El lenguaje es una cuestión de confianza. Toda comunicación pende del hilo que tejen sus elementos: el mensaje es una abstracción de la voluntad; las palabras, en cambio, permiten tender puentes concretos, pero, como todo a lo que se le deposita algo de fe, propagan tantas perplejidades como fascinación. El idioma es un enigma compartido; todo lo que surge de su juego es una cuestión de interpretaciones, una baraja de espejos.

La traducción es una forma de aproximarse a esos reflejos del lenguaje, y al mismo tiempo, de habitar las personalidades de un idioma particular: cruzar los arcos del pensamiento para acercar las posibilidades que ofrece otra forma de hablar, de hacer ideas. ¿Qué identidades se comparten en esa relación? Si vemos a una lengua como un hogar de comodidades íntimas, ¿es posible habitarla por completo? Si sólo es parcial esa estancia, ¿cómo se da la traducción en el idioma propio? Y, sin ir más allá de nosotros, ¿hablar no es en sí una forma de traducir lo que pensamos? ¿Pensar no es acaso traducir lo que intuimos?

El sentido común o la resignación de habitar un cuerpo nos acerca a la idea de que no todo en el mundo es lenguaje. Y, sin embargo, no tenemos nada más para pensarlo: la lengua bien podría ser sólo una traducción del mundo. O quizá tanta piel nos ha engañado y lo único verdadero en el mundo es el lenguaje. Podríamos hablar de que cada idioma contiene una parte de la realidad. Al poner uno frente a otro, ¿nos encontraríamos frente a ideas vernáculas: realidades que sólo corresponden a cierta forma de expresarlas?

La labor del traductor es más una cuestión de fe. Hace falta quitarse los ojos, aproximarse a las contradicciones, ver a ciegas. El único remedio es una observación amorosa de lo más ordinario, la palabra: ver de la forma en que ve el otro, y darle verbo. Esa aproximación técnica al lenguaje se convierte en una confesión. La cercanía con el texto original también puede perturbar el pacto implícito de fidelidad. La traducción sólo puede ser una aproximación; la traición es inevitable, incluso deseable, necesaria, pero ¿dónde queda aquello que se pierde con la interpretación?

Opción los invita a pasar a esta casa de espejos, a interpretar sus palabras, dialogar con sus espectros, pensarla en otro idioma. Habita el enigma, pero lo traduce, lo comparte. Se aproxima a su reflejo, y lo atraviesa: hay algo más del otro lado, es una cuestión de confianza.

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