He recorrido cierta porción del tiempo que guardan sus páginas, y me ha parecido una suerte de eternidad parcial, una fotografía que aún está por revelarse, mas no incompleta. He repasado las nostalgias de algunos de quienes la habitaron antes, y he reconocido en ellas las mías. He ensayado algunas líneas anónimas en su nombre, y en ese mínimo sacrificio de la máscara me he sentido más pleno que con mis propias palabras. He buscado lo que me parece que han buscado todos los que han pensado un poco acerca de Opción, y no me parece haber hallado ninguna novedad. Apenas me percato de que todo este tiempo la cuestión no fue “¿qué es?”, sino “¿quién es Opción?”. Me pregunto si el resto de la tribu de editores compartiría esa reformulación. Quiero imaginar que sí, que todas esas maneras tan poco distintas de escribirla delatan una sutil incertidumbre, como con todo lo que excede el volumen de la razón y sólo puede asimilarse con intuiciones, aproximaciones, sentimientos. Quiero pensar que es la búsqueda misma lo que forma esa presencia.

Me figuro esta búsqueda simultánea como las veces en que uno examina sus propios recuerdos; como si todos quienes han pasado por Opción compartieran su conciencia, como si su rostro fuera una fotografía en la que cupieran todos quienes se han preguntado por ella. (“Nos hemos inmortalizado juntos, ¿se dan cuenta?”1) ¿Qué rostro tendríamos nosotros sin ella?

Puede que hablar de presencias esté en los lindes de la escritura: más cercano a los silencios del intimismo que a las palabras. Las abstracciones pueden ser engañosas si no se definen los nombres, los rostros visibles o las máscaras que uno habrá de portar para hacer y saber reales esas presencias. A fin de cuentas, no hay otra manera de aproximarse a Opción que por sus páginas. Sin embargo, no queda completamente clara la naturaleza de éstas. Por varios años la pregunta de ensayo para quien busca entrar al Consejo Editorial de Opción ha sido “¿Qué debe ser una revista universitaria?” Parece que este planteamiento en realidad sólo puede contestarse una vez dentro, con el trabajo cotidiano, con la tortuosa y fascinante formulación de una convocatoria, con el debate acalorado por el rechazo o la aceptación de un texto, con lo que se comparte al encontrar una portada unánimemente perfecta, con la corrección de erratas, con las relecturas; y, después, darse cuenta de que no debía ser nada que no fuera ya naturalmente tras todos esos esfuerzos. Ésta, todavía, es mi forma de aproximarme a una respuesta. No espero encontrarla.

¿Qué deben ser sus páginas? Hoy, Opción da la impresión de haberse decidido por una presencia con la cual vestirse para ser real. Los editores con frecuencia comparten una suerte de telepatía con la que logran discernir si un texto es apropiado para publicarse, basándose, en un inicio, únicamente en “el estilo de Opción”. Un vistazo a su historia indica que si esto sucede hoy es porque así la han encaminado las decisiones de los editores de los últimos cuarenta años, pero también los intereses de sus lectores y las colaboraciones que de ahí emanan; las necesidades, a veces ocultas, de la comunidad del ITAM; el tiempo, “nuestro tiempo”: el que corresponda para quien deba pronunciarlo.

La historia de Opción antes de ser Opción es la historia común de los orígenes (“¿cuál era tu rostro antes de nacer?”). Darío Martínez historió ésta y las subsecuentes etapas de Opción hasta el año 2000 en “Un esbozo: la historia de Opción”2. No obstante, vale la pena detenerse en ciertas fotografías de la memoria. ¿Habrá alguna claridad para nuestra empresa en el destello fundacional? En muchas ocasiones se ha hecho referencia a aquel primer párrafo en busca de una respuesta: “Surge Opción como nueva posibilidad de expresión que no pretende ser monopolio de unos cuantos sino reflejo de una comunidad estudiantil…” La hoja tamaño oficio aparece firmada en noviembre de 1980. Escribo esto exactamente cuarenta años después, en algún día de noviembre de 2020. La distancia me produce un vértigo inofensivo, pero no menos extraño. No tan inofensiva me parece la sensación de fragilidad que me da toda esa tradición, siempre a punto de desaparecer, y no: una existencia e inexistencia simultánea. Opción ha perdurado a pesar de las dificultades económicas y de la grilla de organizaciones estudiantiles que buscan desbancarla a cambio de algún congreso fugaz y vaguedades de currículum (la eterna maldición de Opción), incluso logró anteponerse al disturbio del polémico número 65 que por poco manda a los editores a Tribunal Universitario;3 tan superado ha quedado esto que el número 204, “Contra la universidad”, no acarreó más que la confrontación de un solo profesor. Opción se ha probado a sí misma que responde a una necesidad real —a cuál, será una cuestión que toque determinar a cada generación—, pero ¿qué ha quedado de aquellas pretensiones de “pluralidad de ideas, de la discusión y, sobre todo, de la participación extracurricular activa”, de superar “la apatía y la cómoda crítica a priori”?4

