Para Elo

 

La revolución ocurrida hace algunos años tocó intempestivamente nuestras puertas. Sin anunciar su visita, nos gritó a la cara que estaba ahí para cortar las pequeñas cuerdas que amarraban al régimen, para recordarnos que la quietud no significa consenso y que aquellos fantasmas que revivió la misma cúpula militar bien podrían asemejarse a los pequeños virus que se quedan congelados y reviven apenas el calor los invade. Sí, eso mismo ocurrió hace algunos años, cuando el ala militar de la Secretaría de Seguridad Nacional (ssn) sospechó de la existencia de una naciente célula guerrillera en una universidad del sur del país. Solían desconfiar de las universidades, la posibilidad latente de un resurgimiento guerrillero estaba precisamente en esos claustros. ¡Oh, sí!, las sospechas nos llevan a materializar nuestros miedos. Para muestra, el lema de la extinta ssn fue “La seguridad de la Nación es primero”. Ninguna institución en aquellos años podía existir sin el consentimiento de que ello no vulneraría la seguridad, ¿pero por qué un obscuro y olvidado rincón del país dio pie a esta hecatombe que estoy por contarles? ¿Qué había en San Juan como para inquietar y luego desmoronar al régimen? ¿Tan dramática suena esta historia? No, más bien fue una mala broma del destino que todos creyeron y que, al cabo de estos años, he decidido relatar con el afán de reírme de lo que alguna vez tomé como cosa seria. Las mujeres y los hombres estamos acostumbrados a solemnizar todo, y más la historia; en cambio yo, el agente S19, quiero contarlo como el chiste que realmente fue.

 

 

  1. Nueve lecciones sobre economía y política de la Uasur

 

Después de veinte años de promesas electorales, la construcción de la Universidad Autónoma del Sur (Uasur) fue toda una novedad en el estado de San Juan. Al cabo de albergar más de treinta y nueve normales superiores extendidas por sus más de trescientos sesenta y cinco municipios, la Uasur era la primera institución educativa de formación universitaria cuya matrícula alcanzaba los veinticinco mil estudiantes.

Esto también encerraba la intención oficial de que los jóvenes sanjuanenses tuvieran alternativas de emprendimiento y quehacer laboral que no fueran los caminos delincuenciales y guerrilleros que, para el gobierno, asolaban la región desde hacía al menos cincuenta años.

En la Uasur, el rector era la médula espinal; manejaba más presupuesto que el municipio y la Rectoría era la plataforma perfecta para alcanzar una promisoria carrera política en el estado. En el medio de la cadena, se encontraban los directores de las facultades, todos alineados al Sr. Rector, quien los ponía y quitaba a su antojo hasta que pasó lo que pasó… cuando escogió al director la fap, sí, la Facultad de Asuntos Públicos.

Vayamos un poco atrás, cuando inició la campaña, cuando entre los contendientes se encontraba uno de los académicos más respetados de la región: Julio Baldomero, profesor-investigador-consultor-administrativo, eso decía su tarjetita. Formaba parte del Sistema Nacional de Investigadores Federales (snif) y no se podía ser indiferente a él, nunca perdía una oportunidad para sacar a relucir sus “logros” profesionales, ya fuera mientras se lavaba las manos, conversando con los colegas en los cubículos o en las recurrentes conferencias magistrales que lo invitaban a dar —a veces el Gobierno del Estado de San Juan, a veces alguna que otra universidad del país—.

En la otra trinchera se encontraba una personalidad respetada no por sus artículos arbitrados, opiniones o carisma, sino por ser parte de los fundadores de la universidad y por su gestión al frente de la facultad; había sido director por cinco años y muy a pesar de los rumores —no comprobados, pero rumores al fin y al cabo— de desvío de dinero, aspiraba a completar otros cinco años a través de su reelección: el señor Simón Cáceres.

Tanto Baldomero como Simón no cumplían con el prototipo imaginario que emulaban sus nombres: el primero era un hombre serio y corpulento, moreno, de alta estatura, cabello lacio, negro y abundante, la cara alargada, limpia de cualquier vello facial y una sonrisa que sólo salía a relucir cuando estaba con sus más íntimos; el segundo tenía, en cambio, una calva que hacía comparsa con su bigote prominente, estatura media, corpulencia moderada, facciones afiladas y una sonrisa de protocolo asomada en cada encuentro —fuera fortuito o no— con sus colegas y alumnos.

