No sabemos con certeza adonde vamos hasta que estamos ahí. Como en la historia de cualquier pueblo, uno empieza siempre los cambios antes de darse cuenta, y solo cuando son evidentes, cuando ya están sucediendo, se atan los cabos de los inicios, se encuentran esas claves, a veces simbólicas pero representativas, que anunciaban una transformación en vías de marcar su senda. No debe sorprender: vivimos en espera de algo, dice Valerio Magrelli, y la frase puede reescribirse de muchas formas: la muerte es un título que cuelga en nuestra sala, como cualquier otro título lo presumimos llegada la ocasión, pero se empolva; un día despierta en el cuarto de los tiliches. Con nosotros queda el proceso, no el certificado.

Opción sabe mucho de esto. Hace casi 40 (cuarenta) años nació como un panfleto político universitario, como una opción para lo que no se podía decir en otro lugar. Volviose luego una revista literaria con deslices filosóficos, con intentos de mostrar expresiones gráficas. Después cometió el error –fruto de la candidez- de postularse desde lo apolítico, de creer que para ser tenía que hacerse desde la cita, el halago, el discurso ya fabricado. Vinieron las solicitudes para imprimir textos ya publicados, la crítica literaria de doctores como máxima autoridad, las relecturas. A pesar de que siguió organizando tertulias, visitas a museos, de que siguió trabajando cada semana por los textos del próximo número, Opción se alejó, se ensimismó. Quizá necesitaba repensarse, detenerse, recular. Cavilar por qué seguir con la inercia de lo que otros empezaron mucho tiempo atrás.

La revista desapareció del debate y eso no vino sin consecuencias. Una oficina llena de números de hace una década y cuestionamientos sobre la necesidad de mantener la publicación son la muestra de que Opción se había convertido en un bello recuerdo para quienes participaron de ella y en un nombre insulso para las nuevas generaciones. Sería otro error decir que quienes hacían la revista en ese tiempo se alejaban de su audiencia con un proyecto futuro. Lo que no es un error es afirmar que hicieron que el proyecto siguiera caminando, casi sin darse cuenta. Eso fue importante. Aunque marginada, Opción se mantuvo en el camino; siempre joven, siempre trinchera de esos cuantos que se empeñan en volver a sacar una convocatoria.

Luego de Ayotzinapa, Opción sacó un número que rompió con años de tradición. Se siguieron haciendo relecturas monumentales, pero Opción se daba cuenta que se agotaba, que ya no era suficiente; otra cosa crecía. Hace dos años Opción se releyó para conmemorar sus 35 años y empezó a acelerar, pareciera que puso fin a esa fase de timidez. Desde entonces la revista ha buscado más a sus compañeros de generación, ha comenzado a rehacer sus lazos. Hace un año Opción fue la primera revista cultural en México que reconoció la importancia de hablar sobre la diversidad sexual más allá de la coyuntura. Por otro lado, emprendió la búsqueda de las mejores voces sin importar la lengua. Este número es la muestra más reciente de esa nueva etapa. Que sirva, también, como preludio de lo que se puso en el ágora en el número 198: Opción regresará a hablar de los temas más acuciantes de nuestro tiempo, proponiendo, cada que sea necesario, otras formas de entender el mundo, de entendernos.

Así Opción se reconcilia con su pasado, reivindica sus errores. Voltea a ver los procesos por los que ha pasado, los retiene para avanzar. Si es inevitable que las mejores mentes de nuestra generación sean presas de la locura, y si es verdad que en la poesía no hay final feliz, entonces Opción será su testamento. Será el punto de encuentro, el lugar para hacer generación.