Muchas veces se ha acusado a Opción de ser sólo de “unos cuantos”, de no atender a los intereses de la totalidad de la comunidad. Incluso la constante referencia al elitismo en las memorias que se han escrito sobre Opción podría parecer una confesión. Muchas otras veces se ha dicho también que Opción es una isla, un refugio para ciertos bichos raros. En sus “Lecciones sobre Opción”, Jorge Mesta Espinosa advierte que la arrogancia itamita puede ser aún mayor en Opción: “no es raro que muchas veces se sientan que son la ‘gran intelectualidad itamita’”5; producto quizá de esta isla en la que se suelen anteponer los intereses por las humanidades a las exigencias cotidianas de estudiar la técnica. Esta divergencia de miras que a veces parece abrir una distancia entre los “opcionautas” y el resto de los itamitas se ha intentado resolver con iniciativas de todo tipo. Puede que la primera y más notoria, al menos por lo que reporta el espejo retrovisor (siempre con los objetos más cerca de lo que aparentan) fue el boletín Foropción, que surgió cuando Opción ya había pasado de ser un periódico de asuntos internos del ITAM a “una revista encargada del pensamiento de lo externo”6 y era latente la necesidad de expresión estudiantil más directa.

“La noche del 3 de marzo de 1987, el Consejo Editorial de Opción se concientizó que de continuar únicamente con la revista como medio de expresión estudiantil, el espacio de Opción estaría destinado a perderse en el intelectualismo de unos cuantos”.7

Foropción desapareció un par de años después, mientras Opción entraba en una nueva gran etapa más parecida al formato actual, con una predominancia del contenido literario y cultural, aunque todavía con textos sobre economía y política. No se volvió a intentar una iniciativa de acercamiento con la comunidad itamita más que a través de la propia Opción. Quizá ése sea su cometido, esperar a quien quiera descubrirla. Pero su espera no ha sido sinónimo de inacción: cada convocatoria es un intento de acercamiento, una invitación, una opción que, como todas, puede tomarse, o no.

¿Dónde están todas esas opciones? El tiraje ha fluctuado en una curva que lo ha devuelto a unos estables dos mil ejemplares, cada uno de ellos repartido a conciencia, desde la mano de quien busca que la encuentren. Quiero imaginar que no siempre se ha sentado a adornar libreros. La he encontrado por igual al fondo de la breve escena de una penosa película, como en las fotografías que envía alguien que se lamenta de una inundación que arruinó su colección. Opción busca despertar la crítica y la discusión, pero parece que se ha quedado en la discreción de la lectura íntima, de la apreciación personal, muda (que sólo parece resurgir con ciertas mareas: Opción, el mensaje en la botella). ¿Ha fallado? Quizá ésa sea su forma de dejar impronta: detrás mas no invisible, invitando no tanto al diálogo como a la reflexión que necesariamente le precede.

Opción se ha planteado contra el silencio, contra la apatía, precisamente por todo lo que la ha rodeado: dogmatismo técnico, críticas desde la autoridad e incluso exmiembros de Opción que han enfrentado el desdén público frente a sus prácticas o afiliaciones tras involucrarse en la política. Atribuirle esta habilidad adivinatoria en retrospectiva sería historicismo falaz, pero muchas veces Opción se ha incluido en el conjunto que busca señalar para impartir su crítica. En ocasiones también se ha acusado su falta de ésta. Su historia es la de una publicación que constantemente se mira en el espejo, no sólo para saber que sigue ahí y plantearse nuevas maneras de entenderse como fenómeno (como presencia), sino también para ver lo que se esconde en el reflejo. ¿Puede confiar en sus propias pautas, en sus propios juicios?

