vida…” y la inmanencia es pensada en el ensayo de Giorgio Agamben “La inmanencia absoluta”; de ahí que se adapte la cita original de Deleuze (“el plano de inmanencia es a la vez lo que tiene que ser pensado y lo que no puede ser pensado” en ¿Qué es la filosofía?) a este contexto.

3 Giorgio Agamben, “La inmanencia absoluta” en La Potencia del Pensamiento, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2007, p.509.