Lo demás es ironía, larga espera de la muerte…

Georges Bataille

 

La palabra ficción parece enunciarse desde las dinastías de lo Real y lo Irreal. Desde el sueño, la locura o la noche; emplazamientos de un umbral solemne que nos alcanza en la vigilia. Emplazamiento que entreabre una distancia: alejamiento propio del lenguaje, “alejamiento que tiene en él su lugar, pero que, además, lo expone, lo dispersa, lo parte de nuevo y lo abre.”1 El lenguaje es, de las cosas, su distancia: todo lenguaje que hable de esta distancia adelantándose en ella es lenguaje de ficción. Nombra las cosas, las hace hablar y les da en el lenguaje su ser compartido ya por el poder soberano de las palabras. La escritura, momento de las palabras, es instante de origen puro [Las palabras son líneas, hechas cuando se cruzan…], tinta apenas seca: huella. Espacio del lenguaje que se desborda en la ausencia de ser. Es pues, este lenguaje de distancia –juego soberano del espacio–, lenguaje del aspecto, experiencia de dispersión, exterioridad esparcida: punto de referencia y de impugnación. Las relaciones del aspecto en el juego de la distancia, la desaparición de la subjetividad en el origen, nos consagran a la partición entre el pensamiento y el lenguaje: pensar y hablar.

“Hablo” pone a prueba toda la ficción moderna.2 Nietzsche pregunta ¿quién habla?, Mallarmé responde: la palabra misma. “Hablo” es discurso ausente, desnudez enunciada en la dispersión del “yo” que habla: derramamiento indefinido del lenguaje. La literatura no es sino exterioridad desplegada del lenguaje, fuga sobre sí mismo que se revela en la distancia.

 

El sujeto de la literatura (aquel que habla en ella y aquel del que ella habla), no sería tanto el lenguaje en su positividad, cuanto el vacío en que se encuentra su espacio cuando se enuncia en la desnudez del “hablo”.3

 

Pareciese ser que el ser del lenguaje no aparece sino en la ausencia del sujeto. El pensamiento que se mantiene fuera de toda subjetividad, en el límite de su exterioridad  que entreabre una distancia respecto de sí como el límite en que experimenta su doble, no ya como mero desdoblamiento sino como muerte en el seno del lenguaje, es llamado por Foucault “el pensamiento de afuera”: juego absolutamente transgresor de lo Mismo y la Diferencia, urgencia de pensar en un lenguaje que no sea empírico –emancipado de la dinastía de la representación–, posibilidad de un lenguaje del pensamiento que esboce el límite del ser del lenguaje.

Son Sade y Hölderlin quienes inauguran la apertura por la que el pensamiento de afuera se desdobla, como experiencia infinita de la finitud frente a “la ausencia de Dios”. Experiencia de la ausencia en el límite de nuestro lenguaje como ausencia del yo que responde a la ausencia de Dios. La transgresión dice lo que siempre quiso negarse: en el límite, las palabras nos entregan al silencio, en la medida en que el lenguaje irrumpe fuera de sí y ya habla de sí mismo en ausencia de un sujeto. Lo que no ha podido decir el misticismo (desfallecía en el momento de decirlo), lo dice el erotismo: Dios no es nada si no es superación de Dios en todos los sentidos; en el sentido del ser vulgar, en el del horror y en el de la impureza; en definitiva, en el sentido de nada…4 El lenguaje de la sexualidad de Sade “nos ha izado hasta una noche en la que Dios está ausente”5 y es en la profanación donde se anuncia la experiencia singular de la transgresión.6 Es pues en el lenguaje donde la muerte de Dios ha repercutido profundamente, por el silencio que ella ha suscitado; es la literatura el lenguaje que habla en dirección de esa ausencia.

La aparición de la sexualidad como problema fundamental marca el deslizamiento de una filosofía del hombre que trabaja hacia una filosofía del ser que habla. El lenguaje ha dejado de ser el momento del desvelamiento del infinito; es en su espesor donde hacemos en adelante la experiencia de la finitud y del ser.

 

Lo que un lenguaje, si es riguroso, puede decir a partir de la sexualidad no es el secreto natural del hombre, no es su tranquila verdad antropológica, sino que no tiene Dios; la palabra que hemos cedido a la sexualidad es contemporánea, por el tiempo y la estructura, de aquella por la nos hemos anunciado a nosotros mismos que Dios ha muerto.7

 

Muerte entendida como el espacio a partir de ahora constante de nuestra experiencia; experiencia en la que nada puede ya anunciar la exterioridad del ser. Experiencia de lo imposible, de la finitud. Experiencia, pues, de la transgresión. La transgresión lleva el límite hasta el límite de su ser. Filosofía de la afirmación no positiva: experiencia del límite que reemplaza al movimiento dialéctico de las contradicciones. Impugnación que conduce existencias y valores al límite donde se realiza la decisión ontológica: “impugnar es ir hasta el corazón vacío donde el ser alcanza su límite y donde el límite define el ser.”8 Blanchot ha definido la impugnación como una afirmación que no afirma nada: ruptura de transitividad. Pareciera ser que el pensamiento occidental ha preferido no ser pensamiento de lenguaje pues presiente “el peligro que haría correr a la evidencia del “existo” la experiencia desnuda del lenguaje.”9 Es en el ser del lenguaje la apertura que dispersa al sujeto que habla.

