Opción 24, Noviembre 1983.


a David Mena

“las mismas letras tienen vivir y morir”

 

 

Había fracasado en mi intento de venderle mi alma a algún escritor. Me despertaba yo todas las mañanas esperando verme convertido en un monstruoso insecto, pero siempre me encontraba con la misma persona y en las mismas circunstancias.

Al soñar que un escritor pudiera delinear mi existencia pretendía resolver el molesto caso de mi suicidio. Debido a que no soporto contemplar sangre y mucho menos si el dolor es mío, decidí que dejar de existir no implica dejar de respirar. A su vez me di cuenta que manejaba yo ideas y mencionaba nombres de personas que han dejado de respirar pero que, sin embargo, de alguna manera u otra no han dejado de existir.

Resolví terminar con mi caso y vistiendo mis mejores ropajes me dirigí a una oficina del Ministerio Publico a declararme formalmente muerto. Al dejar algunas cartas en el correo, dirigidas a familiares y amigos, me di cuenta que mis pasos eran ya irreversibles. Me presenté en la oficina del Notario y siguiendo los lineamientos de la decencia y la cordura le expuse la situación. Totalmente impresionado me dijo que mi caso era original y que la verdad era que no sabía cómo proceder en el asunto. Luego de unos momentos de reflexión me dijo que él estaba para servirme y que con gusto arreglaría mi asunto, mediante una pequeña suma de dinero. Le hice entrega de mis ahorros y de algunos objetos de valor que cubrían el monto del trámite, me entregó el acta, certificando mi muerte, y me pidió nombres de familiares que pudieran pasar a recoger el “cadáver” del suicida.

Desde entonces me dedico a redactar pequeños mensajes que deposito en los lugares que frecuento bajo otro nombre y en donde nadie se interesa por mi persona.

Parece increíble, pero encontré una alentadora vida aquí en la muerte y mientras cargue mi acta de defunción conmigo sé que no tendré problemas. Duermo en donde pueda y como con cierta frecuencia, no hay que olvidar que mi organismo no ha muerto. De lejos he visto a mis amigos y a mis excompañeros de trabajo y a veces pienso que algunos también desearían mejor estar muertos.

Los fines de semana me fascina visitar mi tumba y notar, si es que alguien ha venido, un nuevo arreglo de flores. Por lo demás me dedico enteramente a lo mío, a lo que siempre me llamaba la atención, sin importarme mi apariencia o mis buenos o malos modales. Bien decían que después de la muerte está el paraíso.