Estas personalidades se perfilaban para disputar la dirección y, como es de sospecharse, nunca fueron amigos, siempre se vieron con recelo. La diferencia era que Simón contaba de inicio con el apoyo apalabrado de Rectoría y Baldomero no, aunque ahora que lo pienso, grandes resultan los pequeños cambios que da la vida.

El botín no era despreciable: se triplicaba el salario, se contaba con una secretaria para auxiliar en los asuntos administrativos y dos becarios como asistentes de investigación para no perder el snif, un grupito espontáneo de lambiscones ofreciendo todo tipo de servicios, todo un andamiaje de autos oficiales, viajes, congresos, comidas y reuniones frecuentes con la crema y nata de la academia y la política —todo por cuenta de la universidad—… y otra cosa: el manejo discreto y anual de setenta millones de pesos del presupuesto de la facultad. Mucho dinero para un estado que poco produce, pero que cómo le dio y le sigue dando dolores de cabeza al país.

Dejando de lado los placeres que otorgaba ser director, cabe también hacer mención de los otrora desafortunados profesores de tiempo incompleto de la fap, entre ellos la Dra. Eliza Caballero —egresada de la Universidad Autónoma del Centro y snif ii—, cuyo aspecto pulcro daba siempre un aire de seriedad a los pasillos universitarios; el Dr. Pedro Galvanilla, quien a base de mañas, manías y algunos plagios pudo entrar en el glorioso mundo del snif; y un profesor ingenuo y recién egresado, de nombre Rómulo Martínez, de figura cuarteada, disímil.

 

 

  1. Ni con Baldomero ni contra Simón

 

A Galvanilla, de la política le gustaban sólo los placeres y tiempo no tenía para discordias absolutas; sí tenía, en cambio, una voluntad de adaptación dependiendo hacia dónde soplara el viento y el viento —según él— soplaba a favor de Baldomero, no de Simón, creía que había perdido el favor del rector para su reelección. Tratando de anticiparse, impulsó a Baldomero para que aceptara la candidatura, sabiendo que en caso de perder, él, tras bambalinas, podría negarlo todo. Su astucia burocrática contrastaba con su poca inteligencia académica; sabía que, aunque lo odiara, Simón no podía desecharlo, lo necesitaba por aquello del blindaje contra auditorías sorpresa realizadas desde Rectoría para chantajear el favor de los directores. ¡Oh, Simón! ¿En qué momento pensó que sería buena idea reelegirse, cuando bien pudo haber escogido un retiro más honroso?, o más bien, un retiro más honroso para sus colegas. Sí, su discurso sobre orden, disciplina y limpieza sonó bien cuando ascendió a director y San Juan, esa sociedad sedienta de orden, lo aplaudió de boca en boca, pero en estas elecciones las cosas ya no eran así. Baldomero, doctor prestigiado regionalmente por ser opinólogo, le iba a dar batalla, lo supo en ese instante, con su discurso sobre justicia social.

Era mediodía en la facultad y los cubículos ardían, no por los treinta y ocho grados que marcaba el termómetro, sino por los rumores y ajetreos del miniclaustro en torno a la elección para director: Galvanilla iba y venía sigiloso con Baldomero, mientras Rómulo murmuraba. El único faltante era Simón, quien, a falta de oficio político —recordar es justo que su nombramiento fue una imposición de Rectoría cuando se fundó la facultad y ésta era la primera elección que enfrentaba—, sólo se la pasaba telefoneando y asistiendo a juntas con el rector para que éste le asegurara su lugar. Fue tanta su insistencia, que la máxima autoridad universitaria le aconsejó que “o se ganaba a los alumnos o se iba”, porque “varios directores populares hacen un rector fuerte” y que, en dado caso, “los profesores que eran menos numerosos, importaban poco electoralmente”.

Pasó entonces que Simón tuvo miedo ante semejante reto. Nunca había sido popular a pesar de ser respetado y si en algo le llevaba ventaja el hombre de las pasiones encontradas (Baldomero) era en la cercanía con los alumnos.