 

¿El juego instantáneo del límite y de la transgresión sería en nuestros días la prueba esencial de un pensamiento del “origen” al que Nietzsche nos ha encomendado desde el comienzo de su obra –un pensamiento que sería, de un modo absoluto y en el mismo movimiento, una Crítica y una Ontología, un pensamiento que pensaría la finitud y el ser? 10

 

No es, pues, uso dialéctico de la negación, sino negación del propio discurso, imposibilidad de enunciado; instante de origen puro, de recomienzo. “No más contradicción, sino la refutación que anula; no más reconciliación, sino la reiteración; no más mente a la conquista laboriosa de su unidad, sino la erosión indefinida del afuera; no más verdad resplandeciendo al fin, sino el brillo y la angustia de un lenguaje siempre recomenzado.”11 El lenguaje de ficción transporta las palabras hacia su interior hasta hacerlas explotar; las dispersa y las anula en el vacío que desata sus formas, “se entrecruzan para formar un discurso que se presenta sin conclusión y sin imagen, sin verdad ni teatro, sin argumento, sin máscara, sin afirmación, independiente de todo centro, exento de patria y que constituye su propio espacio como el afuera hacia el que habla y fuera del que habla.”12 La ficción consiste en hacer ver hasta qué punto es invisible la invisibilidad de lo visible.

Se trata de la superación de un lenguaje dialéctico, en el que quepa decir, a la par, finitud y ser. Límite del lenguaje que nos alumbra a nosotros mismos como límite, eco de ausencia; las palabras nos entregan al silencio, irrumpiendo fuera de sí, en ausencia de un sujeto. “Hablo” no afirma consigo “existo” (a diferencia de “pienso”): la muerte se confirma como “el más esencial de los accidentes del lenguaje (su límite, su centro)”.13 Impugnación del lenguaje que se abre en la distancia, descubre su propio ser y destella el afuera. Experiencia límite en el corazón de la noche –aquella en la que Bataille experimentaba la pérdida de lenguaje  [La propia noche es la juventud y la embriaguez del pensamiento14]–, experiencia en la que el sujeto que habla se expone, va al encuentro de su propia finitud y bajo cada palabra se encuentra remitido a su muerte: [A]donde quiera que vaya me vuelvo a encontrar, me abandono, voy hacia mí, vengo de mí, sólo una parcela de mí, recogida, pérdida, fallidas palabras, soy todas estas palabras, todos estos extranjeros, este polvo de verbo, sin fondo donde posarse, sin cielo donde disiparse, encontrándose para decir, huyéndose para decir…

Ross McCampbell

Ross McCampbell

 

1 Foucault, Michel, “Distancia, aspecto, origen” en De Lenguaje y literatura, trad. Ángel Gabilondo, Barcelona, Paidós, 1996, p. 175.

2 Foucault, Michel, El pensamiento del afuera, trad. Manuel Arranz Lázaro, Pre-Textos, Valencia, 1997, p. 3.

3 Ibid., p. 6.

4 Bataille, Georges, Madame Edwarda, Fontamara, 2007, p. 18.

5 Foucault, Michel, “Prefacio a la transgresión” en De Lenguaje y literatura, op. cit., p. 124.

6 Es la transgresión de Sade el paradigma mismo de la literatura. Para Foucault, sólo hay en la literatura dos sujetos que hablan: Edipo para la transgresión, Orfeo para la muerte. Cf. Foucault, Michel, “Lenguaje y literatura” en De Lenguaje y literatura, op. cit.

7 Foucault, Michel, “Prefacio a la transgresión” en De Lenguaje y literatura, op. cit., p. 124.

8 Ibid., p. 129.

9 Foucault, Michel, El pensamiento del afuera, op. cit., p. 6.

10 Foucault, Michel, “Prefacio a la transgresión” en De Lenguaje y literatura, op. cit., p. 130.

11 Foucault, Michel, El pensamiento del afuera, op. cit., p. 12.

12 Ibid., p. 14.

13 Foucault, Michel, “El lenguaje al infinito” en De Lenguaje y literatura, op. cit., p. 145.

14 Bataille, Georges, El culpable, trad. Fernando Savater, Taurus, p. 131.