A partir de los noventa, Opción se ha entendido más como una revista de corte cultural y literario, después de pasar por una serie de cambios de formato, diseño y material. A decir verdad, en los últimos veinte años (de los que con razón no se han hecho estudios tan minuciosos como de los primeros veinte) poco ha cambiado. El formato permanece igual, salvo por algunas innovaciones esporádicas en el material de portada y de interiores. El diseño permanece como el elemento más inestable, pero a su vez el más distintivo. Si antes Opción se caracterizaba por una búsqueda inquieta de cambios constantes (desde en el enfoque y el tipo de publicación hasta en el tamaño y las secciones internas), ahora parece más reflexiva: intenta una nueva vertiente, dice reinventarse, pero no sale de lo que se espera de ella. No me parece que se haya desvirtuado en el conformismo; más bien los años le han dado una presencia firme, una que todos los editores sienten más allá de ellos mismos. “¿Quién es Opción?”, me preguntaba.

Quizá una aproximación más desprendida de la prosopopeya delate que la pregunta puede desdoblarse de quién a quiénes, sin que esto implique desviar la búsqueda original por una sola presencia, la de Opción. Acaso darle un sentido plural a la interrogante devenga una identidad que parezca aún más verdadera. Sería imposible nombrar a todos quienes la han formado, no sólo por el evidente exceso de esa tarea, sino porque la incompletitud de la lista reclama la suposición de un número infatigable de colaboradores. Algún hiato en el registro de las publicaciones guarda el albur de una infinidad de posibles nombres olvidados, ausencias no subsanables siquiera por la memoria, pues no todos quienes forman parte de las páginas de Opción son conscientes de ello (además, porque, a decir verdad, no todos los nombres, tanto de colaboradores como de editores, valdrían la pena de ser mencionados). A pesar de la obviedad, una confirmación se desprende de esa incertidumbre: Opción es irreductible a los nombres. Sin embargo, hay algunos que el tiempo ha resuelto destacar. El más notorio, sin lugar a duda —y es patente en varios recuentos sobre la historia de Opción—, es el de José Ramírez. Nada de lo que pueda escribir yo diría más sobre Cuquín, como aquí lo conocemos, que su mención ahora, treinta y seis años después de su incorporación como impresor de Opción en 1984. A fin de cuentas, Opción se destaca no sólo por su contenido, sino como producto cultural en sí mismo. Si se tiene que partir de algo para indagar en la presencia de Opción, se tiene que empezar por lo evidente, por su materialidad, por el papel. Opción se descubre porque el tiempo guarda sus páginas y cubiertas inalterables hasta que alguien las abre. Opción perdura en ese descubrimiento. No me parece un exceso decir que esa presencia empieza en un taller en la colonia Obrera, y que continúa gracias a Cuquín.

Aún más importante se ha vuelto la presencia en papel en los últimos años, ahora que cada vez desaparecen más revistas del medio impreso (publicaciones hermanas e incluso dentro del mismo ITAM), y que la saturación de las digitales trivializa los espacios de escritura a la par de su potencial de enriquecerlos. Ante todo, Opción debe resistir a la presión social y presupuestaria que se esfuerza en ignorar la importancia de que la cultura sea palpable. De los “libros” de Opción (como en ocasiones también se les conocen a los ejemplares de la revista entre los lectores itamitas) no sólo se leen las letras, sino también los espacios de la página que se pasa (sus silencios, sus alientos), la conmovedora presencia de la gráfica ocular cuyas texturas escapan del papel cultural, el peso de un volumen que en la sensación que deja en la mano guarda todos los esfuerzos y pensamientos que contiene. Nada de eso es posible, además, sin el trabajo de diseño que caracteriza a la publicación. En los últimos años, la presentación se ha mantenido considerablemente estable desde la introducción del nuevo logotipo, que ya representa la era de identidad madura de la revista. Hasta en los últimos años, entre 2016 y 2019 hubo una serie de cambios significativos y exploraciones en la que se vio reflejada una mayor seriedad y minimalismo. La serie que ahora busca estabilizarse de nuevo, hasta que surja una necesidad mayor, muestra un acercamiento al estilo de las grandes revistas literarias extranjeras, así como de una atención a la experiencia física que se distinga de las posibilidades de lo digital. Destaco en este mínimo recuento de nombres a María Prieto, quien ha consolidado esta línea de diseño en los últimos años. Así como a Carlos Sánchez, corrector de estilo que, con el seguimiento de cada edición ha ayudado a formar un criterio estilístico más allá de la revisión superficial.