Como se dijo, era mediodía, Simón caminaba por el pasillo que llevaba a su cubículo, a unos metros de su acérrimo enemigo. Una bulla cada vez más frecuente le hacía acelerar el paso y, conforme se acercaba, podía vislumbrar a Baldomero rodeado de alumnos, suficientes para contrastar con el escaso lugar en el que sus cuerpos se habían juntado. Simón quiso pasar inadvertido, había salido más temprano de una junta en Rectoría y nadie en el claustro lo daba por presente. Detuvo los pasos donde el eco de las voces le permitía escuchar; las palabras fueron tan intensas para el Dr. Simón que, conforme Baldomero desenvolvía su discurso, su corazón se aceleraba: “Compañeros universitarios… trabajadores… año 69… revolucionaria… romper las cadenas… lucha por la libertad… rígido… invitarles… aqueja… Marx, Stalin, Lenin… revolución… estrategias… poder… dirección… facultad… guerrilla… alternativa… posicionarnos… guerra… director… Gobierno… social… mis manos… derrocar… luchadores… estado de San Juan”.

Conmocionado, retrocedió lentamente hasta la salida del edificio y esperó a que los alumnos salieran, fingiendo llamar por celular. Mientras las gotas de sudor le nacían en toda la cabeza, llegó a la conclusión de que lo que había acontecido en el cubículo 205 no era una charla convencional y se dispuso, en tales condiciones, a realizar aquel trabajo para lo que originalmente fue enviado: detectar y reportar a su mando militar posibles focos rojos.

Subió silencioso, procurando aplacar sus pasos de gorila para que nadie sospechara de su presencia agitada. Llegó directo a sentarse, se pasó un pañuelo por la frente y se puso a escribir. Tratando de aplicar las técnicas de inteligencia, contrainteligencia y análisis prospectivo aprendidas en la Dirección de Inteligencia para la Seguridad Nacional (Disen) había llegado a la conclusión de que lo acontecido podía ser, en potencia, un mitin guerrillero.

Simón, un general infiltrado con mucha experiencia en debates y combates, fue vencido por su sordera circunstancial y las palabras aisladas que había hilado eran en realidad parte de un pequeño discurso más completo ofrecido a los alumnos en nombre del baldomerismo:

 

Compañeros universitarios, sepan que siempre he estado del lado de los trabajadores, que asistí a la marcha del año 69 y que eso ha dejado en mí esa huella revolucionaria, ahora encausada por medios académicos. Para mí, el conocimiento representó la oportunidad de romper las cadenas de la ignorancia y entregarme a la lucha por la libertad, pero sepan, amigos míos, que no soy un rígido investigador-consultor-administrativo-docente; sepan que, aprovechando la ocasión, quiero invitarles unas chelas para hablar en confianza sobre aquello que les aqueja. Discutamos sobre Marx, Stalin, Lenin, ya que los he leído a todos y sé que acompañada de alcohol, la revolución sabe mejor. Por otra parte, quisiera también que discutamos las estrategias para poder alcanzar la dirección. Sé de una técnica publicitaria que enseñan en la Facultad de Ciencias Administrativo-Económico-Empresariales que se llama publicidad de guerrilla, que no es sino un modo creativo y alternativo de posicionarnos en esto que parece enfilarse a una verdadera guerra electoral. Sepan que, si llego a ser director, lo primero que haré será firmar convenios con el Gobierno para que puedan realizar su servicio social y prácticas profesionales, pintaré de nuevo la facultad, haré un nuevo edificio, mejoraré los baños, las canchas, la cafetería, los pasillos y todo aquello que esté en mis manos. Vamos, pues, amigos, a derrocar esta monótona situación académica y hagamos de la facultad un verdadero nicho de luchadores intelectuales del estado de San Juan”.

 

Alucinados, también pasmados, los alumnos se veían entre sí. La propuesta del alcohol más Lenin les causaba una tentación irresistible. Ser parte de una campaña electoral para probar nuevos métodos de marketing-estratégico-político-electoral los hacía soñar con algún día poder dirigir campañas más grandes. Ilusionados, siguieron sin dudar a Baldomero hacia Tonalá, el bar que quedaba a las afueras de Ciudad Universitaria. Ellos también querían baños más limpios.