A la par de este desarrollo, también se ha reconocido la necesidad de llevar a Opción al medio digital como formato complementario, especialmente ante una pérdida paulatina de los medios de difusión que eran habituales hace algunos años. Me parece que debe reconocerse que Opción se ha perdido en su alcance externo; en parte, apuntaría, porque poco se ha logrado transmitir de estas tradiciones operativas con los reemplazos generacionales cada vez más impetuosos y marcados por la dependencia tecnológica. No obstante, esto también ha permitido un reinvención muy necesaria si se busca que Opción siga respondiendo a una necesidad real. Realidad que sólo puede definirse con una mirada que no se aparte de su tiempo. A pesar de todo, el número de colaboraciones va en aumento. También a partir de 2016 se introduce el último nombre en este breve recuento: Jorge Landa empieza a formar parte de Opción con el desarrollo del nuevo sitio web, y desde entonces acompaña cada publicación como quien cuida los milagros de una biblioteca. Indispensable y discreto, acomoda un acervo entre las horas que le roba a la madrugada.

Opción no deja de parecerse a nosotros: crece, y algo de sus viejos modos se pierde, hay momentos en que no se reconoce y entra en un nuevo período de redescubrimiento, pero siempre regresa, nueva, pero producto del recuento de su pasado. Ha habido iniciativas de las que termina por olvidar el sentido: el Consejo Consultivo, compuesto por académicos del ITAM y establecido a finales de los noventa para fortalecer los vínculos institucionales8, desapareció en 2017 luego de que el Consejo Editorial no pudiera dar cuenta de las funciones que supuestamente desempeñaban todos los nombres que incluía el directorio. Hay otras cuya perpetuidad pasa inadvertida, hasta que se cae en cuenta en la dimensión del tiempo: entre todas las columnas que ha editado Opción, itinerantes o ya extintas por la inevitable discontinuidad generacional, “Dinámicas sonoras” ha continuado publicándose ininterrumpidamente en los últimos veinte años.9 Hay también inquietudes perennes, propias de la personalidad común de los editores o quizá producto de la posesión de la presencia de Opción de quien realmente se involucra en ella. En 2002, se creó la Casa Editorial Opción, con la publicación del libro Piel de Poesía, de Gema Santamaría; la intención era editar un libro al año a partir de entonces, pero este esfuerzo editorial no vio más títulos; no es difícil imaginar las razones. Algunos libros, antologías y ediciones especiales se publicaron a partir de entonces, aunque sin el sello de la Casa Editorial. Hasta 2018 resurgió la iniciativa con el Fondo Editorial,10 bajo el cual se han publicado hasta ahora una docena de títulos gratuitos.11 Queda en estos libros una demostración de que incluso los hiatos más largos pueden conservar esencias. Hay impulsos a los que quizá nunca se les oponga una fuerza contraria suficientemente fuerte para detenerlos: “Opción, como revista, nos trasciende. Opción, como casa editorial, habrá de hacerlo también”.12

No me propongo historiar aquí todos los cambios significativos de las últimas décadas, aunque creo que sería una empresa necesaria. ¿Cuándo se perdió el mote de “opcionautas”? ¿Qué otros presentes se han hecho nostalgias? ¿Cuáles se han perdido? Hay un último cambio que quiero resaltar. El surgimiento de la sección de Exégesis a inicios del siglo, con el número 125, marcó la evolución definitiva de Opción. A partir de entonces, el enfoque principal en el desarrollo de la revista fue en esta sección. Opción se convirtió en una publicación temática. Hoy lo sigue siendo, y no parece que los temas vayan a agotarse pronto, pero discretamente, el nombre de “Exégesis” ha ido desapareciendo de las páginas de las ediciones más recientes. Podría apuntar razones como la mayor accesibilidad al nuevo público que no conoce estos localismos, pero, a decir, verdad, yo, que parcialmente contribuí a esto, diría que no hay una razón cierta. Tradicionalmente, los fantasmas rondan un mismo lugar en busca de algo que necesitan, pero desconocen. No hay un momento exacto en que se dé su desaparición. Quizá Opción ya encontró lo que necesitaba en ese nombre. La exégesis que queda es la de siempre, la de ella misma. ¿Cómo dar cuenta de los últimos cuarenta años? Ésta es tan sólo una parte de su testimonio. Exégesis: hay palabras que son espejos.  

Cuarenta años después, primero el ITAM y después el mundo entran en crisis, se detienen, se interpretan; todos buscan un espejo que les devuelva la realidad. Opción tiene un rastro en qué mirarse; su presencia perdura entretanto. Yo me he limitado a asomarme a sus avatares para discernir acaso una silueta, los límites de la sombra que me ha protegido en esta isla: ¿dónde empieza la luz y termina este mundo? Y otra pregunta me acecha: ¿dónde empieza Opción y termino yo? He experimentado el privilegio de la dulce habitación de su presencia: “he sido uno más de los bichos raros que quizá no deberían estar aquí”.13 “¿Quién es Opción?”, me preguntaba, pero sólo el tiempo podría responderme. La distancia es una forma de temporalidad. Escribo a cuenta propia, un poco más lejos de la voz que me ha prestado Opción porque ya va siendo momento de proyectar otra sombra, de dejarme ser más yo, y dejarla ser más ella: “respirar hondo, tomar la palabra entre los dedos, lanzarla sin misericordia”.14 Conocí a Opción hace cinco años, en otro noviembre. Su presencia, de la que no creo que sea posible desprenderse, me hace encarar una íntima confesión: ¿quién más podría decir que entró al ITAM por Opción? No necesito dejar ningún otro mensaje en la botella. Encontré mi isla.

 


1 Javier Martínez Villarroya, “Garra”, en “Antología 35 años”, Opción, número especial, 2016.

2 Ver Darío Martínez, “Un esbozo: la historia de Opción”, Opción, no. 100, 2000.

3 “Ningún mejor testimonio de nuestra inconsciencia gozosa que Opción 65: número decorado con caricaturas “porno” e “irreverentes” que nos procuró unas (no pocas) mentadas de madre y la convicción (hoy sabemos que totalmente infundada) de que nos mandarían a Tribunal Universitario. Hoy me acuerdo, no sin nostalgia, de nuestras caras pálidas cuando discutíamos si convenía o no “sacar” el numerito (que, por lo demás, ya estaba impreso). Ahí aprendí que no hay peor censura que la autocensura ni peor irresponsabilidad que la que se consuma en grupo”. Pedro Salazar Ugarte, “Opción, cien números”, Opción, no. 100, 2000.

4 Consejo Editorial, “Editorial”, Opción, no. 1, 1980.

5 Jorge Mesta Espinosa, “Lecciones sobre Opción”, Opción, no. 100, 2000.

6 Darío Martínez, op. cit.

7 Virgilio Andrade, “El ITAM y su espíritu universitario. 1987: así nació Foropción”, Opción, no. 47, 1990.

8 Fernando Rodríguez Doval, “Opción o la oportunidad de militar en la vida”, Opción, no. 135, 2005.

9 Este año se edita una antología conmemorativa para publicarse en el Fondo Editorial Opción: Dinámicas sonoras, de Carlos Spíndola Pérez Guerrero.

10 La primera publicación fue la traducción de Francisco Segovia de Oda: Indicios de inmortalidad tomados de los recuerdos infantiles, de William Wordsworth.

11 La colección completa se encuentra disponible de manera gratuita en formato digital en el sitio web de Opción.

12 Consejo Editorial, “Editorial”, Opción, no. 115, 2002.

13 Carlos F. Castañeda, “El oficio de bichos raros” en “ITAM 50 años”, Opción, número especial, 1996.

14 Darío Martínez, op. cit.